Alfaguara, Madrid, 2007. 344 pp. 19,50 €
Elena Medel
Algunos libros cambian el mundo, remueven sus cimientos, asemejan su efecto al de un terremoto; otros no consiguen más que enervar a quien los compra y lee, y destruir —de paso— unos cuantos árboles. En un nivel intermedio, el más frecuente, archivaríamos aquellas obras que no zarandean al lector, que permiten que su vida transcurra tal y como lo hacía, pero que entretienen durante el tiempo de lectura. Jet Lag, de Santiago Roncagliolo (Lima, 1975), se situaría en este anaquel. Puntualicemos, por si acaso: Jet Lag no es un libro al uso, sino la recopilación de los textos más jugosos escritos durante un año —del final de 2005 al final de 2006— en su blog. Quizá por esta criba, y seguro por el oficio e ingenio de Roncagliolo, el resultado es un libro divertidísimo incluso en los momentos más incómodos, y menos dados a la risa. Y es que el autor, a mi juicio, triunfa en las distancias cortas, aunque pensar en Pudor (Alfaguara, 2004) signifique imaginar qué maravilla habrían parido Sam Mendes y Alan Ball. Ensoñaciones aparte, las habituales crónicas de Roncagliolo en El País —si no han leído su artículo sobre Kazajistán del mes pasado, no tarden— comparten con su bitácora esa mirada entre inocente y mordaz, entre ingenua y cargada de mala leche, aspirante a objetiva pero revelada incisiva, que es lo mejor de Jet Lag.
Jet Lag: un libro para asombrarse, para conocer países y costumbres, para saltar de título en título o de nombre en nombre como saltamos de link en link al navegar. Y también para degustar textos entrañables como el dedicado a su editor en Italia (“El último romántico”, del 14 de febrero), kafkianos (“La magia de la burocracia”, del 27 de junio) y descacharrantes de puro surrealista (“Macho peludo”, del 28 de diciembre de 2005, en que refuta los argumentos de Jorge Volpi sobre King Kong; o “La ciudad y el perro”, del 25 de julio, cuyo pretendido tono aséptico y periodístico basta para revolver al lector en la hamaca). El único fallo reside en la disposición de contenidos, y no sé si es achacable al propio Roncagliolo. Jet Lag se divide en cuatro bloques: “Por favor, abandonar antes de las 12”, crónicas de viajes; “Retratos hablados”, encuentros con personajes famosos o anónimos, pero siempre peculiares, desde el escritor Xavier Velasco al político Alan García, pasando por un anónimo asiduo a las presentaciones de libros en Sevilla; “Mentiras piadosas”, con reseñas de películas, libros e incluso páginas web y campañas publicitarias; y “El efecto popstar”, la parte más breve pero quizá la más interesante —y personal, y por tanto propia de un diario; ¿qué opinaría Philippe Lejeune de Jet Lag?—, en la que plasma la gira y resaca tras la obtención del Premio Alfaguara. Las entradas se organizan según su temática, y a su vez por orden cronológico: sin embargo, encontramos referencias como «A raíz de mi blog de ayer» (“Parte de combate”, del 14 de julio, en la página 76), cuando la entrada inmediatamente anterior (“Negra”, en la página 74) figura como publicada el 10 de julio. El índice confunde aún más, pues en él aparecen los títulos, pero no las fechas; la investigación culmina en el blog, y es que la entrada referida (“La patria, la soberanía y todas esas cosas con mayúsculas”, del 13 de julio) no se ha incluido en Jet Lag. Los quebraderos de cabeza que habría ahorrado añadir un índice cronológico, o eliminar la marca temporal...
Una sombra tenue, no obstante, para un libro que me ha robado horas de siesta junto a la piscina, y que demuestra que un buen narrador conserva su talento incluso frente a los encargos más nimios. El blog de Santiago Roncagliolo, este mismo Jet Lag, no transformará nuestra sociedad, no decidirá vidas, pero sí nos alegra durante unas horas, que ya es mucho.
Elena Medel
Algunos libros cambian el mundo, remueven sus cimientos, asemejan su efecto al de un terremoto; otros no consiguen más que enervar a quien los compra y lee, y destruir —de paso— unos cuantos árboles. En un nivel intermedio, el más frecuente, archivaríamos aquellas obras que no zarandean al lector, que permiten que su vida transcurra tal y como lo hacía, pero que entretienen durante el tiempo de lectura. Jet Lag, de Santiago Roncagliolo (Lima, 1975), se situaría en este anaquel. Puntualicemos, por si acaso: Jet Lag no es un libro al uso, sino la recopilación de los textos más jugosos escritos durante un año —del final de 2005 al final de 2006— en su blog. Quizá por esta criba, y seguro por el oficio e ingenio de Roncagliolo, el resultado es un libro divertidísimo incluso en los momentos más incómodos, y menos dados a la risa. Y es que el autor, a mi juicio, triunfa en las distancias cortas, aunque pensar en Pudor (Alfaguara, 2004) signifique imaginar qué maravilla habrían parido Sam Mendes y Alan Ball. Ensoñaciones aparte, las habituales crónicas de Roncagliolo en El País —si no han leído su artículo sobre Kazajistán del mes pasado, no tarden— comparten con su bitácora esa mirada entre inocente y mordaz, entre ingenua y cargada de mala leche, aspirante a objetiva pero revelada incisiva, que es lo mejor de Jet Lag.
Jet Lag: un libro para asombrarse, para conocer países y costumbres, para saltar de título en título o de nombre en nombre como saltamos de link en link al navegar. Y también para degustar textos entrañables como el dedicado a su editor en Italia (“El último romántico”, del 14 de febrero), kafkianos (“La magia de la burocracia”, del 27 de junio) y descacharrantes de puro surrealista (“Macho peludo”, del 28 de diciembre de 2005, en que refuta los argumentos de Jorge Volpi sobre King Kong; o “La ciudad y el perro”, del 25 de julio, cuyo pretendido tono aséptico y periodístico basta para revolver al lector en la hamaca). El único fallo reside en la disposición de contenidos, y no sé si es achacable al propio Roncagliolo. Jet Lag se divide en cuatro bloques: “Por favor, abandonar antes de las 12”, crónicas de viajes; “Retratos hablados”, encuentros con personajes famosos o anónimos, pero siempre peculiares, desde el escritor Xavier Velasco al político Alan García, pasando por un anónimo asiduo a las presentaciones de libros en Sevilla; “Mentiras piadosas”, con reseñas de películas, libros e incluso páginas web y campañas publicitarias; y “El efecto popstar”, la parte más breve pero quizá la más interesante —y personal, y por tanto propia de un diario; ¿qué opinaría Philippe Lejeune de Jet Lag?—, en la que plasma la gira y resaca tras la obtención del Premio Alfaguara. Las entradas se organizan según su temática, y a su vez por orden cronológico: sin embargo, encontramos referencias como «A raíz de mi blog de ayer» (“Parte de combate”, del 14 de julio, en la página 76), cuando la entrada inmediatamente anterior (“Negra”, en la página 74) figura como publicada el 10 de julio. El índice confunde aún más, pues en él aparecen los títulos, pero no las fechas; la investigación culmina en el blog, y es que la entrada referida (“La patria, la soberanía y todas esas cosas con mayúsculas”, del 13 de julio) no se ha incluido en Jet Lag. Los quebraderos de cabeza que habría ahorrado añadir un índice cronológico, o eliminar la marca temporal...
Una sombra tenue, no obstante, para un libro que me ha robado horas de siesta junto a la piscina, y que demuestra que un buen narrador conserva su talento incluso frente a los encargos más nimios. El blog de Santiago Roncagliolo, este mismo Jet Lag, no transformará nuestra sociedad, no decidirá vidas, pero sí nos alegra durante unas horas, que ya es mucho.
2 comentarios:
Elena, si ya está en el blog, ¿para qué vamos a gastar 20 euros en un libro?
Porque, anónimo, nunca será igual (por el bien de tus sentidos, especialmente de la vista) leer en un libro que en la pantalla. Romántica que es una, supongo. Aun así, calculo que no tardará demasiado en salir en bolsillo, si en realidad te interesa.
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