Trad. Ricard Martínez i Muntada. Debate, Madrid, 2007. 352 pp. 20 €
Ana Gorría
Contra la censura supone la compilación de unos textos que el autor ha ido publicando en distintas revistas de escasa difusión durante los últimos diez años, a excepción de dos: “Ofenderse” y “Los daños de la pornografía: Catherine MacKinnon”.
En todos estos textos el autor expone, tal y como él mismo afirma desde su declaración de intenciones, que la base de los mismos supone «una tentativa de comprender una pasión con la cual no tengo ninguna afinidad intuitiva, la pasión que se expresa en actos de silenciamiento y de censura. También constituyen una tentativa de comprender, desde una perspectiva histórica y sociológica, por qué sucede que no tengo ninguna afinidad con esa pasión».
Desde esta perspectiva, el género al que se adscriben estos textos es por lo tanto el ensayo, dado que, en última instancia, el objeto de estos últimos es la propia comprensión, el yo de Coetzee. Asumiendo como motivo aquella confidencia de Ossip Mandelsthan a su esposa en la que afirmó que aquellos que dan crédito a la poesía, pueden matar por ella, expresión que también han integrado otros autores como George Steiner en su particular mitología, la edición española ha decidido titular Contra la censura. Ensayos sobre la pasión por silenciar, traicionando, desde mi punto de vista, el sentido del libro, que en inglés se denominaba Giving Offense: Essays on Censorship, un titulo que recoge de una forma mucho más adecuada los intereses generales del libro, lejos del pasquín.
Las relaciones entre el escritor y el estado, esta es por lo tanto casi una historia de la recepción a intervalos, objeto de la mirada de Coetzee en el presente volumen, parten de la posibilidad de éste ultimo de ofenderse (de perder buena parte de su prevalencia, por lo tanto) y de obrar violentamente a traves del «gesto punitivo de censurar». Para entender estas relaciones, Coetzee analiza tres modelos de estado del siglo XX: el Soviético, el Apartheid Sudafricano y las sociedades liberales, de las que pone como agente de la interacción el puritanismo fundamentalista tanto de algunos sectores ideológicos de Estados Unidos como de la Inglaterra victoriana.
Dado que la censura parte de la posibilidad de ofenderse, Coetzee entiende que buena parte de las intervenciones del estado en el pensamiento y en el arte surgen de un constructo mental y social (la dignidad) cuyo funcionamiento resulta asimilable a la paranoia, si la locura tiene un lugar en la vida, también lo tiene en la historia, consecuencia de no introducir la ironía en el propio sistema de creencias.
No obstante, no pretende Coetzee hacer una hagiografía del escritor expuesto al sistema y, en consecuencia, a la censura ni de sobrevalorar la escritura. Coetzee contempla al escritor «como un órgano desarrollado por la sociedad para responder a la necesidad que tiene de comprenderse». Cabe la posibilidad de la megalomanía si, afirma glosando un texto de Vargas Llosa se extiende el horizonte del intelectual a un ámbito que se sitúe fuera de la política y al mismo tiempo rivalice con esta y la domine.
Para su análisis Coetzee reclama una mirada no neutral sino marginal, tomando como representante de esta mirada del margen las tesis erasmistas y, sobre todo, el Elogio de la locura ( o de la estupidez, tal y como se traduce en el texto) del autor de Rotterdam como vía para posicionarse contra el poder y contra el fanatismo al afirmar que a éste, le resultó imposible tomar una posición firme entre la critica al papado y los intereses del luteranismo radical dado lo extremo del fanatismo en ambas opciones durante las guerras de religión en Europa.
Partiendo de la idea de que se ha roto el consenso de libertad de expresión, Coetzee señala algunas de las intervenciones institucionales como el debate sobre la pornografía que han querido intervenir, y en algunos casos han intervenido, en el dominio de la expresión pública.
Al margen de este debate que se ha venido a llamar de lo políticamente correcto, el autor de Desgracia nos presenta también el juicio al que fue sometido Lawrence con El amante de Lady Chatterley, para intentar dilucidar y mostrar de forma ostensiva, hasta qué punto la dignidad puede ser una convención cultural mas que un fundamento desde el que sostener un sistema de creencias al mismo tiempo que para explorar los limites que separan la pornografía de la obra de arte.
Coetzee asume en su tesis la idea Bajtiniana de que cualquier texto es un diálogo. Dado que el censor para Coetzee es un agente de la interacción discursiva, este deja marcas en la obra literaria y el propósito de algunos artículos es mostrar el grado de dialogo que existe entre el censor y el escritor como nos muestra en el caso de Solzhenitsim o Breyten Breytenbach en los que el censor se convierte en el único lector real frente al posible que se le presume a cualquier texto.
El propósito de Coetzee es, y como ya he señalado anteriormente tal vez el leitmotiv del libro sea el comprender la censura como un desorden equiparable a la paranoia, es llegar a entender cuáles son los mecanismos que llevan a vetar un texto tanto por ser políticamente o moralmente indeseable, rasgos que el autor equipara al ser objeto ambas categorías de la diana de la censura. Resulta innegable que el tema de este libro se inscribe en una incontestable actualidad con ejemplos tan recientes en nuestro entorno inmediato como el secuestro de la revista El Jueves por parte del juez Del Olmo o la demanda al cómic Tintín en el Congo por incitar al racismo y en una notable falta de exhaustividad, característica del genero ensayístico, propia del escritor que se presenta como no especialista, hecho que le permite realizar per/versiones, asumiendo el juego de palabras de Adorno, de los textos de Erasmo desde una perspectiva posestructuralista partiendo de autores como Foucault, Lacan o Girard.
Cabe aún así , como he afirmado al principio de este texto, si no hubiera sido necesario tener presente que el cuarto poder, los intereses editoriales y mediáticos, lo económicamente indeseable, son una base sobre la que el autor hubiera podido profundizar todavía mas en su proceso de comprensión sobre la censura, y en la intervención sobre el texto, cuya huella se encuentra presente en este caso sobre el titulo del libro, verdadera muestra del desplazamiento semántica con intereses económicos con consecuencias en lo literario, en este caso del desplazamiento de categorías genéricas del ensayo hacia el pasquín. También resulta llamativo, comprensible si se tiene en cuenta que estos textos son una miscelánea de publicaciones realizadas durante los años 90 en distintas revistas y tal vez por la propia naturaleza de los vetos, que no haya ninguna alusión ni «tentativa de comprender» condenas tan recientes de autores como, entre otros, Salman Rushdie o Nawal Al-Sa’dawi.
Ana Gorría
Contra la censura supone la compilación de unos textos que el autor ha ido publicando en distintas revistas de escasa difusión durante los últimos diez años, a excepción de dos: “Ofenderse” y “Los daños de la pornografía: Catherine MacKinnon”.
En todos estos textos el autor expone, tal y como él mismo afirma desde su declaración de intenciones, que la base de los mismos supone «una tentativa de comprender una pasión con la cual no tengo ninguna afinidad intuitiva, la pasión que se expresa en actos de silenciamiento y de censura. También constituyen una tentativa de comprender, desde una perspectiva histórica y sociológica, por qué sucede que no tengo ninguna afinidad con esa pasión».
Desde esta perspectiva, el género al que se adscriben estos textos es por lo tanto el ensayo, dado que, en última instancia, el objeto de estos últimos es la propia comprensión, el yo de Coetzee. Asumiendo como motivo aquella confidencia de Ossip Mandelsthan a su esposa en la que afirmó que aquellos que dan crédito a la poesía, pueden matar por ella, expresión que también han integrado otros autores como George Steiner en su particular mitología, la edición española ha decidido titular Contra la censura. Ensayos sobre la pasión por silenciar, traicionando, desde mi punto de vista, el sentido del libro, que en inglés se denominaba Giving Offense: Essays on Censorship, un titulo que recoge de una forma mucho más adecuada los intereses generales del libro, lejos del pasquín.
Las relaciones entre el escritor y el estado, esta es por lo tanto casi una historia de la recepción a intervalos, objeto de la mirada de Coetzee en el presente volumen, parten de la posibilidad de éste ultimo de ofenderse (de perder buena parte de su prevalencia, por lo tanto) y de obrar violentamente a traves del «gesto punitivo de censurar». Para entender estas relaciones, Coetzee analiza tres modelos de estado del siglo XX: el Soviético, el Apartheid Sudafricano y las sociedades liberales, de las que pone como agente de la interacción el puritanismo fundamentalista tanto de algunos sectores ideológicos de Estados Unidos como de la Inglaterra victoriana.
Dado que la censura parte de la posibilidad de ofenderse, Coetzee entiende que buena parte de las intervenciones del estado en el pensamiento y en el arte surgen de un constructo mental y social (la dignidad) cuyo funcionamiento resulta asimilable a la paranoia, si la locura tiene un lugar en la vida, también lo tiene en la historia, consecuencia de no introducir la ironía en el propio sistema de creencias.
No obstante, no pretende Coetzee hacer una hagiografía del escritor expuesto al sistema y, en consecuencia, a la censura ni de sobrevalorar la escritura. Coetzee contempla al escritor «como un órgano desarrollado por la sociedad para responder a la necesidad que tiene de comprenderse». Cabe la posibilidad de la megalomanía si, afirma glosando un texto de Vargas Llosa se extiende el horizonte del intelectual a un ámbito que se sitúe fuera de la política y al mismo tiempo rivalice con esta y la domine.
Para su análisis Coetzee reclama una mirada no neutral sino marginal, tomando como representante de esta mirada del margen las tesis erasmistas y, sobre todo, el Elogio de la locura ( o de la estupidez, tal y como se traduce en el texto) del autor de Rotterdam como vía para posicionarse contra el poder y contra el fanatismo al afirmar que a éste, le resultó imposible tomar una posición firme entre la critica al papado y los intereses del luteranismo radical dado lo extremo del fanatismo en ambas opciones durante las guerras de religión en Europa.
Partiendo de la idea de que se ha roto el consenso de libertad de expresión, Coetzee señala algunas de las intervenciones institucionales como el debate sobre la pornografía que han querido intervenir, y en algunos casos han intervenido, en el dominio de la expresión pública.
Al margen de este debate que se ha venido a llamar de lo políticamente correcto, el autor de Desgracia nos presenta también el juicio al que fue sometido Lawrence con El amante de Lady Chatterley, para intentar dilucidar y mostrar de forma ostensiva, hasta qué punto la dignidad puede ser una convención cultural mas que un fundamento desde el que sostener un sistema de creencias al mismo tiempo que para explorar los limites que separan la pornografía de la obra de arte.
Coetzee asume en su tesis la idea Bajtiniana de que cualquier texto es un diálogo. Dado que el censor para Coetzee es un agente de la interacción discursiva, este deja marcas en la obra literaria y el propósito de algunos artículos es mostrar el grado de dialogo que existe entre el censor y el escritor como nos muestra en el caso de Solzhenitsim o Breyten Breytenbach en los que el censor se convierte en el único lector real frente al posible que se le presume a cualquier texto.
El propósito de Coetzee es, y como ya he señalado anteriormente tal vez el leitmotiv del libro sea el comprender la censura como un desorden equiparable a la paranoia, es llegar a entender cuáles son los mecanismos que llevan a vetar un texto tanto por ser políticamente o moralmente indeseable, rasgos que el autor equipara al ser objeto ambas categorías de la diana de la censura. Resulta innegable que el tema de este libro se inscribe en una incontestable actualidad con ejemplos tan recientes en nuestro entorno inmediato como el secuestro de la revista El Jueves por parte del juez Del Olmo o la demanda al cómic Tintín en el Congo por incitar al racismo y en una notable falta de exhaustividad, característica del genero ensayístico, propia del escritor que se presenta como no especialista, hecho que le permite realizar per/versiones, asumiendo el juego de palabras de Adorno, de los textos de Erasmo desde una perspectiva posestructuralista partiendo de autores como Foucault, Lacan o Girard.
Cabe aún así , como he afirmado al principio de este texto, si no hubiera sido necesario tener presente que el cuarto poder, los intereses editoriales y mediáticos, lo económicamente indeseable, son una base sobre la que el autor hubiera podido profundizar todavía mas en su proceso de comprensión sobre la censura, y en la intervención sobre el texto, cuya huella se encuentra presente en este caso sobre el titulo del libro, verdadera muestra del desplazamiento semántica con intereses económicos con consecuencias en lo literario, en este caso del desplazamiento de categorías genéricas del ensayo hacia el pasquín. También resulta llamativo, comprensible si se tiene en cuenta que estos textos son una miscelánea de publicaciones realizadas durante los años 90 en distintas revistas y tal vez por la propia naturaleza de los vetos, que no haya ninguna alusión ni «tentativa de comprender» condenas tan recientes de autores como, entre otros, Salman Rushdie o Nawal Al-Sa’dawi.
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