Anagrama. Barcelona, 2006. 284 págs. 15 €
Doménico Chiappe
La fotografía de Henri Cartier-Bresson en la portada del libro habla. Todos los sacerdotes miran el balón en juego. Resulta más apropiada que la archiconocida de Massat, en la que los seminaristas de Madrid patean la esférica, porque la mayoría de los gentiles miramos el fútbol desde las gradas o detrás de la pantalla y nos emociona más la periferia que lo que sucede en el terreno de juego. Los partidos del fanático no duran 90 minutos.
Dios es redondo es una crónica que rompe la frontera del texto periodístico para recorrer los senderos del ensayo. Villoro ha acostumbrado a sus lectores a sus interrupciones epifánicas, en la que se basa su voz narrativa. Esas sentencias rotundas e ingeniosas constituyen perfectos epitafios. De Javier Clemente, seleccionador de España en Francia 98, dice: «Desde la invención del café descafeinado no se veía un supresor de intensidad tan eficaz»; de Carlos Valderrama, el jugador colombiano de oxigenada melena: «el aburrimiento es la sofisticada diversión del dandy: el Pibe bosteza mientras patea portentos»; y de Ronaldo: «Es el único jugador que sólo compite contra sí mismo».
Ficcionador, una de las voces más sólidas del panorama actual, y cronista de varias aventuras alrededor del globo, Villoro se pasea por las ligas nacionales y por los mundiales. Al hablar de Nelson Rodrigues, el escritor-locutor que bautizó a Edson Arantes como Rey Pelé, dice una frase que bien describe el tono del libro: dice verdades que nunca se rebajan a ser objetivas.
Dios es redondo comienza como comienzan las buenas crónicas, con la exposición del cronista en toda su desnudez. «Es difícil aficionarse a un deporte sin querer practicarlo alguna vez. Jugué numerosos partidos y milité en las fuerzas inferiores de los Pumas. A los 16 años, ante la decisiva categoría Juvenil AA, supe que no podría llegar a primera división y sólo anotaría en el Maracaná cuando estuviera dormido». Y a partir de la dolorosa verdad, Villoro se dedicó a disfrutar del fútbol desde otro ángulo, como sólo lo disfrutan aquellos que nunca ganan o los que ganan siempre.
En el libro escruta comportamientos y sentimientos de casi todos los grandes del fútbol del último medio siglo. Cruyff, Di Stéfano, Beckenbauer, Baggio, Figo, Maradona, Pelé, Matthaüs, Rivaldo, Ronaldo, Ronaldinho, Zidane, que entablan un duelo con actores de las gradas, como Mick Jagger, la Cicciolina, Vázquez Montalbán, Italo Calvino o Samuel Beckett. Villoro despliega toda su capacidad para tejer coordenadas disímiles y convincentes.
Suprime tiempos y lugares para comparar dos selecciones o dos jugadores: «la selección colombiana de 1990 y 1994 jugó como si tuviera permiso para perder. En este sentido se apartaba de la gran selección peruana de México 70»; desmitifica: «en el fútbol moderno un equipo dirime intereses millonarios dos veces a la semana. Esto ha llevado a una tensa relación entre los remedios químicos y el peligro de que sean descubiertos», y asume un perspectiva del académico callejero: «El futbolista debe combinar el narcisismo del que desea mostrarse a toda costa, la vocación de encierro de una monja de clausura y la capacidad de tolerar hedores de un presidiario».
Se hace un recuento por el caso Figo, por la tragicomedia de Maradona y por los intríngulis de los dos últimos mundiales, en los que Villoro fue corresponsal de La Jornada. Lo mejor del libro, sin embargo, es el «tercer tiempo, ese rato de cervezas donde lo único mejor que ver un gol es recordarlo», porque promueve los recuerdos propios aunque no estén reseñados en las páginas que se leen. El gozo del fútbol y de la tribu.
Doménico Chiappe
La fotografía de Henri Cartier-Bresson en la portada del libro habla. Todos los sacerdotes miran el balón en juego. Resulta más apropiada que la archiconocida de Massat, en la que los seminaristas de Madrid patean la esférica, porque la mayoría de los gentiles miramos el fútbol desde las gradas o detrás de la pantalla y nos emociona más la periferia que lo que sucede en el terreno de juego. Los partidos del fanático no duran 90 minutos.
Dios es redondo es una crónica que rompe la frontera del texto periodístico para recorrer los senderos del ensayo. Villoro ha acostumbrado a sus lectores a sus interrupciones epifánicas, en la que se basa su voz narrativa. Esas sentencias rotundas e ingeniosas constituyen perfectos epitafios. De Javier Clemente, seleccionador de España en Francia 98, dice: «Desde la invención del café descafeinado no se veía un supresor de intensidad tan eficaz»; de Carlos Valderrama, el jugador colombiano de oxigenada melena: «el aburrimiento es la sofisticada diversión del dandy: el Pibe bosteza mientras patea portentos»; y de Ronaldo: «Es el único jugador que sólo compite contra sí mismo».
Ficcionador, una de las voces más sólidas del panorama actual, y cronista de varias aventuras alrededor del globo, Villoro se pasea por las ligas nacionales y por los mundiales. Al hablar de Nelson Rodrigues, el escritor-locutor que bautizó a Edson Arantes como Rey Pelé, dice una frase que bien describe el tono del libro: dice verdades que nunca se rebajan a ser objetivas.
Dios es redondo comienza como comienzan las buenas crónicas, con la exposición del cronista en toda su desnudez. «Es difícil aficionarse a un deporte sin querer practicarlo alguna vez. Jugué numerosos partidos y milité en las fuerzas inferiores de los Pumas. A los 16 años, ante la decisiva categoría Juvenil AA, supe que no podría llegar a primera división y sólo anotaría en el Maracaná cuando estuviera dormido». Y a partir de la dolorosa verdad, Villoro se dedicó a disfrutar del fútbol desde otro ángulo, como sólo lo disfrutan aquellos que nunca ganan o los que ganan siempre.
En el libro escruta comportamientos y sentimientos de casi todos los grandes del fútbol del último medio siglo. Cruyff, Di Stéfano, Beckenbauer, Baggio, Figo, Maradona, Pelé, Matthaüs, Rivaldo, Ronaldo, Ronaldinho, Zidane, que entablan un duelo con actores de las gradas, como Mick Jagger, la Cicciolina, Vázquez Montalbán, Italo Calvino o Samuel Beckett. Villoro despliega toda su capacidad para tejer coordenadas disímiles y convincentes.
Suprime tiempos y lugares para comparar dos selecciones o dos jugadores: «la selección colombiana de 1990 y 1994 jugó como si tuviera permiso para perder. En este sentido se apartaba de la gran selección peruana de México 70»; desmitifica: «en el fútbol moderno un equipo dirime intereses millonarios dos veces a la semana. Esto ha llevado a una tensa relación entre los remedios químicos y el peligro de que sean descubiertos», y asume un perspectiva del académico callejero: «El futbolista debe combinar el narcisismo del que desea mostrarse a toda costa, la vocación de encierro de una monja de clausura y la capacidad de tolerar hedores de un presidiario».
Se hace un recuento por el caso Figo, por la tragicomedia de Maradona y por los intríngulis de los dos últimos mundiales, en los que Villoro fue corresponsal de La Jornada. Lo mejor del libro, sin embargo, es el «tercer tiempo, ese rato de cervezas donde lo único mejor que ver un gol es recordarlo», porque promueve los recuerdos propios aunque no estén reseñados en las páginas que se leen. El gozo del fútbol y de la tribu.
2 comentarios:
No entiendo que tiene que ver este titulo con el libro. Al principio me intereso pensando que lo de redondo era porque Dios no tiene principio ni fin, luego vi que trataba de futbol, pues no lo entiendo, tal vez sea un error de imprenta y sea dios y no Dios lo que querian poner o mi dios, eso seria mas correcto. Aunque el pobre balon es lo que menos se idolatra en el futbol, pues todos le dan patadas; pero pobres de ellos, si no existiera, sus vidas no tendrian sentido. ESO MISMO OCURRE EN LA VIDA SIN DIOS.
aleska2@hotmail.com
Redondo, Redondo, como un 3-2 contra el rival más detestado, como un gol en el último minuot, como la Olímpica que dimos con mi viejo, tantas vecs desde la galera alentando a Colo Colo...sí, Juan, redondo, comoun negocio en que nadie pierde y nunca se quiebra. Así es el fútbol.
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