Anagrama, Barcelona, 2006. 249 págs. 16€
Marta Sanz
Construir una moral laica postcristiana a partir de los dispositivos de la ateología es el objetivo de este ensayo. La negación de Dios, de los monoteísmos y del cristianismo en nuestro mundo occidental son los pasos de un proceso conducente a eliminar las trabas para la felicidad de un ser humano alienado por la pulsión de muerte y por la conciencia de que la vida es trágica. La propuesta de Onfray, inscrita en la tradición de las Luces y especialmente en las figuras de los filósofos materialistas y ateos —Meslier, Feuerbach, Nietzsche—, pasa por la deconstrucción de los mitos religiosos que, lejos de dulcificar y de imprimir bondad y racionalidad sobre las vidas públicas y privadas, desemboca en una neurosis personal y colectiva que cristaliza en la Historia negra de la humanidad. Algunas de las tesis del libro son tan informativas como valientes: la relación entre el nazismo y el cristianismo y, en general, del cristianismo con los sistemas fascistas y dictatoriales puede levantar ampollas en ese sector de la población pensante —ultraconservador y no tan ultraconservador— que asocia la figura de Jesús con el bien y con la paz. Sin embargo, Onfray plantea que fue Jesús —las fabulaciones y ficciones sobre Jesús— quien expulsó a los mercaderes del templo, dotando de argumentos a Hitler, en su campaña de exterminio de judíos y de bolcheviques. El pensamiento de Onfray, lejos de blandenguerías, se expresa sin paños calientes, sin practicar esa falsa tolerancia, fruto de años de una corrección política que es una de las manifestaciones más perversas de nuestra doble moral y que se explicita en la idea de que ni todos los discursos son válidos, ni el mago merece el mismo respeto que el filósofo.
El Tratado de ateología es un texto del que se aprende y que estimula la reflexión: a título personal, comparto con el autor esa asimilación entre religiones y fábulas que aleja al individuo de la realidad y cercena tanto su capacidad de disfrute, como su capacidad de acción sobre lo real —es curiosa la convergencia entre las tesis de Onfray y las de ciertos críticos literarios franceses como Christophe Donner y su Contra la imaginación—; comparto las críticas de Onfray que se circunscriben al espacio de lo íntimo. No me parecen, sin embargo, tan convincentes las propuestas para explicar lo colectivo, lo político, lo histórico: aunque las religiones hayan escrito la Historia con sangre, no constituyen por sí solas un argumento. No puedo estar de acuerdo con la idea de que el conflicto entre palestinos e israelíes se base, en exclusiva, en razones de índole religiosa: reducir la yihad o la intifada a mera cuestión de fe coránica es una simplificación que obvia la posibilidad de que, por debajo de las fábulas religiosas, latan otro tipo de intereses que tienen que ver con el nuevo monoteísmo universal: el Dinero. En el mundo contemporáneo, la religión, al menos en Occidente, puede abordarse como una excusa, pero no como una causa única. En el mundo occidental, Dios es el Banco Mundial y el Dios judeocristiano que empapa nuestra vida cotidiana se ha convertido en la herramienta para reprimir ciertas conductas sexuales, formas y opciones libres de vida, que se niegan a someterse a los fantasmas de la trascendencia. Nos hallamos ante la eterna polémica de si la ética protestante es la madre del capitalismo o si el capitalismo es la madre de la ética protestante. Marx y Weber, de forma indirecta pero profunda, resurgen de sus cenizas. La propuesta materialista de Onfray es bellísima, aunque quizá algunos poetas echen de menos el símbolo de Dios, sin el que la trascendencia, el ángel, el demonio y la noche desaparecen, dejando huérfanos a los amantes de lo inefable. Quizá Dios siga siendo necesario, aunque sea tan solo desde una perspectiva imaginativa y cultural, despojada de ese potencial destructor que tanto daño ha hecho. Un libro interesantísimo, pese a los acordes y desacuerdos que pueda suscitar en el lector.
Marta Sanz
Construir una moral laica postcristiana a partir de los dispositivos de la ateología es el objetivo de este ensayo. La negación de Dios, de los monoteísmos y del cristianismo en nuestro mundo occidental son los pasos de un proceso conducente a eliminar las trabas para la felicidad de un ser humano alienado por la pulsión de muerte y por la conciencia de que la vida es trágica. La propuesta de Onfray, inscrita en la tradición de las Luces y especialmente en las figuras de los filósofos materialistas y ateos —Meslier, Feuerbach, Nietzsche—, pasa por la deconstrucción de los mitos religiosos que, lejos de dulcificar y de imprimir bondad y racionalidad sobre las vidas públicas y privadas, desemboca en una neurosis personal y colectiva que cristaliza en la Historia negra de la humanidad. Algunas de las tesis del libro son tan informativas como valientes: la relación entre el nazismo y el cristianismo y, en general, del cristianismo con los sistemas fascistas y dictatoriales puede levantar ampollas en ese sector de la población pensante —ultraconservador y no tan ultraconservador— que asocia la figura de Jesús con el bien y con la paz. Sin embargo, Onfray plantea que fue Jesús —las fabulaciones y ficciones sobre Jesús— quien expulsó a los mercaderes del templo, dotando de argumentos a Hitler, en su campaña de exterminio de judíos y de bolcheviques. El pensamiento de Onfray, lejos de blandenguerías, se expresa sin paños calientes, sin practicar esa falsa tolerancia, fruto de años de una corrección política que es una de las manifestaciones más perversas de nuestra doble moral y que se explicita en la idea de que ni todos los discursos son válidos, ni el mago merece el mismo respeto que el filósofo.
El Tratado de ateología es un texto del que se aprende y que estimula la reflexión: a título personal, comparto con el autor esa asimilación entre religiones y fábulas que aleja al individuo de la realidad y cercena tanto su capacidad de disfrute, como su capacidad de acción sobre lo real —es curiosa la convergencia entre las tesis de Onfray y las de ciertos críticos literarios franceses como Christophe Donner y su Contra la imaginación—; comparto las críticas de Onfray que se circunscriben al espacio de lo íntimo. No me parecen, sin embargo, tan convincentes las propuestas para explicar lo colectivo, lo político, lo histórico: aunque las religiones hayan escrito la Historia con sangre, no constituyen por sí solas un argumento. No puedo estar de acuerdo con la idea de que el conflicto entre palestinos e israelíes se base, en exclusiva, en razones de índole religiosa: reducir la yihad o la intifada a mera cuestión de fe coránica es una simplificación que obvia la posibilidad de que, por debajo de las fábulas religiosas, latan otro tipo de intereses que tienen que ver con el nuevo monoteísmo universal: el Dinero. En el mundo contemporáneo, la religión, al menos en Occidente, puede abordarse como una excusa, pero no como una causa única. En el mundo occidental, Dios es el Banco Mundial y el Dios judeocristiano que empapa nuestra vida cotidiana se ha convertido en la herramienta para reprimir ciertas conductas sexuales, formas y opciones libres de vida, que se niegan a someterse a los fantasmas de la trascendencia. Nos hallamos ante la eterna polémica de si la ética protestante es la madre del capitalismo o si el capitalismo es la madre de la ética protestante. Marx y Weber, de forma indirecta pero profunda, resurgen de sus cenizas. La propuesta materialista de Onfray es bellísima, aunque quizá algunos poetas echen de menos el símbolo de Dios, sin el que la trascendencia, el ángel, el demonio y la noche desaparecen, dejando huérfanos a los amantes de lo inefable. Quizá Dios siga siendo necesario, aunque sea tan solo desde una perspectiva imaginativa y cultural, despojada de ese potencial destructor que tanto daño ha hecho. Un libro interesantísimo, pese a los acordes y desacuerdos que pueda suscitar en el lector.
5 comentarios:
Otro libro para la Pila. Gracias :)
Efectivamente, la religión, como arma, más que la causa es la herramienta esgrimida por los poderes. Una gran herramienta de manipulación.
No estoy de acuerdo, por cierto, con Anónimo: todas vuestras críticas tienen un nivel alto.
Es decir: nada nuevo bajo el sol en el libro de Onfray.
Hola. En una reseña de hace tiempo una editora preguntó qué tenía que hacer para hacer llegar sus libros y novedades a Banda Aparte, y le facilitásteis un email. ¿Pero y si se quiere enviar físicamente un libro? ¿Hay que elegir un crítico y hacérselo llegar específicamente a él, o hay alguna dirección general donde se recogen desde donde se distribuyen?
A partir de ahora, tenéis dirección para envíos haciendo click en BANDA APARTE (superior, izquierda). A vuestra disposición.
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