I Premio Internacional de Terror Villa de Maracena. Almuzara, Córdoba, 2007. 192 pp. 16 €
Pedro M. Domene
Ángel Olgoso (Cúllar Vega, Granada, 1961) nos conduce con su literatura a la cumbre de la extrañeza fantástica. Este es uno de los calificativos más acertados que he leído acerca de su narrativa y, aún podemos añadir que sus cuentos reproducen el clima y la atmósfera necesarias que exigirían un lector inteligente capaz de leer una historia y, además, disfrutar con ella. Que Olgoso sea un escritor oculto, como se puede leer en alguna que otra parte, no es una acertada definición, porque entre otras muchas razones, avalan su obra literaria extraordinarias colecciones de cuentos, Días subterráneos (1991), La hélice entre los sargazos (1994), Granada, año 2039 y otros relatos (1999), Cuentos de otro mundo (2003) y, el más reciente, Los demonios del lugar (2007), un libro que reúne cuarenta y nueve relatos, algunos muy breves y, otros, de una extensión considerable, sobre situaciones extremas e inquietantes, con el mal o lo fantástico como fondo. Textos góticos en la mejor línea del relato decimonónico, el terror o la ciencia-ficción, con historias pobladas de imágenes oníricas y sombras que envuelven a personajes no menos tenebrosos. Porque, para Olgoso, lo fantástico es la intromisión violenta de un suceso extraño en el mundo real.
Una atmósfera opresiva planea sobre muchos de los cuentos de esta nueva colección, acertadamente titulada Los demonios del lugar, como muestra alternativa a la realidad inmediata puesto que las narraciones oscilan entre una explicación natural y sobrenatural, con situaciones verosímiles o inverosímiles. Pese a que se trata de un mundo distinto, se percibe el paso del tiempo y esa opresión que produce un estado nihilista alejado de la cordura humana que también pretende sobrevivir en un mundo personal y no menos extraño y, sobre todo, esa percepción destructiva que produce la aceptación final de la muerte. La magia de estos relatos oscila entre la potencia imaginativa que tiene el autor, construyendo historias que nadie pueda imaginar y esa realidad concreta que obliga al lector a una exigencia comprensiva mayor.
De Olgoso sorprende su capacidad para cambiar de registro, de voz, de situación, incluso de estructura narrativa porque con estos relatos realiza un recorrido por lo mejor del género, es decir, un sincero y emotivo homenaje a los maestros de lo fantástico o del terror; ahí están las huellas de Poe, James, Lovecraft, Cortázar, aunque también media entre ellos una neblina kafkiana que exige la exactitud de una prosa tan efectista como contundente. Pese a toda sombra de deuda, la mirada del narrador granadino es distinta, el planteamiento y ejecución de sus cuentos es original, el lector se queda con sus desconcertantes finales, tan medidos como sorpresivos. Disfruten, es un consejo, con “Las manos de Akiburo” y “El coracero en el bosque”, sorpréndanse con “Naglfar” y sensibilicense con “Vínculos” cuya densidad poética sobrepasa cualquier ejercicio literario.
Pedro M. Domene
Ángel Olgoso (Cúllar Vega, Granada, 1961) nos conduce con su literatura a la cumbre de la extrañeza fantástica. Este es uno de los calificativos más acertados que he leído acerca de su narrativa y, aún podemos añadir que sus cuentos reproducen el clima y la atmósfera necesarias que exigirían un lector inteligente capaz de leer una historia y, además, disfrutar con ella. Que Olgoso sea un escritor oculto, como se puede leer en alguna que otra parte, no es una acertada definición, porque entre otras muchas razones, avalan su obra literaria extraordinarias colecciones de cuentos, Días subterráneos (1991), La hélice entre los sargazos (1994), Granada, año 2039 y otros relatos (1999), Cuentos de otro mundo (2003) y, el más reciente, Los demonios del lugar (2007), un libro que reúne cuarenta y nueve relatos, algunos muy breves y, otros, de una extensión considerable, sobre situaciones extremas e inquietantes, con el mal o lo fantástico como fondo. Textos góticos en la mejor línea del relato decimonónico, el terror o la ciencia-ficción, con historias pobladas de imágenes oníricas y sombras que envuelven a personajes no menos tenebrosos. Porque, para Olgoso, lo fantástico es la intromisión violenta de un suceso extraño en el mundo real.
Una atmósfera opresiva planea sobre muchos de los cuentos de esta nueva colección, acertadamente titulada Los demonios del lugar, como muestra alternativa a la realidad inmediata puesto que las narraciones oscilan entre una explicación natural y sobrenatural, con situaciones verosímiles o inverosímiles. Pese a que se trata de un mundo distinto, se percibe el paso del tiempo y esa opresión que produce un estado nihilista alejado de la cordura humana que también pretende sobrevivir en un mundo personal y no menos extraño y, sobre todo, esa percepción destructiva que produce la aceptación final de la muerte. La magia de estos relatos oscila entre la potencia imaginativa que tiene el autor, construyendo historias que nadie pueda imaginar y esa realidad concreta que obliga al lector a una exigencia comprensiva mayor.
De Olgoso sorprende su capacidad para cambiar de registro, de voz, de situación, incluso de estructura narrativa porque con estos relatos realiza un recorrido por lo mejor del género, es decir, un sincero y emotivo homenaje a los maestros de lo fantástico o del terror; ahí están las huellas de Poe, James, Lovecraft, Cortázar, aunque también media entre ellos una neblina kafkiana que exige la exactitud de una prosa tan efectista como contundente. Pese a toda sombra de deuda, la mirada del narrador granadino es distinta, el planteamiento y ejecución de sus cuentos es original, el lector se queda con sus desconcertantes finales, tan medidos como sorpresivos. Disfruten, es un consejo, con “Las manos de Akiburo” y “El coracero en el bosque”, sorpréndanse con “Naglfar” y sensibilicense con “Vínculos” cuya densidad poética sobrepasa cualquier ejercicio literario.
5 comentarios:
No estoy de acuerdo con esta crítica.
En mi opinión, Olgoso no ha comprendido que la narrativa de terror es literatura de género popular. Que no puedes dirigirte a un público amplio empleando un registro lingüístico tan distante del léxico de masas. Que lo rebuscado de sus palabras resulta chocante hasta el extremo de lo ininteligible. Que no tiene ninguna gracia ver como el autor escoge deliberadamente los términos más difíciles habiendo sinónimos naturales e inmediatos a su alcance. Que para trabajar el miedo no hace ninguna falta tanta ínfula y alarde. Que sería mejor si en vez de obcecarse por esquivar todo asomo de normalidad para distinguirse cultivara formas de vanguardia que fueran más allá del emperifollamiento soberbio y, resumiendo, que una prosa sincera y sencilla es la mejor forma de alcanzar al lector cuando se trata de ganar un premio de literatura de terror.
Este libro cansa, resulta incómodo de leer y, lo peor de todo, molesta ver cómo la gracia sutil que tiene el autor para fijarse en detalles que pueden llegar a ser muy interesantes se va echando a perder por lo pretencioso de su estilo.
Es una opinión. Otra opinión puede ser, que el libro es maravilloso. (a mi en particular me gusta mucho). Otra, que la literatura de terror no debería ser esto o aquello, mejor, la literatura en sí no debería ser nunca esto o aquello. Que la "intención" del escritor a veces no es llegar a un público con registro lingüístico de masas. Que un libro puede encontrar al lector adecuado porque existen personas con gustos muy diferentes gracias a dios(conozco sólo en mi entorno individual a dos o tres que alucinarían con el libro).
Me leí hace poco este libro y me pareció que usaba un lenguaje estudiadamente enrevesado, pero me gustó.
Te lo lees y dices: "¡qué bien escribe este chico y cuánta imaginación!"... A lo mejor es difícil negar esto, pero saberse el diccionario de memoria y pretender darle salida en apenas doscientas páginas, querer hacerlo además con ese estilo tan libresco y relamido no asegura la excepcionalidad literaria.
Es un libro para un museo o un descubrimiento arqueológico, de lo mucho que pesa su artificio. Una pieza que no respira a pesar de sus cualidades.
Raro.
Sólo reconozco que este autor arriesgado y brillante necesita un tipo especial de lector cómplice: un lector exigente y participativo. Disfrutarlo supone volver a la esencia primera de la literatura, esa de la que nos hemos alejado tanto en esta literatura española obcecadamente costumbrista: el juego, el placer. Olgoso es homérico. Para el lector, un reto. Angeles Prieto
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