Trad. Rafael Aníbal. Kailas, Madrid, 2008. 247 pp. 17,90 €
Guillermo Ruiz Villagordo
A las pocas páginas de empezar a leer Leche, única novela de Darcey Steinke traducida al español a día de hoy, me vino a la cabeza otra novela breve, Sangre sabia, escrita por Flannery O’Connor. Los personajes de ambas, a pesar de moverse en una esfera real bien definida, parecen ser representaciones, más que generadores, de actitudes y pensamientos. Dan la impresión de vidrieras góticas que a la vez que muestran aspectos de la vida cotidiana funcionan como iconos de la fe y el sufrimiento, de ahí que sean seres humanos solitarios, concebidos como compartimentos estancos. Pero también le une a la matriarca del gótico sureño un gusto por la suciedad y la brutalidad, que discurre con total normalidad, en ocasiones de forma bastante impactante.
Con estos mimbres uno esperaría unas memorias dislocadas, sangrantes. Pero no. Una rara calma sobrevuela este libro mientras transitamos de manos de la autora por las distintas fases de su existencia. De una infancia ensimismada enmarcada en la precariedad del matrimonio de sus padres, un pastor luterano sin grandes aspiraciones pero entregado al prójimo sin calcular las consecuencias para su familia y una antigua reina de la belleza local constreñida por las condiciones de vida a la que su marido la conduce, a una adolescencia marcada por su tartamudeo y su condición de hija del pastor, y de ésta a una juventud rebelde contra todo y contra nadie que desemboca en un matrimonio fallido y una hija que se convierte en su único pilar vital seguro.
Llama la atención, sin embargo, que la escritura se encuentre ausente de la narración, como si fuese un asunto menor, a excepción de contadísimas referencias a algún título y un brevísimo adentramiento en el argumento de Jesus saves. Sólo la religión sirve de columna vertebral de su ejercicio memorialístico, y uno entiende esa desatención a su labor literaria en cuanto ésta no es sino la plasmación, el continuo replanteamiento desde múltiples perspectivas, de la lucha continua que mantiene con Dios y los rituales que le rodean, sus esfuerzos infructuosos, con fugaces victorias, por situarse en un lugar correcto respecto a él, más allá de las circunstancias personales que la envuelven en cada momento. De manera que a fuerza de no proporcionar ninguna explicación sobre la génesis de sus libros, lo hace de todos ellos a la vez.
Pero esto no significa ni mucho menos que Pascua en todas partes sea un tedioso ensayo teológico disfrazado de autobiografía, como tampoco consiste en una abrumadora recopilación de anécdotas. Religión y vida se hayan imbricadas de manera natural, se diría incluso que el estilo poético que adorna ciertos recuerdos, que tienden a ser más sensaciones que escenas concretas, particularmente de la infancia, es su resultado más perfecto. Su mirada es como la del sacerdote gay de Leche, que ve a su novio fallecido en todas las cosas, manifestándose en cualquier mínimo detalle, como si fuese el mismo Dios. Para Steinke irremediablemente siempre será Pascua en todas partes.
Si el lector salva el escollo que supone leer las memorias de alguien de quien seguramente no conoce ni el nombre, accederá a un testimonio lleno de belleza, de pequeñas iluminaciones pero también de enorme oscuridad. Aunque trate de una permanente crisis espiritual, uno gana una extraña paz con este libro.
Guillermo Ruiz Villagordo
A las pocas páginas de empezar a leer Leche, única novela de Darcey Steinke traducida al español a día de hoy, me vino a la cabeza otra novela breve, Sangre sabia, escrita por Flannery O’Connor. Los personajes de ambas, a pesar de moverse en una esfera real bien definida, parecen ser representaciones, más que generadores, de actitudes y pensamientos. Dan la impresión de vidrieras góticas que a la vez que muestran aspectos de la vida cotidiana funcionan como iconos de la fe y el sufrimiento, de ahí que sean seres humanos solitarios, concebidos como compartimentos estancos. Pero también le une a la matriarca del gótico sureño un gusto por la suciedad y la brutalidad, que discurre con total normalidad, en ocasiones de forma bastante impactante.
Con estos mimbres uno esperaría unas memorias dislocadas, sangrantes. Pero no. Una rara calma sobrevuela este libro mientras transitamos de manos de la autora por las distintas fases de su existencia. De una infancia ensimismada enmarcada en la precariedad del matrimonio de sus padres, un pastor luterano sin grandes aspiraciones pero entregado al prójimo sin calcular las consecuencias para su familia y una antigua reina de la belleza local constreñida por las condiciones de vida a la que su marido la conduce, a una adolescencia marcada por su tartamudeo y su condición de hija del pastor, y de ésta a una juventud rebelde contra todo y contra nadie que desemboca en un matrimonio fallido y una hija que se convierte en su único pilar vital seguro.
Llama la atención, sin embargo, que la escritura se encuentre ausente de la narración, como si fuese un asunto menor, a excepción de contadísimas referencias a algún título y un brevísimo adentramiento en el argumento de Jesus saves. Sólo la religión sirve de columna vertebral de su ejercicio memorialístico, y uno entiende esa desatención a su labor literaria en cuanto ésta no es sino la plasmación, el continuo replanteamiento desde múltiples perspectivas, de la lucha continua que mantiene con Dios y los rituales que le rodean, sus esfuerzos infructuosos, con fugaces victorias, por situarse en un lugar correcto respecto a él, más allá de las circunstancias personales que la envuelven en cada momento. De manera que a fuerza de no proporcionar ninguna explicación sobre la génesis de sus libros, lo hace de todos ellos a la vez.
Pero esto no significa ni mucho menos que Pascua en todas partes sea un tedioso ensayo teológico disfrazado de autobiografía, como tampoco consiste en una abrumadora recopilación de anécdotas. Religión y vida se hayan imbricadas de manera natural, se diría incluso que el estilo poético que adorna ciertos recuerdos, que tienden a ser más sensaciones que escenas concretas, particularmente de la infancia, es su resultado más perfecto. Su mirada es como la del sacerdote gay de Leche, que ve a su novio fallecido en todas las cosas, manifestándose en cualquier mínimo detalle, como si fuese el mismo Dios. Para Steinke irremediablemente siempre será Pascua en todas partes.
Si el lector salva el escollo que supone leer las memorias de alguien de quien seguramente no conoce ni el nombre, accederá a un testimonio lleno de belleza, de pequeñas iluminaciones pero también de enorme oscuridad. Aunque trate de una permanente crisis espiritual, uno gana una extraña paz con este libro.
1 comentario:
Por lo que leo, realmente se aparta del argumento y la literatura convencional o dominante, lo que ya es algo a tener en cuenta. Y si la referencia es Flannery O'Connor, seguro que la anoto para mi lista de lecturas próximas.
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