John Cheever nunca tuvo demasiada suerte. Alcohólico durante muchos, demasiado años, su vida estuvo marcada por su condición bisexual, que nunca acabó de asimilar, y por su literatura, que no acababa de ver valorada a la altura de otros contemporáneos suyos como Hemingway o Capote. Solo al final de su vida alcanzó cierto triunfo, cuando sus relatos fueron premiados con el Pulitzer y cuando se le consideró el principal favorito para ser galardonado con el Premio Nobel. Y fue entonces, cuando estaba empezando a disfrutar del reconocimiento, cuando falleció, a los 70 años, después de haber escrito cinco novelas y más de ciento cincuenta cuentos, la mayoría de ellos para la revista The New Yorker.
Aparece ahora en las librerías, publicada por Emecé, una recopilación de los relatos de Cheever en castellano. Ya con anterioridad se han editado en nuestro país otras antologías del autor pero esta es, sin duda, la más completa. Quizás las más completa posible, porque hay ciertos relatos que Cheever, o sus herederos, siempre se han negado a que fueran reeditados. Se trata de cuentos que, él mismo Cheever confesó, fueron escritos en su día como mero recurso alimenticio, para conseguir llegar a final de mes, cuando no totalmente llevado por el alcohol, completamente borracho, más de lo habitual. Son quince o veinte cuentos, entre los cuales algunos de sus seguidores creen que hay verdaderas joyas, cuentos que han pasado ya al terreno de la mitología, de la búsqueda de tesoros, de la leyenda.
Al margen de estos cuentos, los dos volúmenes de relatos que presenta Emecé constituyen una oportunidad única para descubrir o volver a disfrutar con este autor que sin duda en la faceta de cuentista fue donde alcanzó sus mayores logros. Sería injusto destacar algunos relatos por encima de otros, pues estamos hablando de un nivel excepcional en todos los casos, pero cuentos como El nadador, El ladrón de Shady Hill, Adiós, hermano mío o El marido rural son una muestra del altísimo valor literario de Cheever.
Un valor, además, que no se agota en sí mismo, pues el peculiar modo de escribir cuentos de Cheever, la articulación de todo un mundo a partir de una anécdota, el tomar un hecho cotidiano, sin importancia aparente, y construir a partir de él todo un entorno, una atmósfera, una realidad, es algo que influyó sobremanera en los escritores estadounidenses (sobre todo los cuentistas) que vinieron detrás de él, en especial en Carver y los autores del llamado realismo sucio. Puede decirse que sin Cheever la literatura norteamericana no habría sido lo que es hoy, no habría evolucionado en esa dirección. Por ello, además de por el mero placer en sí de leer estos cuentos, estamos una obra de altísima importancia.
Aparece ahora en las librerías, publicada por Emecé, una recopilación de los relatos de Cheever en castellano. Ya con anterioridad se han editado en nuestro país otras antologías del autor pero esta es, sin duda, la más completa. Quizás las más completa posible, porque hay ciertos relatos que Cheever, o sus herederos, siempre se han negado a que fueran reeditados. Se trata de cuentos que, él mismo Cheever confesó, fueron escritos en su día como mero recurso alimenticio, para conseguir llegar a final de mes, cuando no totalmente llevado por el alcohol, completamente borracho, más de lo habitual. Son quince o veinte cuentos, entre los cuales algunos de sus seguidores creen que hay verdaderas joyas, cuentos que han pasado ya al terreno de la mitología, de la búsqueda de tesoros, de la leyenda.
Al margen de estos cuentos, los dos volúmenes de relatos que presenta Emecé constituyen una oportunidad única para descubrir o volver a disfrutar con este autor que sin duda en la faceta de cuentista fue donde alcanzó sus mayores logros. Sería injusto destacar algunos relatos por encima de otros, pues estamos hablando de un nivel excepcional en todos los casos, pero cuentos como El nadador, El ladrón de Shady Hill, Adiós, hermano mío o El marido rural son una muestra del altísimo valor literario de Cheever.
Un valor, además, que no se agota en sí mismo, pues el peculiar modo de escribir cuentos de Cheever, la articulación de todo un mundo a partir de una anécdota, el tomar un hecho cotidiano, sin importancia aparente, y construir a partir de él todo un entorno, una atmósfera, una realidad, es algo que influyó sobremanera en los escritores estadounidenses (sobre todo los cuentistas) que vinieron detrás de él, en especial en Carver y los autores del llamado realismo sucio. Puede decirse que sin Cheever la literatura norteamericana no habría sido lo que es hoy, no habría evolucionado en esa dirección. Por ello, además de por el mero placer en sí de leer estos cuentos, estamos una obra de altísima importancia.
2 comentarios:
Pues la verdad es que después de leer esta crítica me quedo igual que estaba.
No seas boba, Laura. Ya sabes que es muy difícil explicar qué se siente o qué se experimenta al leer relato corto, no es lo mismo leer relato que novela.
Yo también recomiendo a Cheever; y más en concreto: "El nadador" y "Una visión del mundo".
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