Funambulista, Madrid, 2006. 320 pp. 15,95 €
Carlos Castán
La niña de las trenzas a la que espiábamos en el colegio, una mujer que coincide con nosotros por casualidad en un vagón de metro y durante un par de estaciones hace volar nuestra imaginación, dolorosamente, hacia los rincones oscuros de una alcoba imposible, otra hallada entre los pliegues de un sueño, o en una calle borrosa del pasado. Hay muchas maneras de contar una vida, y una de ellas, probablemente de las más sugerentes, es ir recorriendo los nombres y los instantes de las mujeres que a lo largo del tiempo fueron objeto de nuestra fascinación, las que pasaron de largo y las que se quedaron. Luminosas y siniestras, putas y princesas, siempre estuvieron ahí y no pueden dejar de ser hitos insoslayables para cualquier mirada retrospectiva que persiga reconstruir de algún modo el relato de una vida. Este es el propósito de Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), que en Por qué nos gustan las mujeres va reconstruyendo el mapa sentimental de un ser humano tímido, a veces apocado, propenso al arrobamiento, cuya mirada se divide a partes iguales entre los estantes de las bibliotecas universitarias, con los libros primeros de Kafka, Borges o Salinger, y las piernas de las muchachas, el vuelo de sus faldas en los parques y callejas de una Rumanía oscura y varada a las orillas del telón de acero, con sus oficinas hostiles, su Securitate en las esquinas, las sirenas de sus fábricas y su nieve sucia. La base del libro es autobiográfica (diga lo que diga el autor), aunque toda memoria tiene inevitablemente bastante de ficción, la imaginación acude a completar la escena allá donde los detalles, los rostros y los escenarios han quedado desvaídos o a oscuras. Esto es así en cualquier recreación del pasado y en esta colección de textos no trata precisamente de ocultarse, sino que se potencia y se anuncia: los recuerdos adquieren un envoltorio onírico y los sueños se asoman a la realidad cotidiana tiñéndola por entero. A través de las mujeres de su vida, y en un diálogo con el recuerdo de ellas, el personaje se busca y se reconoce. Y vuelve al campus universitario de Berkeley, o a un piso de estudiantes en París, o a cualquier parque de Viena o de Turín como si la memoria fuese persiguiendo un perfume. Mircea Cartarescu, que ya había publicado en nuestro país El sueño (Seix Barral, 1993), reúne en este libro, magníficamente editado por Funambulista con ilustraciones de Tifos Álvares, una serie de textos dispersos, la mayor parte de ellos escritos en su día para la revista Elle, que van desde el brevísimo ensayo filosófico acerca de la felicidad, al relato literario pasando por el poema en prosa, del fiel apunte en el cuaderno de notas al lirismo más desmelenado, pero todos ellos escritos de forma convincente y poderosa. Es imposible saber qué hubiera sucedido con esta obra si el autor se hubiese ocupado más de corregir esta falta de unidad de los diferentes textos antes de entregarlos para su publicación en forma de libro, puede que el encanto se hubiera roto al perderse ese aire casual de la dejadez, o quizá estaríamos ante una obra maestra.
Carlos Castán
La niña de las trenzas a la que espiábamos en el colegio, una mujer que coincide con nosotros por casualidad en un vagón de metro y durante un par de estaciones hace volar nuestra imaginación, dolorosamente, hacia los rincones oscuros de una alcoba imposible, otra hallada entre los pliegues de un sueño, o en una calle borrosa del pasado. Hay muchas maneras de contar una vida, y una de ellas, probablemente de las más sugerentes, es ir recorriendo los nombres y los instantes de las mujeres que a lo largo del tiempo fueron objeto de nuestra fascinación, las que pasaron de largo y las que se quedaron. Luminosas y siniestras, putas y princesas, siempre estuvieron ahí y no pueden dejar de ser hitos insoslayables para cualquier mirada retrospectiva que persiga reconstruir de algún modo el relato de una vida. Este es el propósito de Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), que en Por qué nos gustan las mujeres va reconstruyendo el mapa sentimental de un ser humano tímido, a veces apocado, propenso al arrobamiento, cuya mirada se divide a partes iguales entre los estantes de las bibliotecas universitarias, con los libros primeros de Kafka, Borges o Salinger, y las piernas de las muchachas, el vuelo de sus faldas en los parques y callejas de una Rumanía oscura y varada a las orillas del telón de acero, con sus oficinas hostiles, su Securitate en las esquinas, las sirenas de sus fábricas y su nieve sucia. La base del libro es autobiográfica (diga lo que diga el autor), aunque toda memoria tiene inevitablemente bastante de ficción, la imaginación acude a completar la escena allá donde los detalles, los rostros y los escenarios han quedado desvaídos o a oscuras. Esto es así en cualquier recreación del pasado y en esta colección de textos no trata precisamente de ocultarse, sino que se potencia y se anuncia: los recuerdos adquieren un envoltorio onírico y los sueños se asoman a la realidad cotidiana tiñéndola por entero. A través de las mujeres de su vida, y en un diálogo con el recuerdo de ellas, el personaje se busca y se reconoce. Y vuelve al campus universitario de Berkeley, o a un piso de estudiantes en París, o a cualquier parque de Viena o de Turín como si la memoria fuese persiguiendo un perfume. Mircea Cartarescu, que ya había publicado en nuestro país El sueño (Seix Barral, 1993), reúne en este libro, magníficamente editado por Funambulista con ilustraciones de Tifos Álvares, una serie de textos dispersos, la mayor parte de ellos escritos en su día para la revista Elle, que van desde el brevísimo ensayo filosófico acerca de la felicidad, al relato literario pasando por el poema en prosa, del fiel apunte en el cuaderno de notas al lirismo más desmelenado, pero todos ellos escritos de forma convincente y poderosa. Es imposible saber qué hubiera sucedido con esta obra si el autor se hubiese ocupado más de corregir esta falta de unidad de los diferentes textos antes de entregarlos para su publicación en forma de libro, puede que el encanto se hubiera roto al perderse ese aire casual de la dejadez, o quizá estaríamos ante una obra maestra.
2 comentarios:
castan es el mejor, deberia recibir un premio nobel
Carlos Castan...a Carlos le rodea una aureola de misterio y al mirar su rostro puedes ver libros vijos, tertulias nocturnas en un madrid que ya no existe... sus palabras son como sus relatos evocan tantas imagenes, tantos sentimientos... es una de las personas que mas me fascina.. un saludo
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