IX Premio Internacional de Poesía Generación del 27. Visor, Madrid, 2007. 64 pp. 12 €
Ana Gorría
Una adolescencia con consolas y complejos, las mudanzas, el deseo, la vida en pareja, las cargas laborales, tardes de ida y vuelta al videoclub suponen los motivos temáticos sobre los que se estructura Echado a perder, galardonado con el premio de poesía Generación del 27 del pasado año. Desde su título, Echado a perder es la historia de una ruina: ruina del lenguaje, de las emociones, de la comunicación, de la propia biografía. En Echado a perder Carlos Pardo da fe de la hipertrofia de las convenciones como posibilidad de expresar el mundo en que vivimos. Al mismo tiempo certifica la necesidad de encontrar un lenguaje en el que podamos expresarnos, reflejarnos: «nada que ver contigo, amor/ no estés celosa, nada/ que comparar con una vida/ que nos posee con lazos/ de actualidad».
De la coalición entre la vanidad de la palabra y su necesidad surge el fundamento de la poesía de Carlos Pardo, una forma de estar en el mundo, de mal-estar si deseamos ser realmente fieles a este lenguaje echado a perder del poeta madrileño hablamos «para salir airosos de la vida/ por los caminos del lenguaje.// Y aquí termina la insatisfacción».
Como en la filmografía de autores como Lynch o Cronenberg, el lenguaje deja de ser, porque la existencia que se manifiesta en esta obra tampoco lo es, algo ordenado. Acercarse a Echado a perder es advertir un mundo de sombras, sueños, ruidos donde no cabe casi ya la lucidez y la única manera de resolver el mal-estar es no tomarse demasiado en serio («Como las circunstancias me pidieron/ un toque personal/ adopté un tono bajo para voz atiplada/ con temblor en la frase y temor en el verbo») aspecto, la ironía, que el autor ha venido reclamando como base de su poética y que le exime de del catastrofismo. Cercano en tono y motivos a algunos autores de la historia de la poesía reciente como la escuela poética del cincuenta, Carlos Pardo nos propone en este libro lo que queda de una historia de violencia. La capacidad de análisis de las emociones y la solidez de su lenguaje poético, hijo del desasosiego, hacen el resto.
Ana Gorría
Una adolescencia con consolas y complejos, las mudanzas, el deseo, la vida en pareja, las cargas laborales, tardes de ida y vuelta al videoclub suponen los motivos temáticos sobre los que se estructura Echado a perder, galardonado con el premio de poesía Generación del 27 del pasado año. Desde su título, Echado a perder es la historia de una ruina: ruina del lenguaje, de las emociones, de la comunicación, de la propia biografía. En Echado a perder Carlos Pardo da fe de la hipertrofia de las convenciones como posibilidad de expresar el mundo en que vivimos. Al mismo tiempo certifica la necesidad de encontrar un lenguaje en el que podamos expresarnos, reflejarnos: «nada que ver contigo, amor/ no estés celosa, nada/ que comparar con una vida/ que nos posee con lazos/ de actualidad».
De la coalición entre la vanidad de la palabra y su necesidad surge el fundamento de la poesía de Carlos Pardo, una forma de estar en el mundo, de mal-estar si deseamos ser realmente fieles a este lenguaje echado a perder del poeta madrileño hablamos «para salir airosos de la vida/ por los caminos del lenguaje.// Y aquí termina la insatisfacción».
Como en la filmografía de autores como Lynch o Cronenberg, el lenguaje deja de ser, porque la existencia que se manifiesta en esta obra tampoco lo es, algo ordenado. Acercarse a Echado a perder es advertir un mundo de sombras, sueños, ruidos donde no cabe casi ya la lucidez y la única manera de resolver el mal-estar es no tomarse demasiado en serio («Como las circunstancias me pidieron/ un toque personal/ adopté un tono bajo para voz atiplada/ con temblor en la frase y temor en el verbo») aspecto, la ironía, que el autor ha venido reclamando como base de su poética y que le exime de del catastrofismo. Cercano en tono y motivos a algunos autores de la historia de la poesía reciente como la escuela poética del cincuenta, Carlos Pardo nos propone en este libro lo que queda de una historia de violencia. La capacidad de análisis de las emociones y la solidez de su lenguaje poético, hijo del desasosiego, hacen el resto.
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