Trad. Efrén del Valle Peñamil. Ed. Destino, Barcelona, 2009. 336 pp. 19,50 €
Julián Díez
Si hay un género literario que esté sufriendo en la era de internet, ese es el reportaje periodístico. Sustituido por los refritos, el hábil corta y pega, la recopilación de datos tomados de un par de libros y vendidos como propios –materiales todos ellos abundantes en la red-, se ha visto marginado por impostores. Casi no hay en ningún medio textos –demasiado largos para los gustos actuales- en los que se describen hechos conocidos de primera mano: el viejo viajar para ver, ver para vivir y vivir para contarlo de Ryszard Kapuscinski, tan venerado como poco imitado.
Para los medios españoles, en particular, hace tiempo que los gastos que supone algo así no justifican la posibilidad de que el reportero traiga algo incómodo, o triste, o que no esté de moda. Se reserva esa inversión al conflicto del momento, la gripe porcina que toque, para publicar lo mismo que la competencia y así no quedar atrás en una carrera que no tiene en cuenta a nadie más que a los propios códigos internos de la profesión. Y siempre, por supuesto, sin ofender a nuestros anunciantes, que por algo son los que realmente pagan el medio, no los lectores.
Todo ello convierte a gente como Robert Fisk en una especie en peligro de extinción. En este volumen, que recopila numerosos artículos del corresponsal de The Independent en Oriente Medio, no sólo hay artículos sobre el tema del momento –Irak, Afganistán…-, sino sobre cuestiones que esquivan el interés de la opinión pública pero que siguen vivas ahí: el reconocimiento del genocidio armenio, la responsabilidad occidental en la situación en Israel y Palestina, la huella del desastre de Gallípoli…
El denominador común de todas esas historias es que Fisk está allí, conoce la situación, comparte sus pensamientos, y después lo cuenta. Tras esa labor, que contrasta felizmente con la mayor parte de lo que leemos al cabo del día, queda poco de juicio a priorístico, y aún menos de esos lugares comunes (“asesinato selectivo”, “necesidades de seguridad”, “eje del mal”) con los que los medios de comunicación trufan la visión del mundo que se nos ofrece.
El libro sólo se ve lastrado por los inevitables condicionantes de ser una recopilación de textos que no fueron originalmente creados para ese propósito, como reiteración de ideas o falta de un hilo conductor claro que sí estaba presente en la otra obra de Fisk traducida previamente, La gran guerra por la civilización. Sin embargo, es en su conjunto una obra nervuda, contundente, repleta de interés y que para mí, como periodista, tiene aromas que añoro en el producto que cada día se vende en los quioscos.
Julián Díez
Si hay un género literario que esté sufriendo en la era de internet, ese es el reportaje periodístico. Sustituido por los refritos, el hábil corta y pega, la recopilación de datos tomados de un par de libros y vendidos como propios –materiales todos ellos abundantes en la red-, se ha visto marginado por impostores. Casi no hay en ningún medio textos –demasiado largos para los gustos actuales- en los que se describen hechos conocidos de primera mano: el viejo viajar para ver, ver para vivir y vivir para contarlo de Ryszard Kapuscinski, tan venerado como poco imitado.
Para los medios españoles, en particular, hace tiempo que los gastos que supone algo así no justifican la posibilidad de que el reportero traiga algo incómodo, o triste, o que no esté de moda. Se reserva esa inversión al conflicto del momento, la gripe porcina que toque, para publicar lo mismo que la competencia y así no quedar atrás en una carrera que no tiene en cuenta a nadie más que a los propios códigos internos de la profesión. Y siempre, por supuesto, sin ofender a nuestros anunciantes, que por algo son los que realmente pagan el medio, no los lectores.
Todo ello convierte a gente como Robert Fisk en una especie en peligro de extinción. En este volumen, que recopila numerosos artículos del corresponsal de The Independent en Oriente Medio, no sólo hay artículos sobre el tema del momento –Irak, Afganistán…-, sino sobre cuestiones que esquivan el interés de la opinión pública pero que siguen vivas ahí: el reconocimiento del genocidio armenio, la responsabilidad occidental en la situación en Israel y Palestina, la huella del desastre de Gallípoli…
El denominador común de todas esas historias es que Fisk está allí, conoce la situación, comparte sus pensamientos, y después lo cuenta. Tras esa labor, que contrasta felizmente con la mayor parte de lo que leemos al cabo del día, queda poco de juicio a priorístico, y aún menos de esos lugares comunes (“asesinato selectivo”, “necesidades de seguridad”, “eje del mal”) con los que los medios de comunicación trufan la visión del mundo que se nos ofrece.
El libro sólo se ve lastrado por los inevitables condicionantes de ser una recopilación de textos que no fueron originalmente creados para ese propósito, como reiteración de ideas o falta de un hilo conductor claro que sí estaba presente en la otra obra de Fisk traducida previamente, La gran guerra por la civilización. Sin embargo, es en su conjunto una obra nervuda, contundente, repleta de interés y que para mí, como periodista, tiene aromas que añoro en el producto que cada día se vende en los quioscos.
1 comentario:
Felicidades por el trabajo que haces en este Blog. Vamos a linkarlo en el nuestro: www.LaEsferaCultural.com
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