Elia Barceló
Tengo que confesar que los epistolarios nunca han sido santo de mi devoción. Por una parte siento una especie de vergüenza al leer textos que nunca estuvieron pensados para otros ojos que los del receptor de la carta. Por otra parte me da una vaga tristeza, una melancolía del tipo “ubi sunt” ese recorrer –en unas horas, en unos días– años y años de vida de unas personas y de un país que ya no existen. Y, además, por si lo anterior fuera poco, como narrativa los epistolarios son un desastre porque siempre faltan cartas, hay grandes lagunas y cuando uno se interesa por un tema concreto que ha sido nombrado a lo largo de varias misivas, de repente se deja de hablar de él y uno no puede ni siquiera enfadarse con el autor porque no se trata de una novela.
No, no me gustan los epistolarios.
Y sin embargo, reconozco que tiene su morbo y que me ha prendido este Epistolario inédito que Antonio López Vega –el gran especialista en Marañón, así como en Ortega– ofrece ahora al público: un trabajo serio, bien investigado, bien documentado, lleno de notas y aclaraciones sin las cuales el lector se perdería un ochenta por ciento de lo que está pasando.
En el lado personal, es agradable y curioso darse cuenta de que esas grandes figuras de la intelectualidad española –cuando en España los intelectuales aún eran una clase respetada e influyente en el devenir nacional, aunque a ellos no les pareciera suficiente– fueron también personas normales que se felicitaban los cumpleaños, se pedían consejo sobre hoteles que no fueran muy caros en esta y aquella ciudad, y hablaban del tiempo, de sus enfermedades, de sus hijos y de sus proyectos y publicaciones.
En el lado histórico es impresionante leer sus comentarios sobre lo que está pasando en el panorama político del país, desde 1920 hasta la década de los 50, con todos los cambios y las convulsiones que trajeron esos treinta años, tanto para España como para Europa.
Al lector le gustaría que Marañón y Ortega (de Unamuno apenas si hay cartas, porque se perdieron durante la guerra civil) profundizaran más en ciertos temas, nos dieran más explicaciones sobre tantas cosas que ahora vemos lejos y quisiéramos entender mejor: la posición de Alfonso XIII antes de la dictadura de Primo de Rivera (los cotilleos que Marañón le cuenta a Unamuno sobre el rey y su ludopatía son impagables, pero breves), los esfuerzos de los intelectuales por alumbrar una República que fuera para todos, la crispación paulatina –una vez conseguida la República– que llevó a Ortega a decir en 1931 “¡No es esto, no es esto! La República es una cosa. El radicalismo es otra.”, la esperanza en Franco, el exilio, las dudas y el miedo sobre el regreso, la reinstalación en el propio país, que ya no era realmente el mismo...
Marañón, en carta a Ortega del 43 ó 44, le dice: “creo que debiera Vd. hacer una escapada por aquí. Le aseguro a Vd. Que en España hay un subsuelo neutral donde se vive bastante bien. Es más, a veces siente uno el pesar de no haber estado siempre en ese estrato, que debe haber existido en todos los regímenes. En él se halla cuanto hay de grato en nuestra vida nacional y apenas llegan filtraciones de lo demás.”
Resulta triste darse cuenta de cómo ha cambiado este Marañón que al principio del epistolario estaba lleno de ideas para mejorarlo todo, que se oponía públicamente a todo lo que no le parecía bien, que era un gran luchador.
Sería excesivo decir que se les ve envejecer a lo largo de las cartas; hace falta bastante imaginación para eso y una lectura muy atenta, pero en ocasiones sí surge esa comparación entre lo que fueron en los años veinte y lo que son en los cincuenta. Y el lector tiene muy presente lo que el régimen de Franco hizo para aplastar, silenciar y hacer casi desaparecer todo pensamiento de altura en España.
El epistolario resulta una lectura muy interesante para un lector que quiera acercarse a aquella época desde otro ángulo, a través de las voces de tres –de hecho dos, porque Unamuno sólo aparece prácticamente como destinatario de las cartas de Marañón– de las personas más influyentes de su época. A mí, como novelista, me habría gustado más explicación por parte del editor (que se habría convertido en narrador, soy consciente de ello), más instalación en la circunstancia de cada carta, pero como se trata de un libro académico y la información es excelente, no voy a quejarme.
De lo que sí me quejo como lectora es de que las notas –abundantísimas y de gran interés– estén colocadas al final de cada una de las secciones y de que no haya cintas de colores para marcar las páginas, con lo cual el pobre lector tiene que tener o varios papelitos o muchos dedos ocupados para poder seguir la lectura de las cartas y las notas que las explican. Yo, personalmente, habría preferido tener las notas a pie o, al menos, contar con un par de cintas, como en los misales, para marcar los lugares de referencia.
Salvo este detalle, el libro, como artefacto, resulta muy agradable de manejar y el epistolario es absolutamente recomendable para todo lector que se interese por el pensamiento de tres de los mayores intelectuales de la España del siglo XX.
¡Buen trabajo, señor López Vega!
No, no me gustan los epistolarios.
Y sin embargo, reconozco que tiene su morbo y que me ha prendido este Epistolario inédito que Antonio López Vega –el gran especialista en Marañón, así como en Ortega– ofrece ahora al público: un trabajo serio, bien investigado, bien documentado, lleno de notas y aclaraciones sin las cuales el lector se perdería un ochenta por ciento de lo que está pasando.
En el lado personal, es agradable y curioso darse cuenta de que esas grandes figuras de la intelectualidad española –cuando en España los intelectuales aún eran una clase respetada e influyente en el devenir nacional, aunque a ellos no les pareciera suficiente– fueron también personas normales que se felicitaban los cumpleaños, se pedían consejo sobre hoteles que no fueran muy caros en esta y aquella ciudad, y hablaban del tiempo, de sus enfermedades, de sus hijos y de sus proyectos y publicaciones.
En el lado histórico es impresionante leer sus comentarios sobre lo que está pasando en el panorama político del país, desde 1920 hasta la década de los 50, con todos los cambios y las convulsiones que trajeron esos treinta años, tanto para España como para Europa.
Al lector le gustaría que Marañón y Ortega (de Unamuno apenas si hay cartas, porque se perdieron durante la guerra civil) profundizaran más en ciertos temas, nos dieran más explicaciones sobre tantas cosas que ahora vemos lejos y quisiéramos entender mejor: la posición de Alfonso XIII antes de la dictadura de Primo de Rivera (los cotilleos que Marañón le cuenta a Unamuno sobre el rey y su ludopatía son impagables, pero breves), los esfuerzos de los intelectuales por alumbrar una República que fuera para todos, la crispación paulatina –una vez conseguida la República– que llevó a Ortega a decir en 1931 “¡No es esto, no es esto! La República es una cosa. El radicalismo es otra.”, la esperanza en Franco, el exilio, las dudas y el miedo sobre el regreso, la reinstalación en el propio país, que ya no era realmente el mismo...
Marañón, en carta a Ortega del 43 ó 44, le dice: “creo que debiera Vd. hacer una escapada por aquí. Le aseguro a Vd. Que en España hay un subsuelo neutral donde se vive bastante bien. Es más, a veces siente uno el pesar de no haber estado siempre en ese estrato, que debe haber existido en todos los regímenes. En él se halla cuanto hay de grato en nuestra vida nacional y apenas llegan filtraciones de lo demás.”
Resulta triste darse cuenta de cómo ha cambiado este Marañón que al principio del epistolario estaba lleno de ideas para mejorarlo todo, que se oponía públicamente a todo lo que no le parecía bien, que era un gran luchador.
Sería excesivo decir que se les ve envejecer a lo largo de las cartas; hace falta bastante imaginación para eso y una lectura muy atenta, pero en ocasiones sí surge esa comparación entre lo que fueron en los años veinte y lo que son en los cincuenta. Y el lector tiene muy presente lo que el régimen de Franco hizo para aplastar, silenciar y hacer casi desaparecer todo pensamiento de altura en España.
El epistolario resulta una lectura muy interesante para un lector que quiera acercarse a aquella época desde otro ángulo, a través de las voces de tres –de hecho dos, porque Unamuno sólo aparece prácticamente como destinatario de las cartas de Marañón– de las personas más influyentes de su época. A mí, como novelista, me habría gustado más explicación por parte del editor (que se habría convertido en narrador, soy consciente de ello), más instalación en la circunstancia de cada carta, pero como se trata de un libro académico y la información es excelente, no voy a quejarme.
De lo que sí me quejo como lectora es de que las notas –abundantísimas y de gran interés– estén colocadas al final de cada una de las secciones y de que no haya cintas de colores para marcar las páginas, con lo cual el pobre lector tiene que tener o varios papelitos o muchos dedos ocupados para poder seguir la lectura de las cartas y las notas que las explican. Yo, personalmente, habría preferido tener las notas a pie o, al menos, contar con un par de cintas, como en los misales, para marcar los lugares de referencia.
Salvo este detalle, el libro, como artefacto, resulta muy agradable de manejar y el epistolario es absolutamente recomendable para todo lector que se interese por el pensamiento de tres de los mayores intelectuales de la España del siglo XX.
¡Buen trabajo, señor López Vega!
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