Trad. Juan Manuel Salmerón. Tusquets, Barcelona, 2007. 116 pp. 12,50 €
José Gutiérrez Román
El punto de partida y el de llegada de esta pequeña novela es el mismo, el cual ya se nos anuncia en el título: la desaparición de Ettore Majorana. Este joven físico italiano desapareció en marzo de de 1938 tras embarcar en Nápoles con destino a Palermo. La hipótesis de que hubiera decidido suicidarse, avalada por dos cartas que envío antes de emprender este viaje, y en las que se despedía de su familia y de un colega, fue la que la policía utilizó para explicar lo sucedido y cerrar el caso al no encontrar ningún indicio de que el científico se encontrase con vida. Si bien, tampoco se pudo hallar ninguna prueba de que hubiera muerto, pues su cuerpo jamás apareció. Ante esta situación, y partiendo de la tesis de que «a los muertos se los encuentra, son los vivos los que desaparecen», Sciascia (1921-1989) va reconstruyendo la historia de este misterioso caso y al mismo tiempo la de este enigmático personaje.
Calificada por el autor como «novela filosófica de misterio», es cierta la no uniformidad de su estilo, pues recorre diversos géneros literarios a pesar de lo reducido de su tamaño. La incógnita sobre lo que sucedió con Majorana, y las causas que lo llevaron a borrarse del mapa, sirve para ahondar también en cuestiones filosóficas, adquiriendo en ocasiones la condición de un pequeño ensayo. Sciascia vertebra sus reflexiones a partir de un tema fundamental en la novela: los primeros hallazgos sobre la energía atómica y su uso como arma de destrucción masiva. Parece que Majorana fue uno de los primeros (o el primero, según la novela) en dar con semejante hallazgo, si bien nunca quiso desarrollar públicamente estos descubrimientos por temor a las repercusiones que podría tener (o al menos esto deja entrever el autor), lo cual también podría justificar su decisión de hacerse desaparecer. Si a todo esto unimos la condición de genio que se le atribuye a Majorana, ya tenemos alicientes de sobra para dejarnos seducir por su historia. Sciascia lo compara con otros genios como Stendhal, ya que en ambos aprecia esa voluntad inconsciente de retrasar el tiempo que pudiesen la perfección de su obra, de no desvelar un secreto que viaja con ellos desde que nacen, «y que una vez que se ha revelado (...), tanto en ciencia, literatura o arte, no queda sino morir». Estas son sin duda las mejores páginas del libro, en las que conocemos el carácter introvertido de Majorana, sus relaciones familiares o sus dificultades para amoldarse a los cánones de la vida cotidiana. Es el retrato humano del protagonista el que, curiosamente, nos hace comprender mejor la zozobra del científico ante las dimensiones que podrían tomar sus investigaciones. También son sugerentes las reflexiones que deja caer acerca de la cautela que mostraron los científicos que trabajaban en Alemania e Italia al no poner en manos de sus ejércitos la posibilidad de desarrollar la bomba atómica, cosa que sí hicieron sus homólogos americanos. A saber cuánto hubo de voluntad o de imposibilidad en ese hecho, pero he ahí la reflexión del escritor siciliano. El caso es que, finalmente, como en las buenas historias de misterio, la desaparición de Majorana está más poblada de sombras que de luces. Si fue a través de una muerte voluntaria o de un cuidadoso plan que le permitiera retirarse en algún convento sin dejar ningún rastro, es algo que el lector deberá intuir una vez terminada su lectura, que es cuando empieza la verdadera búsqueda de Majorana.
José Gutiérrez Román
El punto de partida y el de llegada de esta pequeña novela es el mismo, el cual ya se nos anuncia en el título: la desaparición de Ettore Majorana. Este joven físico italiano desapareció en marzo de de 1938 tras embarcar en Nápoles con destino a Palermo. La hipótesis de que hubiera decidido suicidarse, avalada por dos cartas que envío antes de emprender este viaje, y en las que se despedía de su familia y de un colega, fue la que la policía utilizó para explicar lo sucedido y cerrar el caso al no encontrar ningún indicio de que el científico se encontrase con vida. Si bien, tampoco se pudo hallar ninguna prueba de que hubiera muerto, pues su cuerpo jamás apareció. Ante esta situación, y partiendo de la tesis de que «a los muertos se los encuentra, son los vivos los que desaparecen», Sciascia (1921-1989) va reconstruyendo la historia de este misterioso caso y al mismo tiempo la de este enigmático personaje.
Calificada por el autor como «novela filosófica de misterio», es cierta la no uniformidad de su estilo, pues recorre diversos géneros literarios a pesar de lo reducido de su tamaño. La incógnita sobre lo que sucedió con Majorana, y las causas que lo llevaron a borrarse del mapa, sirve para ahondar también en cuestiones filosóficas, adquiriendo en ocasiones la condición de un pequeño ensayo. Sciascia vertebra sus reflexiones a partir de un tema fundamental en la novela: los primeros hallazgos sobre la energía atómica y su uso como arma de destrucción masiva. Parece que Majorana fue uno de los primeros (o el primero, según la novela) en dar con semejante hallazgo, si bien nunca quiso desarrollar públicamente estos descubrimientos por temor a las repercusiones que podría tener (o al menos esto deja entrever el autor), lo cual también podría justificar su decisión de hacerse desaparecer. Si a todo esto unimos la condición de genio que se le atribuye a Majorana, ya tenemos alicientes de sobra para dejarnos seducir por su historia. Sciascia lo compara con otros genios como Stendhal, ya que en ambos aprecia esa voluntad inconsciente de retrasar el tiempo que pudiesen la perfección de su obra, de no desvelar un secreto que viaja con ellos desde que nacen, «y que una vez que se ha revelado (...), tanto en ciencia, literatura o arte, no queda sino morir». Estas son sin duda las mejores páginas del libro, en las que conocemos el carácter introvertido de Majorana, sus relaciones familiares o sus dificultades para amoldarse a los cánones de la vida cotidiana. Es el retrato humano del protagonista el que, curiosamente, nos hace comprender mejor la zozobra del científico ante las dimensiones que podrían tomar sus investigaciones. También son sugerentes las reflexiones que deja caer acerca de la cautela que mostraron los científicos que trabajaban en Alemania e Italia al no poner en manos de sus ejércitos la posibilidad de desarrollar la bomba atómica, cosa que sí hicieron sus homólogos americanos. A saber cuánto hubo de voluntad o de imposibilidad en ese hecho, pero he ahí la reflexión del escritor siciliano. El caso es que, finalmente, como en las buenas historias de misterio, la desaparición de Majorana está más poblada de sombras que de luces. Si fue a través de una muerte voluntaria o de un cuidadoso plan que le permitiera retirarse en algún convento sin dejar ningún rastro, es algo que el lector deberá intuir una vez terminada su lectura, que es cuando empieza la verdadera búsqueda de Majorana.
1 comentario:
"...Es algo que el lector deberá intuir una vez terminada su lectura, que es cuando empieza la verdadera búsqueda de Majorana."
Pues ayúdense del excelente, enriquecedor y sugerente texto de Bonells, todo un "desaparecido de nuestra literatura"; porque si TUSQUETS decidió editar el libro de Sciascia, parte de culpa fue del éxito íntimo y callado de esta joya literaria y de su hondo calado en el alma de los lectores vilamatianos.
"En 1987, en 'Il caso Majorana', el físico Erasmo Recami fue el primero en hablar, de manera documentada, sobre la posibilidad de que Ettore Majorana se hubiera refugiado en la Argentina en lugar de perecer ahogado en las aguas del mar Tirreno o de haberse retirado a un convento."
(La segunda desaparición de Majorana. Editorial Funambulista - Jordi Bonells)
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