lunes, noviembre 27, 2006

Cell, Stephen King

Trad. Bettina Blanch Tyroller. Plaza & Janés, Barcelona, 2006. 464 pp. 21,00 €

Elia Barceló

Antes de empezar este comentario, tengo que dejar claro que soy una rendida admiradora de Stephen King y he leído sobre un ochenta por ciento de su obra, para no exagerar. Cualquiera que le eche un vistazo a la bibliografía de King se dará cuenta de que es casi imposible asegurar que uno lo ha leído TODO, pero me estoy acercando a ello. Descubrí a King hace casi treinta años, por casualidad, como suelen suceder las cosas importantes, mucho antes de que fuera conocido en España, y la primera novela que cayó en mis manos —en inglés— fue Salem’s Lot. ¡Qué buen libro! ¡Qué tensión, qué dominio para dosificar la inquietud y el miedo del lector, qué excelente juego con su modelo, Drácula, de Bram Stoker!
A partir de ese momento, he sido una fiel lectora de King (salvo de sus obras de fantasía que, de alguna extraña manera, nunca han conseguido prenderme), y la compra anual de la nueva novela ha sido siempre para mí una pequeña fiesta y una gran alegría: El resplandor, La zona muerta, Misery, It (¡qué gran historia!).
Sin embargo, con el paso de los años, ha habido novelas que no me han gustado en absoluto —Los tommyknockers, por ejemplo; Buick 8—, otras que no me han apasionado —Retrato de Rose Madder, El cazador de sueños— y otras que me han devuelto el King que más me gusta —La milla verde, la primera historia de Corazones en la Atlántida—.
Hace dos años, creo recordar, King anunció que se retiraba, que no escribiría más historias, y yo pensé: «Imposible. Este hombre es un narrador compulsivo; sólo hay que esperar a que no aguante más.»
Y, efectivamente, el año pasado publicó Cell y yo esperé, como siempre, a que apareciera en bolsillo para leerla, sin muchas esperanzas después de Buick 8, todo hay que decirlo.
El domingo pasado, por fin, en un aeropuerto, la vi, la compré y el lunes la había terminado.
Como apreciará cualquier aficionado, aunque no lea la dedicatoria —a mí se me pasó al principio, con el ansia de leerla— la novela es una muy bien conseguida unión entre La noche de los muertos vivientes, la película de George Romero, y Soy leyenda, de Richard Mathison, con la primera ganando en la estética y la segunda en la idea.
No soy una gran aficionada a las historias de zombis o seres de la misma filiación; sin embargo, en esta novela, lo que sucede y los resultados del desastre global resultan tan creíbles que el lector no la percibe como un homenaje a Romero, sino más bien como una reflexión lúcida, y por eso bastante triste, sobre ciertos postulados de Freud, Jung, Darwin, y Konrad Lorenz sobre los seres humanos y en los que no puedo entrar porque se van desvelando poco a poco a lo largo de las páginas del libro.
En Cell, King nos ofrece, depurado y mejorado en mi opinión, lo que ya hizo hace un montón de años (1978) en Apocalipsis (The Stand), es decir, una visión del fin del mundo, esta vez traído por una señal electrónica que pasa a través de los teléfonos móviles enloqueciendo a sus usuarios. Pero si en Apocalipsis el encuadre era tan amplio que parecía todo el tiempo una película de romanos y el elemento religioso tenía una importancia enorme y no siempre bien dosificada, en Cell todo está más condensado y resulta más intenso por ello. Los más de treinta años de oficio se notan y se aprecian. Esta es la odisea de un pequeño grupo de personas normales en un mundo que ha dejado de ser normal.
En Cell sabemos lo suficiente de los personajes como para entenderlos e identificarnos con ellos, pero no más de lo necesario. El muy comentado error de King de dedicar dos páginas al currículum vitae de todo personaje secundario que se ponga a tiro, ha desaparecido en esta novela. Del mismo modo, el procedimiento habitual en King de dedicar el primer capítulo (o incluso dos o tres) a cimentar la realidad cotidiana de una pequeña ciudad estadounidense que después se convertirá en un infierno ha dejado de tener validez en Cell. Esta vez, tras sólo tres páginas de trasfondo y normalidad, se desencadena la catástrofe absoluta que no cesará hasta el final.
De los tres grados del terror que el mismo King define con magnífica lucidez en Danza macabra: el terror, el horror y la repulsión, en esta novela tenemos, sin lugar a dudas, una enorme cantidad de ejemplos del tercer tipo, el más básico, el más grosero de los miedos, siempre en palabras del mismo King. Y sin embargo, a pesar de que gran parte del texto avanza a través de imágenes en la mejor tradición del gore à la Romero, la combinación que nos ofrece con escenas tranquilas, intimistas y en algunos casos incluso líricas (y que no puedo detallar para no estropearle la novela a quien aún no la haya leído), hace que el texto no caiga en lo simplemente repugnante, sino que se eleve con frecuencia sobre lo visceral para darnos los mejores escalofríos, así como el impulso para la reflexión que debe ofrecer una buena novela de terror si pretende algo más que ser un shocker que se lee y se olvida.
A pesar de que la novela tiene 464 páginas en su traducción española, no se hace larga en ningún momento y el lector no tiene la impresión de que esta vez King está escribiendo de más para compensar a su público por el dinero invertido en la compra (cosa que ha confesado en varias entrevistas respecto a novelas anteriores). Al contrario, hay muchas cosas que no quedan explicadas y muchos datos que nunca llegamos a conocer. Parece que, en esta obra, ha decidido que menos es más, y yo lo veo como una muestra de oficio, dominio y veteranía.
La traducción al español, de Bettina Blanch Tyroller, es correcta en general, y en muchas ocasiones ha acertado plenamente en las expresiones coloquiales y vulgares que King utiliza con tanta soltura. El problema es que, cuando traduce párrafos llevados por el narrador (sin diálogo), Blanch se decanta por una lengua de registro considerablemente alto que hace rechinar muchas veces los diálogos, tan de andar por casa y, mucho peor, otras veces esa lengua elegante contamina incluso los diálogos. En lugar de elegir expresiones correctas pero neutras como «se forzó (o «se obligó») a controlarse», Blanch elige términos como «se conminó a controlarse» (153); del mismo modo que en los diálogos usa verbos como «espetar», «proferir», etcétera, donde King, como todos los anglosajones en general, se limita a un «decir», o comienza preguntas de diálogo coloquial con un «acaso»: «–¿Acaso crees que puedes coger tu coche?» (65).
Y un error (esta vez del corrector de la editorial, imagino) que me gustaría comentar es que en un momento de la novela aparece una nota con muchas faltas de ortografía y de sintaxis, escrita por un niño. La carta tiene tantas faltas que el personaje que la lee siente el impulso de disculparse por ellas. En la traducción española, aunque se mantiene el párrafo en que se hace referencia a la cantidad de errores, la carta está perfecta, sin un solo fallo. También a cargo del corrector va el que el «insanus» latino, o «insane» inglés («demente», «loco», en español) quede convertido en «insano» (263), con lo que no se le hace ningún favor al lector.
De todas maneras, en mi opinión, la traductora ha hecho un buen trabajo. Es muy difícil traducir el lenguaje coloquial y profundamente estadounidense de King porque está tan imbricado con la vida cotidiana de su país que más que traducirlo habría que trasladarlo, y eso no siempre sale bien ni resulta creíble.
Cell es una novela altamente recomendable para lectores del género de terror y de lo mejor que ha producido King en los últimos años. La tensión está magníficamente bien llevada, los personajes son no sólo creíbles sino entrañables, tiene algunas imágenes poderosísimas y el final no decepciona (no se asusten, no se lo voy a contar) aunque tengo que confesar que, una vez metida en ese mundo, yo hubiera podido leer unos cuantos capítulos más, pero toda historia tiene que terminar en algún punto y el que King ha elegido es un buen punto para cerrar el libro.
Para los que no sean lectores de terror lo mejor es buscar en este mismo blog otra novela que leer, ya que los no iniciados se encontrarán con algo que supera claramente el nivel de tolerancia de un neófito en el género.
Los aficionados, sin embargo, la disfrutarán página a página y, si no pueden dormir, será porque no quieren apagar la luz hasta haber terminado la novela.

3 comentarios:

JAB dijo...

Enhorabuena por el análisis, Elia.
Ya va siendo hora de que alguien tenga la valentía de hablar bien de Stephen King.
A mí me sucede lo mismo cada año: me compro casi todos sus libros. Unos cuantos me han decepcionado (algunos de los últimos), y otros me entusiasman (Misery, El misterio de Salem's Lot, Todo es eventual, Danza macabra, por citar algunos).
Hace tiempo que Cell espera en mi mesilla. Ahora me has dado más ganas de empezarlo.
Saludos.

Anónimo dijo...

esto ya lo lei en www.quesorete.com

Anónimo dijo...

¡Dios! Muchas Gracias... ¡Maravilloso! ¡Genial! y sobre todo ¡excelente! ¿Sabes? buscaba hace un buen rato una opinión sobre este libro, simplemente para cerciorarme de que no era la única que entendió el mensaje o lo disfruto. A decir verdad, llamarme aficionada sería exagerar. Pues además de ser menor de edad, mi conocimiento de los libros del Sr. King es casi nulo, sin embargo, si puedo afirmar que realmente para ser casi quinientas paginas disfrute su lectura página a página, dejándome en claro que las películas de este genero no son las únicas que asustan...