Tusquets, Barcelona, 2006. 172 pp. 15 €
Ángeles López
Terako, protagonista del relato que da nombre al volumen, sucumbe al sueño para evadirse de su soledad. Shibami, en La noche y los viajeros de la noche, da voz al sufrimiento de las dos mujeres que amaron a su difunto hermano. Fumi-chan, en Una experiencia, hace las paces con el espectro de la mujer que competía con ella por el amor de un antiguo amante. Tres relatos, tres mujeres y tres patologías del sueño —sonambulismo, insomnio y pesadilla— interconectados por una invisible pasamanería al servicio de un libro en el que lo bello y lo triste —que diría Kawabata— taladran hasta los huesos.
Podría decirse que Banana Yoshimoto es una militante de la belleza doliente en tanto que se ocupa de tejer relatos arenosos construidos con una precisión de relojería y adornados de una sensual melancolía en la que uno desearía instalarse a vivir. Esta prestidigitadora de historias que se esconde tras un sobrenombre frutal, fue camarera antes que escritora y su primera novela, Kitchen, nació tras la barra del bar en el que trabajaba. Una docena de libros más tarde, y ya licenciada en Arte, se ha convertido en una celebridad que ha desatado una auténtica «bananamanía» en medio mundo gracias a una prosa limpia que muerde a fuerza de calidad y rareza. Junto con sus compañeros de quinta, los Murakamis —Ryu o Hiruki—, ha abanderado una generación de novelistas que desafía el trascendentalismo literario nipón con una propuesta narrativa alejada de militancias éticas, políticas, vitales o raciales.
Si hay algún instrumento creado por la mano del hombre que pueda dar frío y calor a un tiempo, esa es la prosa de esta mujer fiel al espíritu zen que impera en el mundo flotante. Acaso se deba a su endémica añoranza, o al logro de su prosa naïf... Quizá porque haya sabido delimitar la frontera entre mundo sensible y el intangible o pudiera deberse a que su narrativa es la unión de palabras que uno nunca supo que pudieran juntarse. Sea como fuere, el caso es que ha logrado ese halo de inexplicable verdad literaria que sólo tienen un puñado de autores por siglo.
Embriaga por inocente, seduce por malévola y pasará a la historia como creadora de un estilo personalísimo, porque sus novelas se defienden solas allá por donde se traduzcan y a pesar del costumbrismo que destilan. Inquietante —por resumir— sería la palabra que la define. Tengo para mí que, las suyas, son historias góticas a la inversa, si es que el terror gótico pudiera tener reverso. La prosa de Yoshimoto parece que se le cayera de los bolsillos aunque, de tanta sencillez como consigue, tenga la propiedad de acunar, envolver y proteger al lector sin dejar de fascinarle ni un solo instante. En definitiva, es este un libro hipnótico, pero, sobre todo, rabiosa y bellamente a-emocional... Acaso nacido de la voluntad de retratar aquello que sucede al otro lado del espejo.
Ángeles López
Terako, protagonista del relato que da nombre al volumen, sucumbe al sueño para evadirse de su soledad. Shibami, en La noche y los viajeros de la noche, da voz al sufrimiento de las dos mujeres que amaron a su difunto hermano. Fumi-chan, en Una experiencia, hace las paces con el espectro de la mujer que competía con ella por el amor de un antiguo amante. Tres relatos, tres mujeres y tres patologías del sueño —sonambulismo, insomnio y pesadilla— interconectados por una invisible pasamanería al servicio de un libro en el que lo bello y lo triste —que diría Kawabata— taladran hasta los huesos.
Podría decirse que Banana Yoshimoto es una militante de la belleza doliente en tanto que se ocupa de tejer relatos arenosos construidos con una precisión de relojería y adornados de una sensual melancolía en la que uno desearía instalarse a vivir. Esta prestidigitadora de historias que se esconde tras un sobrenombre frutal, fue camarera antes que escritora y su primera novela, Kitchen, nació tras la barra del bar en el que trabajaba. Una docena de libros más tarde, y ya licenciada en Arte, se ha convertido en una celebridad que ha desatado una auténtica «bananamanía» en medio mundo gracias a una prosa limpia que muerde a fuerza de calidad y rareza. Junto con sus compañeros de quinta, los Murakamis —Ryu o Hiruki—, ha abanderado una generación de novelistas que desafía el trascendentalismo literario nipón con una propuesta narrativa alejada de militancias éticas, políticas, vitales o raciales.
Si hay algún instrumento creado por la mano del hombre que pueda dar frío y calor a un tiempo, esa es la prosa de esta mujer fiel al espíritu zen que impera en el mundo flotante. Acaso se deba a su endémica añoranza, o al logro de su prosa naïf... Quizá porque haya sabido delimitar la frontera entre mundo sensible y el intangible o pudiera deberse a que su narrativa es la unión de palabras que uno nunca supo que pudieran juntarse. Sea como fuere, el caso es que ha logrado ese halo de inexplicable verdad literaria que sólo tienen un puñado de autores por siglo.
Embriaga por inocente, seduce por malévola y pasará a la historia como creadora de un estilo personalísimo, porque sus novelas se defienden solas allá por donde se traduzcan y a pesar del costumbrismo que destilan. Inquietante —por resumir— sería la palabra que la define. Tengo para mí que, las suyas, son historias góticas a la inversa, si es que el terror gótico pudiera tener reverso. La prosa de Yoshimoto parece que se le cayera de los bolsillos aunque, de tanta sencillez como consigue, tenga la propiedad de acunar, envolver y proteger al lector sin dejar de fascinarle ni un solo instante. En definitiva, es este un libro hipnótico, pero, sobre todo, rabiosa y bellamente a-emocional... Acaso nacido de la voluntad de retratar aquello que sucede al otro lado del espejo.
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