Alejandro Luque
Dice Rodrigo Fresán, con un codo apoyado en el hombro de Borges, que la perfecta interpretación de los sueños descansa siempre sobre una percepción imperfecta: la memoria parcial y reconstruida de ese mismo sueño. Confieso que siento envidia de los soñadores disciplinados, con su libreta siempre a punto en la mesita de noche; y más aún de aquellos cuyos sueños van y vienen cargados de símbolos: llaves, islas, puertas, senderos, elementos que se prestan a mil lecturas mientras uno se lava la cara o gira la cucharilla en el café. El más difícil todavía, sin embargo, tal vez no sea llegar a la interpretación perfecta —que nunca será tal—, sino construir con los retazos de la memoria un artefacto nuevo, algo bello o terrible que no existía en el mundo antes de esas, digamos, espontáneas eclosiones nocturnas.
Una poeta malagueña, escasamente reconocida aunque lleva sus añitos urdiendo una obra paciente y más que estimable, ha logrado reunir un ramillete de sueños convenientemente fechados y transcritos en un libro delicioso. Una primera parte recoge sueños en general, como éste: «Jugamos un partido de baloncesto en un salón barroco pero, en vez de balón, nos pasamos una mandarina». O éste otro: «Habitación con una cama y un escritorio. Soy un hombre. Alguien llega y dice que no puedo dormir allí. Para comprobar si he dormido o no coge una rosa, la pincha con un alfiler y de la rosa sale una gota de sangre. Coloca la gota en la tapa del escritorio. Dice que si la gota se mueve y lo mancha todo se sabrá si he dormido».
Con algo de poema en prosa y algo de microrrelato, todas las piezas breves están impregnadas de una belleza inquietante, que el lector percibe con la sensación de entrar impúdicamente en un territorio ajeno e impredecible.
La segunda parte es la dedicada a los sueños con amigos, y en ellos reconocemos algunos nombres populares en el mundillo de las letras, como Alberto Tesán o José Ángel Cilleruelo. Ésta, junto con el tercer apartado dedicado a los sueños con famosos —desde Penélope Cruz a Picasso—, despojan el volumen de cierta solemnidad , pero el fondo sigue funcionando con toda eficacia: Durrell me besa en una habitación llena de juguetes. Después hace su maleta y se va. La moqueta celeste se ha quedado llena de plumas blancas.
Lo mismo puede decirse del capítulo final, “La familia (delicias para Freud)”, donde los personajes son parientes de la autora envueltos en las mismas situaciones, en vilo entre el mejor absurdo, la lisergia y lo fabuloso. Isabel Bono ha compuesto, en fin, un mosaico de título borisvianesco que, amén de dar mucha envidia a quienes tenemos que conformarnos con sueños pedestres, logra una de las más hermosas aspiraciones del arte, que es dar a las pequeñas experiencias privadas una dimensión universal.
Lo mismo puede decirse del capítulo final, “La familia (delicias para Freud)”, donde los personajes son parientes de la autora envueltos en las mismas situaciones, en vilo entre el mejor absurdo, la lisergia y lo fabuloso. Isabel Bono ha compuesto, en fin, un mosaico de título borisvianesco que, amén de dar mucha envidia a quienes tenemos que conformarnos con sueños pedestres, logra una de las más hermosas aspiraciones del arte, que es dar a las pequeñas experiencias privadas una dimensión universal.
3 comentarios:
Estoy de acuerdo en que es un libro delicioso :)
Y el título, buenísimo.
Sueño del 21 de octubre: Isabel me regala el libro de La Espuma de las noches. Me dice: "tú no sales". Me entran ganas de llorar, pero lo abro. Todos los personajes, diminutos como muñequitos de Dunkin saltan como en un cuento troquelado y, vestidos de circo, empiezan a cantar canciones que dan escalofríos aunque sean alegres. Levanto la vista. Isabel ya no está allí. Soy yo, vestido de Isabel de niña, quien me digo a mí: "ya puedes salir". Meto la cabeza en el libro y desaparezco.
PD: Hay que comprárselo y regalarlo. Yo lo leo mucho en el cuarto de baño. Abrazos, Alejandro. Besos, Isabel.
Héctor
Si,hay que comprarlo.
Y hay que visitar su pagina web
bkbono.com
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