«El hambre soy yo», afirma la narradora en una de las primeras páginas de este singular libro. Un texto escrito con toda la sinceridad del mundo porque comunica con el inconsciente más humano y revela esa finísima vena de humor con que su autora dota a esta autobiografía, puesto que de lo que se trata, en apenas doscientas páginas, es de contar la historia de la niña Amélie Nothomb (Kobe, Japón, 1967) desde sus tiernos e inocentes tres años hasta una adolescencia que transcurre por los espacios de una China comunista, un Nueva York tan cosmopolita como capitalista para llegar a un Bangladesh tercermundista o una Birmania hermosa, lugares capaces de devolverle a la joven ese lugar que ocupa la naturaleza humana. En realidad, Biografía del hambre, la última entrega de la narradora belga más carismática de los últimos diez años, propone un continuo desplazamiento sin referencia alguna a ese apetito absoluto del que hace gala en el título mismo. Y un libro con semejantes características carecería de interés alguno si no fuera porque la autora-protagonista expone en sus páginas el continuo deseo o la voracidad a que se vio sometida durante sus años infantiles y de adolescencia, un apetito convertido en glotonería porque nos descubre muchos de los registros de la narradora Nothomb: una insaciable sed de existencia, un apetito de lecturas, una profunda atracción lésbica, una dependencia del alcohol, incluso esa necesidad de salud tras la experiencia birmana de dos años de anorexia. Una suma de cambios que le hicieron vivir choques ante extrañas lenguas y culturas, pero que le proporcionaron ese carácter fuerte capaz de discernir entre actitudes políticas o vivenciales. Y así construye la narradora recuerdos y experiencias de su infancia cuya originalidad radica en el mensaje mismo, su vuelta a la niñez y al país donde nació para ajustar cuentas con su pasado, para demostrarle al lector esa necesidad de escritura que la joven había experimentado desde sus primeras novelas, Higiene del asesino (1996) o Las Catilinarias (1997), ambas muy recomendables por la facilidad de un estilo directo, caracterizadas por una prosa transparente y ágil. Una escritura, en suma, dotada de una asombrosa capacidad para crear personajes sin apenas descripción, como ocurre en este libro, la historia de la inocente niña capaz de demostrar que tras sus experiencias su vida no está sujeta a ley alguna y que la purga ha terminado con esta declaración con que finiquita su infancia, ensayada paralelamente en Metafísica de los tubos (2000) o Sabotaje amoroso (2003).
Al final de la novela, o de la autobiografía, la narradora se enfrenta de nuevo a la visión de un Japón añorado porque su existencia se justificaba en la niñera Nishio-san, con quien se reencuentra a su vuelta, y ésta, con el mismo cariño de antes, con un ejemplar guiño final, le cuenta haber sobrevivido milagrosamente al terremoto de Kobo, ocurrido el 17 de enero de 1995, y pese a haberlo perdido todo, se muestra feliz por continuar con vida.
1 comentario:
Una escritora muy interesante, sobre todo por su forma compulsiva y estructurada al tiempo de plantear su mundo narrativo, pero hay que admitir que presa de muchos altibajos narrativos. Ejemplo era Antichrista, tan interesante como repetitiva. Confíemos en esta última novela suya.
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