El río Nilo, en su recorrido por el sur de Sudán, surca una zona pantanosa conocida como Sudd. Son praderas que se inundan y que dependen, en su extensión, de las precipitaciones que se hayan producido. Por eso su cauce y caudal varía de un año a otro. En las áreas menos profundas, las matas de papiro llegan a ser tan tupidas que a veces la vegetación se entrelaza hasta conformar islas. He aquí el escenario de la narración. El trasfondo es el que tristemente viene a definir un continente en sempiterna guerra: África. Aunque en el punto de partida de la narración es esperanzador: se supone que la guerra ha finalizado, o al menos ha alcanzado una tregua. Se supone… Desde esas dos premisas: un territorio y una situación extremos, zarpa la embarcación que patronea Gabi Martínez, que tiene forma de novela de viajes. Porque al autor se le ha ocurrido dar forma a un viaje en barco por las aguas del Nilo, con el conflicto armado recientemente agotado —tras hacerse acreedor al dudoso mérito de ser la guerra más larga y cruenta del mundo. Un viaje de placer, aparentemente. Un viaje multicultural, donde se dan cita militares, políticos, empresarios, occidentales y orientales, en fin, una amalgama de personalidades y culturas que van a propiciar situaciones extremas cuando la placentera travesía deviene en un mar de problemas. En efecto, cuando esas matas de vegetación encierran a La Nave entre sus fauces, sujetándola, impidiendo el normal transcurso de su singladura y le provoca una deriva indeseada, es decir, cuando la aquietada marcha de una vida se agita con la turbulencia de las bravas aguas del río, surge lo peor de cada uno de nosotros, valga la metáfora. Ahí cobra fuerza la novela, trascendiendo la narración de un viaje para convertirse en una trama psicológica. Bien propiciada, desde luego. Porque la premisa que desemboca en la atmósfera asfixiante que describe Martínez al quedarse tripulación y pasajeros del barco varados, es tan simple como una diversión: un juego de tiro al plato que se inicia sobre cubierta, para matar el rato, trae como consecuencia el ataque que sufre La Nave, a cargo de unos desconocidos, provocando varias muertes a bordo. ¿A quién se le ocurre? A unos occidentales ociosos, de viaje por África. Es un despropósito organizar un juego consistente en disparar allí donde los rescoldos de la guerra todavía humean. La respuesta tiene todo su sentido.
A partir de ahí nace el miedo. Se producen situaciones ridículas: nadie osa atravesar de proa a popa o cambiar de banda sin hacerlo a cuatro patas o a gatas, protegidos por la borda por miedo a los francotiradores que desde tierra puedan divisarlos. Y sobre todo se produce una sofocación desde el momento en que la vegetación engulle y detiene a la embarcación. Acaban apareciendo el hambre, las enfermedades, la desesperación, los conflictos. Asoma lo peor de cada uno, no cabe duda. Nuestro narrador en primera persona es un traductor español. Gracias a él conocemos la variopinta «fauna» que puebla esta nave. Desde exploradores alcohólicos y drogadictos con una única obsesión: localizar con sus prismáticos el vuelo de un picozapato; el soldado con innumerables muertes a sus espaldas, tras su participación en la guerra funesta, que se arrepiente de todo y quiere dejar atrás la vida anterior, negándose a matar a nadie más, y que se ve envuelto en este fragoroso mar en el que toca matar para salvar la piel; el capitán de la embarcación que se ve sobrepasado por las circunstancias cuando hay que racionar los alimentos y establecer turnos de guardia para evitar hurtos y revueltas; su hija, que es la obsesión del propio capitán y de una psicóloga francesa sexagenaria que ha vivido todo y no se arrepiente de nada; el político que quiere mandar; las distintas facciones que se forman con la crisis… En fin, un viaje apacible que se vuelve una trama angustiosa, muy bien llevada por Gabi Martínez, que se desenvuelve con rigor en lo paisajístico, bien descrito, y con soltura a la hora de abordar las caracterizaciones de personajes tan diversos como los que pueblan esta novela coral. Feliz viaje. Para los atrevidos que quieran conocer el peligroso Sudd…
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