Traducción de Jordi Martín Lloret. Salamandra, Barcelona, 2006. 157 págs. 11,90 €
Fernando García Calderón
Un amor clandestino resistiría mal el análisis precipitado que mi primo el Nueves —apodado así por ser más chulo que un ocho— realizaría aplicando lo que él denomina «la infalible regla literaria de los dedos de una mano: argumento —a éste reserva el pulgar, más carnoso—, estructura, héroes, fondo y tono». Mi primo, aficionado a las paradojas, apoya su tesis levantando la siniestra, que luce seis hermosos dátiles. Cosas de la biología.
Para empezar, Un amor clandestino cuenta una historia sencilla, de las que se resumen en tres o cuatro renglones. Habla de la Francia ocupada y de cómo alguien sin ideales mayores se esfuerza en salvar de los nazis a un judío polaco. Si sencilla es la historia, qué podría decirse de su estructura: el sujeto, ya anciano, toma el té con nosotros y nos relata aquellos años de la II Guerra Mundial, sus mejores años, sin apenas salirse de la línea recta. Alguna disquisición sobre los tiempos modernos, la pureza decepcionante de un CD sin las quejas del vinilo y poco más. Con estos mimbres, podemos imaginar qué clase de héroe resulta. Tenemos un protagonista que vendería a su madre por un libro de Thomas Mann, preferentemente La muerte en Venecia, y que no destaca por su sensibilidad ante los problemas ajenos.
A estas alturas mi primo ya habría tirado el libro. Yo, más tozudo que él, recomiendo seguir con la regla de los cinco dedos. La búsqueda del fondo en una obra ayuda a abrir más de una puerta. En ésta, sin duda, ocurre. Un amor clandestino —Un amor sin resistencia, traduciendo con fidelidad— no pretende hablar de la familia, ni del buen hacer de alguien capaz de jugarse la vida por llevar a su sótano a un perseguido y mantener una relación carnal, muy carnal, con él. Ni siquiera aspira a darnos un curso acelerado de aprendizaje de yiddish para conocedores de la lengua alemana, aunque en algún momento pudiera parecerlo. Habla, sencillamente, de la más íntima culpa, de la culpa con minúsculas, la que emana del pecado de omisión que nadie percibe o quiere percibir. Nuestro héroe, en plena vejez, tiene un último recuerdo hacia una señora que apenas trataba, que formaba parte del paisaje de su pequeña ciudad, que alguna vez lo abrazó con afecto. Era judía. Todos, también él, volvieron la cara cuando el invasor puso en marcha su particular sentido de la «limpieza».
Gilles Rozier desciende de judíos, según he podido indagar en nuestro socorrido Internet. Sus abuelos murieron en Auschwitz. La solapa del libro nos cuenta que es director, en París, de la Casa de la Cultura Yiddish. Sus novelas, breves, hablan de semitas de hoy, de judíos que sobrevivieron al sinsentido o del mismísimo Moisés —La promesse d’Oslo (2005), Par-delà les monts obscurs (1999) y Moïse fiction (2001) son ejemplos de lo que subrayo—. En Un amor clandestino —publicada en su país en septiembre de 2003—, Rozier hurga en la conciencia de una Francia no tan lejana. Y lo hace con el tono preciso, con un aguijón tan fino que apenas duele, con la cadencia desangelada de un protagonista educado pero distante, único en sus gustos, económico de gestos y de sentimientos, merecedor de ser conservado en el arcón de la memoria literaria. Para muestra, un par de botones: «... Yo no entendía por qué; suponía que porque eran judíos, o ajudiados, pero aún no comprendía muy bien el significado de esas palabras. Por lo general me horrorizaba no comprender las cosas, pero aquéllos eran tiempos de confusión y eslóganes rápidos»; «… si todos los jóvenes de mi generación se hubieran cargado a escondidas al alemán que se acostaba con su hermana […] en menos que canta un gallo nos habríamos librado del ejército del Reich.»
Un amor clandestino es un libro liviano, ameno, de apariencia digerible, que, leído con atención, se clava en la garganta antes de alcanzar el estómago y ser defecado, quedándose ahí por tiempo y tiempo. ¿Se puede pedir más?
Fernando García Calderón
Un amor clandestino resistiría mal el análisis precipitado que mi primo el Nueves —apodado así por ser más chulo que un ocho— realizaría aplicando lo que él denomina «la infalible regla literaria de los dedos de una mano: argumento —a éste reserva el pulgar, más carnoso—, estructura, héroes, fondo y tono». Mi primo, aficionado a las paradojas, apoya su tesis levantando la siniestra, que luce seis hermosos dátiles. Cosas de la biología.
Para empezar, Un amor clandestino cuenta una historia sencilla, de las que se resumen en tres o cuatro renglones. Habla de la Francia ocupada y de cómo alguien sin ideales mayores se esfuerza en salvar de los nazis a un judío polaco. Si sencilla es la historia, qué podría decirse de su estructura: el sujeto, ya anciano, toma el té con nosotros y nos relata aquellos años de la II Guerra Mundial, sus mejores años, sin apenas salirse de la línea recta. Alguna disquisición sobre los tiempos modernos, la pureza decepcionante de un CD sin las quejas del vinilo y poco más. Con estos mimbres, podemos imaginar qué clase de héroe resulta. Tenemos un protagonista que vendería a su madre por un libro de Thomas Mann, preferentemente La muerte en Venecia, y que no destaca por su sensibilidad ante los problemas ajenos.
A estas alturas mi primo ya habría tirado el libro. Yo, más tozudo que él, recomiendo seguir con la regla de los cinco dedos. La búsqueda del fondo en una obra ayuda a abrir más de una puerta. En ésta, sin duda, ocurre. Un amor clandestino —Un amor sin resistencia, traduciendo con fidelidad— no pretende hablar de la familia, ni del buen hacer de alguien capaz de jugarse la vida por llevar a su sótano a un perseguido y mantener una relación carnal, muy carnal, con él. Ni siquiera aspira a darnos un curso acelerado de aprendizaje de yiddish para conocedores de la lengua alemana, aunque en algún momento pudiera parecerlo. Habla, sencillamente, de la más íntima culpa, de la culpa con minúsculas, la que emana del pecado de omisión que nadie percibe o quiere percibir. Nuestro héroe, en plena vejez, tiene un último recuerdo hacia una señora que apenas trataba, que formaba parte del paisaje de su pequeña ciudad, que alguna vez lo abrazó con afecto. Era judía. Todos, también él, volvieron la cara cuando el invasor puso en marcha su particular sentido de la «limpieza».
Gilles Rozier desciende de judíos, según he podido indagar en nuestro socorrido Internet. Sus abuelos murieron en Auschwitz. La solapa del libro nos cuenta que es director, en París, de la Casa de la Cultura Yiddish. Sus novelas, breves, hablan de semitas de hoy, de judíos que sobrevivieron al sinsentido o del mismísimo Moisés —La promesse d’Oslo (2005), Par-delà les monts obscurs (1999) y Moïse fiction (2001) son ejemplos de lo que subrayo—. En Un amor clandestino —publicada en su país en septiembre de 2003—, Rozier hurga en la conciencia de una Francia no tan lejana. Y lo hace con el tono preciso, con un aguijón tan fino que apenas duele, con la cadencia desangelada de un protagonista educado pero distante, único en sus gustos, económico de gestos y de sentimientos, merecedor de ser conservado en el arcón de la memoria literaria. Para muestra, un par de botones: «... Yo no entendía por qué; suponía que porque eran judíos, o ajudiados, pero aún no comprendía muy bien el significado de esas palabras. Por lo general me horrorizaba no comprender las cosas, pero aquéllos eran tiempos de confusión y eslóganes rápidos»; «… si todos los jóvenes de mi generación se hubieran cargado a escondidas al alemán que se acostaba con su hermana […] en menos que canta un gallo nos habríamos librado del ejército del Reich.»
Un amor clandestino es un libro liviano, ameno, de apariencia digerible, que, leído con atención, se clava en la garganta antes de alcanzar el estómago y ser defecado, quedándose ahí por tiempo y tiempo. ¿Se puede pedir más?
2 comentarios:
Pedagógico a la vez de desenfadado, Fernando. No conocía a ese Nueves, ni a Gilles Rozier, pero ¿quién renuncia a un libro liviano, ameno, que se clava en la garganta?
Hola!!! Escribo desde Uruguay, estoy terminando ded leer "Un amor clandestino" de Rozier, y la verdad estoy maravillado por lo que leo, y la forma que lo narra, laverdad me encanta. Me gustaría poder recibir información si este autor ha escrito otras cosas, y sobre todo si ha escrito cosas acerca del tema gay.
Desde ya muchas gracias, y felicitaciones Gilles!!!
gus8182@montevideo.com.uy
Publicar un comentario