Thule, Barcelona, 2006. 112 pp. 11,54 €
Carol París
No se culpe a nadie de estas muertes, de estos crímenes que, presentados de forma brillante y ejemplar, nos ofrece Max Aub; “Confesiones sin cuento: de plano, de canto, directas, sin más deseos que explicar el arrebato”, como aduce en el prólogo incluido en la presente edición. Publicados por primera vez en México, en 1957, entran, en la revisión de 1968, otros crímenes más que también aquí se reproducen: “Añado bastantes, otros quedan perdidos en cien libretas que no son de hojear con detenimiento, sería no más perder tanto tiempo para tan poco.” Un “tan poco” que no constituye una simple captación de benevolencia, sino que incide en el género al que pertenecen estas confesiones, estos arrebatos. Aub tenía plena conciencia de estar trabajando con algo nuevo: con microrrelatos o, si queremos caer en el problema de la denominación del género, con minicuentos, con relatos microscópicos, con historias mínimas, siguiendo a Tomeo, con relatos hiperbreves, según Faroni, con narraciones ultracortas o bien con otras ocurrencias como los descuentos o los textículos, recordando a Pizarnik y a Cortázar... calificaciones, todas ellas, que apelan a la dimensión de un género que, por su brevísima extensión, apuesta por la intensidad como eje central en sus procedimientos retóricos.
Cercanos por su fragmentación al hipertexto, en ellos Aub juega con multiplicidad de voces insistiendo en un yo indeterminado, otorgando un ambiguo valor testimonial a unas declaraciones que intuimos destinadas a un juez, pero que parecen oídas por casualidad. Rompiendo el marco escénico tradicional, estos narradores se mueven en un espacio suspendido, en el de la mera enunciación, en el que nos desvelan el móvil, siempre disparatado, de su crimen. Porque, realmente no importa quién se expresa; los que aquí confiesan son la representación de una, de cualquier, colectividad. Ya en la parodia y en la paradoja del título se observa una fascinación por la cultura de la muerte que remite a la situación vital de un autor que vivió momentos de la Segunda Guerra Mundial, de la Guerra Civil, el exilio en México... situaciones en las que pudo constatar que, para muchos, la vida no valía nada.
Para Aub, el escritor debía convertirse en la conciencia ética de su tiempo; en su extensa obra, estructuralmente inspirada en el proyecto galdosiano de los Episodios Nacionales como forma para englobar una totalidad, quiso reflejar los treinta mil posibles protagonistas de la Guerra Civil. Siempre creando a partir de la Historia, en Las buenas intenciones (1954) rememoró la España de preguerra y en La calle de Valverde (1961) describió el ambiente madrileño durante la dictadura de Primo de Rivera. Si en algunos de sus relatos, como los recogidos en Enero si nombre, o en la serie novelística de los Campos, Aub escribe bajo los presupuestos de un realismo trascendente, apostando por un ejercicio testimonial de la literatura que no describa únicamente la realidad, sino que también la comprenda para emitir un juicio, en Crímenes ejemplares el autor revela una curiosa y cínica alternancia entre estrategias “desficcionalizadoras” a la vez que “desrealizadoras”, presentando las confesiones de estos asesinos desde una óptica extrañante, objetiva y desapasionada que actúa como filtro distanciador y que convierten el asesinato en un acto lúdico y en un juego verbal en el que las víctimas sólo cobrarán importancia por el hecho de que alguien hablará de ellas cuando hayan muerto. La hipérbole, al ser crímenes que se basan en la desproporción causa-efecto, es la base de la comicidad. El humor sarcástico y la ironía corrosiva permiten rebajar la actuación de estas voces desquiciadas, que asesinan por cosas insulsas pero que les sacan de quicio, con motivaciones tan triviales como “Lo maté porque no pude acordarme de cómo se llamaba. Usted no ha sido nunca subjefe de Ceremonial, en funciones de Jefe. Y el Presidente a mi lado, y aquel tipo, en la fila, avanzando, avanzando…” o bien “Lo maté porque era de Vinaroz”, microrrelato que, en cierto modo, sintetiza todo el libro. Con ello, Aub también muestra que el lenguaje y sus retóricas pueden ser un arma para justificar lo injustificable.
La mayor parte de estos microrrelatos se componen mediante grandes elipsis que permiten economizar la narración y a su vez llegar a oraciones cargadas de ambigüedad: “Me la devolvió rota, señor, y me dio una penada... Y se lo había advertido. Y me la quería pagar, la muy... Eso, sólo con la vida.” Siguiendo con la necesidad de simplificación retórica, Aub también retoma de Galdós su intento por adaptarse a los tiempos mediante la incorporación en la escritura del habla cotidiana y que confiere al libro en su totalidad un ritmo muy ágil. Algunos microrrelatos se construyen además con los procedimientos del chiste, “Era tan feo el pobre, que cada vez que me lo encontraba, parecía un insulto. Todo tiene su límite” o de la adivinanza: “Lo maté por idiota, por mal pensado, por tonto, por cerrado, por necio, por mentecato, por hipócrita, por guaje, por memo, por farsante, por jesuita, a escoger. Una cosa es verdad: no dos.” Por otra parte, las influencias estilísticas (en ningún caso ideológicas) de autores como Mihura y Jardiel Poncela se dejan entrever con la inserción de algunos de los leit-motivs de la vanguardia española, como el tema, típico en esos años, de la visita alquilada.
Aunque los Crímenes ejemplares estén estructurados en cuatro secciones (“Crímenes”, “De Suicidios” —del que derivarán los Suicidios ejemplares de Enrique Vila-Matas— “De gastronomía” y “Epitafios”) que otorgan cierta cohesión, es la continua variación la que regula el funcionamiento de este conjunto de instantáneas, de declaraciones dispersas, de muertes mediocres, llenas de humor negro y sin ningún orden aparente, ya que como desvela el autor en el prólogo: “Siempre que pude evité así la monotonía, que es otro crimen.” Con todo, Aub nos ofrece unos Crímenes de los que vale la pena ser cómplices.
Carol París
No se culpe a nadie de estas muertes, de estos crímenes que, presentados de forma brillante y ejemplar, nos ofrece Max Aub; “Confesiones sin cuento: de plano, de canto, directas, sin más deseos que explicar el arrebato”, como aduce en el prólogo incluido en la presente edición. Publicados por primera vez en México, en 1957, entran, en la revisión de 1968, otros crímenes más que también aquí se reproducen: “Añado bastantes, otros quedan perdidos en cien libretas que no son de hojear con detenimiento, sería no más perder tanto tiempo para tan poco.” Un “tan poco” que no constituye una simple captación de benevolencia, sino que incide en el género al que pertenecen estas confesiones, estos arrebatos. Aub tenía plena conciencia de estar trabajando con algo nuevo: con microrrelatos o, si queremos caer en el problema de la denominación del género, con minicuentos, con relatos microscópicos, con historias mínimas, siguiendo a Tomeo, con relatos hiperbreves, según Faroni, con narraciones ultracortas o bien con otras ocurrencias como los descuentos o los textículos, recordando a Pizarnik y a Cortázar... calificaciones, todas ellas, que apelan a la dimensión de un género que, por su brevísima extensión, apuesta por la intensidad como eje central en sus procedimientos retóricos.
Cercanos por su fragmentación al hipertexto, en ellos Aub juega con multiplicidad de voces insistiendo en un yo indeterminado, otorgando un ambiguo valor testimonial a unas declaraciones que intuimos destinadas a un juez, pero que parecen oídas por casualidad. Rompiendo el marco escénico tradicional, estos narradores se mueven en un espacio suspendido, en el de la mera enunciación, en el que nos desvelan el móvil, siempre disparatado, de su crimen. Porque, realmente no importa quién se expresa; los que aquí confiesan son la representación de una, de cualquier, colectividad. Ya en la parodia y en la paradoja del título se observa una fascinación por la cultura de la muerte que remite a la situación vital de un autor que vivió momentos de la Segunda Guerra Mundial, de la Guerra Civil, el exilio en México... situaciones en las que pudo constatar que, para muchos, la vida no valía nada.
Para Aub, el escritor debía convertirse en la conciencia ética de su tiempo; en su extensa obra, estructuralmente inspirada en el proyecto galdosiano de los Episodios Nacionales como forma para englobar una totalidad, quiso reflejar los treinta mil posibles protagonistas de la Guerra Civil. Siempre creando a partir de la Historia, en Las buenas intenciones (1954) rememoró la España de preguerra y en La calle de Valverde (1961) describió el ambiente madrileño durante la dictadura de Primo de Rivera. Si en algunos de sus relatos, como los recogidos en Enero si nombre, o en la serie novelística de los Campos, Aub escribe bajo los presupuestos de un realismo trascendente, apostando por un ejercicio testimonial de la literatura que no describa únicamente la realidad, sino que también la comprenda para emitir un juicio, en Crímenes ejemplares el autor revela una curiosa y cínica alternancia entre estrategias “desficcionalizadoras” a la vez que “desrealizadoras”, presentando las confesiones de estos asesinos desde una óptica extrañante, objetiva y desapasionada que actúa como filtro distanciador y que convierten el asesinato en un acto lúdico y en un juego verbal en el que las víctimas sólo cobrarán importancia por el hecho de que alguien hablará de ellas cuando hayan muerto. La hipérbole, al ser crímenes que se basan en la desproporción causa-efecto, es la base de la comicidad. El humor sarcástico y la ironía corrosiva permiten rebajar la actuación de estas voces desquiciadas, que asesinan por cosas insulsas pero que les sacan de quicio, con motivaciones tan triviales como “Lo maté porque no pude acordarme de cómo se llamaba. Usted no ha sido nunca subjefe de Ceremonial, en funciones de Jefe. Y el Presidente a mi lado, y aquel tipo, en la fila, avanzando, avanzando…” o bien “Lo maté porque era de Vinaroz”, microrrelato que, en cierto modo, sintetiza todo el libro. Con ello, Aub también muestra que el lenguaje y sus retóricas pueden ser un arma para justificar lo injustificable.
La mayor parte de estos microrrelatos se componen mediante grandes elipsis que permiten economizar la narración y a su vez llegar a oraciones cargadas de ambigüedad: “Me la devolvió rota, señor, y me dio una penada... Y se lo había advertido. Y me la quería pagar, la muy... Eso, sólo con la vida.” Siguiendo con la necesidad de simplificación retórica, Aub también retoma de Galdós su intento por adaptarse a los tiempos mediante la incorporación en la escritura del habla cotidiana y que confiere al libro en su totalidad un ritmo muy ágil. Algunos microrrelatos se construyen además con los procedimientos del chiste, “Era tan feo el pobre, que cada vez que me lo encontraba, parecía un insulto. Todo tiene su límite” o de la adivinanza: “Lo maté por idiota, por mal pensado, por tonto, por cerrado, por necio, por mentecato, por hipócrita, por guaje, por memo, por farsante, por jesuita, a escoger. Una cosa es verdad: no dos.” Por otra parte, las influencias estilísticas (en ningún caso ideológicas) de autores como Mihura y Jardiel Poncela se dejan entrever con la inserción de algunos de los leit-motivs de la vanguardia española, como el tema, típico en esos años, de la visita alquilada.
Aunque los Crímenes ejemplares estén estructurados en cuatro secciones (“Crímenes”, “De Suicidios” —del que derivarán los Suicidios ejemplares de Enrique Vila-Matas— “De gastronomía” y “Epitafios”) que otorgan cierta cohesión, es la continua variación la que regula el funcionamiento de este conjunto de instantáneas, de declaraciones dispersas, de muertes mediocres, llenas de humor negro y sin ningún orden aparente, ya que como desvela el autor en el prólogo: “Siempre que pude evité así la monotonía, que es otro crimen.” Con todo, Aub nos ofrece unos Crímenes de los que vale la pena ser cómplices.
3 comentarios:
Oh!! Me encantan los "Crímenes ejemplares" de Aub! Yo los tengo en la edición de Calambur, con prólogo de Haro Tecglen. Son geniales!
Si, la edición de Calambur no está nada mal, y el prólogo de Haro Tecglen es ejemplar. Además, circula una edición de los "Crímenes" con ilustraciones, creada por la Fundación Max Aub con la editorial Media Vaca, que también está muy bien.
Entre las secuelas de Crímenes Ejemplares hay que citar el libro "Museo del divorcio", de Román Piña, que utiliza la misma estructura si bien sobre otra temática (bueno, no tan otra).
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