Edición e introducción de Julián Jiménez Heffernan. Trad. Mario Jurado. Berenice, Córdoba, 2006. 218 pp. 17,00 €
Alberto Luque Cortina
Más allá de la generosidad con la que la Historia trata a los vencedores, el talento de Joseph Conrad (1857-1924) se muestra especialmente en sus relatos, esa lectura incierta que se ubica entre el cuento y la novela, y que aporta una placentera dimensión al acto de leer. Con algunas excepciones —Lord Jim, quizá— las novelas “largas” de Conrad, como El Agente Secreto o la imposible Nostromo, resultan desmesuradas, y evidencian una afectada complejidad sustentada con debilidad en las diatribas morales de sus protagonistas, como si Conrad, a lo largo de la narración, se dedicara a rastrear en el interior de sus personajes la justificación de los actos que él les “obliga” a realizar. Por el contrario, los relatos cortos de Conrad suelen ser de una calidad y brillantez excepcionales, valga por caso La línea de sombra, Juventud, o El corazón de las tinieblas (este último si atendemos a la propia calificación del autor). Sin duda Conrad sentía una especial predilección por estas “distancias” literarias: Marlow, su alter ego, es un contador de historias, y las suyas suelen durar lo que dos botellas de whisky compartidas entre cuatro buenos amigos.
Dentro de este género, El duelo —que goza de una correcta versión cinematográfica a cargo de Ridley Scott (Los duelistas, 1977)— ocupa un lugar destacado, debido en buena medida a sus singularidades. En primer lugar, Conrad se basó en la historia real de dos oficiales franceses que, durante las guerras napoleónicas, mantuvieron una serie de lances de honor a lo largo de casi veinte años. Aunque buena parte de las narraciones de Conrad están construidas sobre los cimientos de su experiencia personal, en este caso el distanciamiento de los hechos narrados permite al lector un acercamiento más íntimo al pensamiento conradiano. Por otro lado, el autor opta por desprenderse del personalísimo traje verbal con el que suele vestir sus historias y adopta un lenguaje más claro y directo, cercano al estilo periodístico de la época.
Con el barro de los hechos reales —apenas diez líneas aparecidas en un periódico de provincias— Conrad construye un intenso relato de aventuras donde el sentido del deber y del honor alcanza límites absurdos, porque si bien los duelos entre caballeros exigían una causa de honor, en este caso el motivo es tan sutil, tan minúsculo o quizá impreciso, que los protagonistas dudan a veces de su existencia. En realidad no hay causa de honor, sino la visceralidad del encuentro entre dos caracteres antagónicos, aunque complementarios. Feraud, un hijo del pueblo llano, brutal, obsesivo, tragicómico, quiere acabar con D'Hubert porque encarna los valores de una clase social que detesta. El honor es para él una herramienta de la venganza, y el duelo una forma de igualdad. Para D'Hubert el duelo es una imposición absurda del destino que, sin embargo, acepta soportar, pues su elusión le haría indigno ante sí. En realidad se trata del mismo sentido (castrense) del honor que le impide preguntarse por las razones de ese otro duelo, el de Napoleón contra el mundo, que arrastra a ambos protagonistas por una Europa en llamas hasta los campos helados de Rusia.
La presente edición, a cargo de Julián Jiménez Heffernan, profesor de Literatura Inglesa de la Universidad de Córdoba, se ve enriquecida por la esmerada traducción de Mario Jurado y por la introducción del propio Jiménez Heffernan: un estudio exhaustivo alejado de los clichés clásicos que proporcionará a los iniciados una interesante lectura. Con esta obra la editorial Berenice inicia una serie sobre clásicos que, por el rigor de este primer volumen, promete agradables sorpresas a los lectores.
Alberto Luque Cortina
Más allá de la generosidad con la que la Historia trata a los vencedores, el talento de Joseph Conrad (1857-1924) se muestra especialmente en sus relatos, esa lectura incierta que se ubica entre el cuento y la novela, y que aporta una placentera dimensión al acto de leer. Con algunas excepciones —Lord Jim, quizá— las novelas “largas” de Conrad, como El Agente Secreto o la imposible Nostromo, resultan desmesuradas, y evidencian una afectada complejidad sustentada con debilidad en las diatribas morales de sus protagonistas, como si Conrad, a lo largo de la narración, se dedicara a rastrear en el interior de sus personajes la justificación de los actos que él les “obliga” a realizar. Por el contrario, los relatos cortos de Conrad suelen ser de una calidad y brillantez excepcionales, valga por caso La línea de sombra, Juventud, o El corazón de las tinieblas (este último si atendemos a la propia calificación del autor). Sin duda Conrad sentía una especial predilección por estas “distancias” literarias: Marlow, su alter ego, es un contador de historias, y las suyas suelen durar lo que dos botellas de whisky compartidas entre cuatro buenos amigos.
Dentro de este género, El duelo —que goza de una correcta versión cinematográfica a cargo de Ridley Scott (Los duelistas, 1977)— ocupa un lugar destacado, debido en buena medida a sus singularidades. En primer lugar, Conrad se basó en la historia real de dos oficiales franceses que, durante las guerras napoleónicas, mantuvieron una serie de lances de honor a lo largo de casi veinte años. Aunque buena parte de las narraciones de Conrad están construidas sobre los cimientos de su experiencia personal, en este caso el distanciamiento de los hechos narrados permite al lector un acercamiento más íntimo al pensamiento conradiano. Por otro lado, el autor opta por desprenderse del personalísimo traje verbal con el que suele vestir sus historias y adopta un lenguaje más claro y directo, cercano al estilo periodístico de la época.
Con el barro de los hechos reales —apenas diez líneas aparecidas en un periódico de provincias— Conrad construye un intenso relato de aventuras donde el sentido del deber y del honor alcanza límites absurdos, porque si bien los duelos entre caballeros exigían una causa de honor, en este caso el motivo es tan sutil, tan minúsculo o quizá impreciso, que los protagonistas dudan a veces de su existencia. En realidad no hay causa de honor, sino la visceralidad del encuentro entre dos caracteres antagónicos, aunque complementarios. Feraud, un hijo del pueblo llano, brutal, obsesivo, tragicómico, quiere acabar con D'Hubert porque encarna los valores de una clase social que detesta. El honor es para él una herramienta de la venganza, y el duelo una forma de igualdad. Para D'Hubert el duelo es una imposición absurda del destino que, sin embargo, acepta soportar, pues su elusión le haría indigno ante sí. En realidad se trata del mismo sentido (castrense) del honor que le impide preguntarse por las razones de ese otro duelo, el de Napoleón contra el mundo, que arrastra a ambos protagonistas por una Europa en llamas hasta los campos helados de Rusia.
La presente edición, a cargo de Julián Jiménez Heffernan, profesor de Literatura Inglesa de la Universidad de Córdoba, se ve enriquecida por la esmerada traducción de Mario Jurado y por la introducción del propio Jiménez Heffernan: un estudio exhaustivo alejado de los clichés clásicos que proporcionará a los iniciados una interesante lectura. Con esta obra la editorial Berenice inicia una serie sobre clásicos que, por el rigor de este primer volumen, promete agradables sorpresas a los lectores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario