Doménico Chiappe
Este libro lo componen cuatro textos breves (unos más que otros) y un relato largo, que no llega a ser una novela corta, a pesar de sus setenta páginas, por abarcar una sola trama, la de Haim, un suicida que va a parar al limbo de los suicidas, un lugar muy parecido a la tierra, salvo por los rastros de autoagresión que quedan en los cuerpos (en los cuerpos de unos y no de otros, según el tipo de muerte y el ánimo del autor).
Los primeros cuatro cuentos (El conductor de autobús que quería ser Dios, La chaladura de Nomrod, El cóctel del infierno –que se publicó íntegro en una revista de Renfe antes de la salida del libro-, y Útero), no alcanzan la hermosura estética de los que componen el primer libro de cuentos de Keret publicado en España, La chica sobre la nevera. Tienen en común el halo cínico y a la vez profundamente religioso y el acercar al lector a la cotidianidad de Israel, sin los clichés tan populares de la prensa. Esto último no es poco, y ya por eso vale la pena un acercamiento a este autor, que también ha publicado relatos en las revistas Letras Libres y Eñe, siempre con un tono que le hace merecer la consideración de “autor”, y una mirada alejada de los tópicos.
Sin embargo, el relato titulado Pizzería Kamikaze aporta algo novedoso a su bibliografía. La trama está cercana a la de los comics (se ha publicado también su adaptación a este género), el lenguaje es sencillo y eficaz, y el aliento del cuento no es el habitual en Keret, que tan cómodo se siente en las distancias cortas. Este relato final del libro envuelve y entretiene. Y durante su lectura, sucede algo poco frecuente, que el lector deberá ponderar si es positivo o no, dependiendo de sus gustos y expectativas. Los capítulos, de un par de folios cada uno, se olvidan rápidamente. No marcan, más bien producen el efecto de las caricaturas más amables, las que pasan rápido por el consciente y no se alojan en ninguna parte. Si el lector olvida señalar dónde se quedó la noche anterior, podrá releer cuatro o cinco capítulos sin sentir que ya los leyó, aunque sí con cierta sensación de dèjá vu. A pesar del tema: el suicidio, la búsqueda, la inconformidad, el vacío y la estupidez del mundo (de los muertos y de los vivos), la narración es de tal liviandad que entretiene como un capítulo de Family Guy.
En este libro, Keret alcanza su clímax cuando se refiere a la cultura contemporánea y la parodia, sin clemencia. Por ejemplo, cuando habla de Kurt Cobain: “Ayer la velada resultó un verdadero muermo, porque Ari llevó a ese amigo suyo, Kurt. Ari está colgadísimo de él porque era cantante del grupo Nirvana y todo eso, pero la verdad es que es un verdadero pelmazo. Yo tampoco estoy demasiado contento aquí, pero es que él no deja de joder a todos con sus lamentos, y desde el momento en que empieza no tienes la más mínima posibilidad de pararlo. Cualquier cosa de la que se habla le recuerda siempre alguna canción que escribió, y siempre acaba por recitarla y los demás tenemos que admirar la letra (...)”.
Etgar Keret, junto a la buena labor de su traductora Ana María Bejarano, logra elaborar una convincente voz para su narrador, lo que resalta en este trabajo, al igual que unas historias coherentes en todo el libro. Pizzería Kamikaze, aun sin deslumbrar como La chica sobre la nevera, mantiene al autor en alto nivel de exigencia literaria y de innovación de lenguaje, que merecen ser seguidas de cerca.
Este libro lo componen cuatro textos breves (unos más que otros) y un relato largo, que no llega a ser una novela corta, a pesar de sus setenta páginas, por abarcar una sola trama, la de Haim, un suicida que va a parar al limbo de los suicidas, un lugar muy parecido a la tierra, salvo por los rastros de autoagresión que quedan en los cuerpos (en los cuerpos de unos y no de otros, según el tipo de muerte y el ánimo del autor).
Los primeros cuatro cuentos (El conductor de autobús que quería ser Dios, La chaladura de Nomrod, El cóctel del infierno –que se publicó íntegro en una revista de Renfe antes de la salida del libro-, y Útero), no alcanzan la hermosura estética de los que componen el primer libro de cuentos de Keret publicado en España, La chica sobre la nevera. Tienen en común el halo cínico y a la vez profundamente religioso y el acercar al lector a la cotidianidad de Israel, sin los clichés tan populares de la prensa. Esto último no es poco, y ya por eso vale la pena un acercamiento a este autor, que también ha publicado relatos en las revistas Letras Libres y Eñe, siempre con un tono que le hace merecer la consideración de “autor”, y una mirada alejada de los tópicos.
Sin embargo, el relato titulado Pizzería Kamikaze aporta algo novedoso a su bibliografía. La trama está cercana a la de los comics (se ha publicado también su adaptación a este género), el lenguaje es sencillo y eficaz, y el aliento del cuento no es el habitual en Keret, que tan cómodo se siente en las distancias cortas. Este relato final del libro envuelve y entretiene. Y durante su lectura, sucede algo poco frecuente, que el lector deberá ponderar si es positivo o no, dependiendo de sus gustos y expectativas. Los capítulos, de un par de folios cada uno, se olvidan rápidamente. No marcan, más bien producen el efecto de las caricaturas más amables, las que pasan rápido por el consciente y no se alojan en ninguna parte. Si el lector olvida señalar dónde se quedó la noche anterior, podrá releer cuatro o cinco capítulos sin sentir que ya los leyó, aunque sí con cierta sensación de dèjá vu. A pesar del tema: el suicidio, la búsqueda, la inconformidad, el vacío y la estupidez del mundo (de los muertos y de los vivos), la narración es de tal liviandad que entretiene como un capítulo de Family Guy.
En este libro, Keret alcanza su clímax cuando se refiere a la cultura contemporánea y la parodia, sin clemencia. Por ejemplo, cuando habla de Kurt Cobain: “Ayer la velada resultó un verdadero muermo, porque Ari llevó a ese amigo suyo, Kurt. Ari está colgadísimo de él porque era cantante del grupo Nirvana y todo eso, pero la verdad es que es un verdadero pelmazo. Yo tampoco estoy demasiado contento aquí, pero es que él no deja de joder a todos con sus lamentos, y desde el momento en que empieza no tienes la más mínima posibilidad de pararlo. Cualquier cosa de la que se habla le recuerda siempre alguna canción que escribió, y siempre acaba por recitarla y los demás tenemos que admirar la letra (...)”.
Etgar Keret, junto a la buena labor de su traductora Ana María Bejarano, logra elaborar una convincente voz para su narrador, lo que resalta en este trabajo, al igual que unas historias coherentes en todo el libro. Pizzería Kamikaze, aun sin deslumbrar como La chica sobre la nevera, mantiene al autor en alto nivel de exigencia literaria y de innovación de lenguaje, que merecen ser seguidas de cerca.
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