Anagrama. Barcelona, 2005. 568 pp. 22 €
Andrés Neuman
Puede que no sea la mejor de todas sus novelas, y puede que sus 550 páginas resulten por momentos excesivas, pero cualquier novela mediana de Álvaro Pombo basta para superar con holgura el nivel de la mayoría de libros que cada año se publican en España.
Contra natura es una suerte de tratado contemporáneo sobre la homosexualidad masculina en nuestro país, una indagación en sus raíces, pedagogía y evolución desde el franquismo de los seminarios a la posmodernidad de Chueca. La novela dibuja un cuadrado de moral sexual, o de sexo moral, en el que cada lado es un personaje que vive su condición desde una perspectiva diferente según su temperamento, generación e ideología. Desplegando morosas espirales, Contra natura emprende un análisis (a ratos brutal, a ratos delicado) de las emociones y apetitos de esos cuatro personajes, cuyos cuerpos y almas se cruzan a lo largo del argumento en un constante, lúbrico enroque. Todo ello es cierto, y su trascendencia sociológica (incluyendo sus polémicas y muchas veces discutibles moralejas) está fuera de duda.
Ahora bien, más allá de ese valor sociológico, o digamos que por entre las piernas del asunto, se cuela otra cuestión no menos extraordinaria y que marca la diferencia entre cualquier ensayo interesante sobre la cultura gay y la novela de un narrador maestro: el lenguaje. El lenguaje es la verdadera libido de Contra natura, el quinto amante del libro y, sobre todo, el primero de Pombo. De poco servirían las consideraciones filosóficas o las profundas (y agotadoras) disquisiciones de la novela, sin la carne viscosa, impulsiva y extrañamente poética de su estilo. Por su propia naturaleza extrema, contra natura de toda convención clásica, el estilo del autor obliga al lector a tomar inmediato partido estético: Pombo disgusta o fascina, repele o atrapa. No cabe la tibieza en su lectura, ni tampoco en el personaje desaforado, cómico e irritante que su autor ha construido para el público, o para defenderse de él.
La omnisciencia de Pombo, su voz exagerada, es un festival óptico y una carnicería psicológica. Y, si no fuera porque a uno le da grima la palabra ‘prosodia’, se aventuraría en doctorales observaciones acerca del laberinto rítmico y la pasión orquestal de su sintaxis. Es, en definitiva, el nuevo concierto de la orquesta contranatural de ese señor tan raro, tan pedante y tan potente que escribe con lírica inteligencia, con vísceras pensantes. A Pombo y platillo.
Puede que no sea la mejor de todas sus novelas, y puede que sus 550 páginas resulten por momentos excesivas, pero cualquier novela mediana de Álvaro Pombo basta para superar con holgura el nivel de la mayoría de libros que cada año se publican en España.
Contra natura es una suerte de tratado contemporáneo sobre la homosexualidad masculina en nuestro país, una indagación en sus raíces, pedagogía y evolución desde el franquismo de los seminarios a la posmodernidad de Chueca. La novela dibuja un cuadrado de moral sexual, o de sexo moral, en el que cada lado es un personaje que vive su condición desde una perspectiva diferente según su temperamento, generación e ideología. Desplegando morosas espirales, Contra natura emprende un análisis (a ratos brutal, a ratos delicado) de las emociones y apetitos de esos cuatro personajes, cuyos cuerpos y almas se cruzan a lo largo del argumento en un constante, lúbrico enroque. Todo ello es cierto, y su trascendencia sociológica (incluyendo sus polémicas y muchas veces discutibles moralejas) está fuera de duda.
Ahora bien, más allá de ese valor sociológico, o digamos que por entre las piernas del asunto, se cuela otra cuestión no menos extraordinaria y que marca la diferencia entre cualquier ensayo interesante sobre la cultura gay y la novela de un narrador maestro: el lenguaje. El lenguaje es la verdadera libido de Contra natura, el quinto amante del libro y, sobre todo, el primero de Pombo. De poco servirían las consideraciones filosóficas o las profundas (y agotadoras) disquisiciones de la novela, sin la carne viscosa, impulsiva y extrañamente poética de su estilo. Por su propia naturaleza extrema, contra natura de toda convención clásica, el estilo del autor obliga al lector a tomar inmediato partido estético: Pombo disgusta o fascina, repele o atrapa. No cabe la tibieza en su lectura, ni tampoco en el personaje desaforado, cómico e irritante que su autor ha construido para el público, o para defenderse de él.
La omnisciencia de Pombo, su voz exagerada, es un festival óptico y una carnicería psicológica. Y, si no fuera porque a uno le da grima la palabra ‘prosodia’, se aventuraría en doctorales observaciones acerca del laberinto rítmico y la pasión orquestal de su sintaxis. Es, en definitiva, el nuevo concierto de la orquesta contranatural de ese señor tan raro, tan pedante y tan potente que escribe con lírica inteligencia, con vísceras pensantes. A Pombo y platillo.
3 comentarios:
Muy buena crítica. Una crítica apasionada para un autor apasionado. Al leerla he sentido el impulso de exclamar: ¡Bravo!Pombo es uno de mis autores pendientes, y al leer su crítica me doy cuenta de que debo poner remedio a ello.
Un saludo.
A mi se me cayó de las manos al llegar a la página cien. Seguramente es el libro más indigesto que he leído en lo que va de año, lo cual no le invalida a él como escritor, sino a mí como lector suyo.
Yo hace tiempo que me di de baja de Pombo por desmesurado -siempre le sobran 100 páginas, por lo menos-, por pedante, por florido y por falso. A mi modo de ver lo suyo son ejercicios de estilo más que novelas.
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