Lumen. Barcelona, 2006. 221 págs. 13,90€
Esther García Llovet
Jules Renard murió en París en 1910, después de haber compartido mesa y ciudad con Verlaine, Toulouse-Lautrec, Marcel Schwob, Valéry y tutti quanti, amigos de los que despachó a gusto en sus Diarios (1887-1910), publicados tras su muerte (en España, en Mondadori, 1998) y quizás su obra más conocida, en la que hacía un repaso feroz de la bohemia de café y buhardilla del fin de siglo, una crítica implacable de la que no se libraba ni el mismo Renard. Anteriormente publicó (sin traducción al español) Crime de Village en 1888, dedicado a su padre, un francmasón que acabó sus días descerrajándose un tiro en el pecho, y L'Écornifleur (1892). Con Toulouse-Lautrec publicó Historias Naturales en 1899, una serie de conmovedoras viñetas de la vida en la campiña animadas con dibujos del pintor (hay traducción de Joan Riambau, con las ilustraciones originales y un CD que Maurice Ravel compuso a partir de los textos, en Círculo de Lectores, 2002, una pequeña joya). Son textos muy breves, casi aforismos, escritos con la agudeza estática del que sabe mirar con la paciencia de un buey, y no son felices. Jules Renard no lo fue en ninguna parte. Nacido en Châlons-du-Maine (heladas en invierno), a orillas del Yonne (moscas en verano), en 1864, pronto fue a vivir a Chitry y de ahí saltó a estudiar a París de donde no se llevó sólo los malos recuerdos de las penurias y los primeros fracasos literarios. Allí también conoció a Marie Morneau, con quien se casa en 1888, cuando ella contaba diecisiete años y una buena dote de las de antes. Tendrán dos hijos, compartirán vida y viajes entre París (donde Monsieur Jules funda Le Mercure de France y entra con pie huraño en la Academia Goncourt) y Chitry, pequeña ciudad de provincias donde había pasado parte de su infancia y donde posteriormente fue nombrado alcalde en 1904, un alcalde progresista y republicano, muy movilizado por el caso Dreyfus. La muerte le sobrevino de manera fulminante, a los cuarenta y seis años, en París.
Poil de Carotte debe su nombre al de la casa donde Renard pasó su primera infancia, circa 1870, y donde vivió doce años de infelicidad sin tregua. Pero Pelo de Zanahoria también es él, el pequeño Jules, melancólico y brutal. Al igual que Historias Naturales, Pelo de Zanahoria está compuesto a modo de secuencias o viñetas sin continuidad aparente en las que rememora la campiña, esa campiña de verdín en los muros, orinales fríos y velas que se apagan en la casa donde vivía con sus dos hermanos mayores (Ernestine y Félix, taimados y distantes) y sus padres, los señores Lepic. Mamá Lepic merecería por sí sola en un tratado académico de antipedagogía. De una perversidad casi cómica, casi enternecedora, compone la voz de fondo que se escucha a lo largo de toda la obra. Mamá Lepic genera mala saña con una comicidad que hiela la sonrisa; una crueldad que recorre la mesa de la cena como se pasa el pan de mano en mano y que Pelo de Zanahoria, por alguna razón, recibe de una buena gana un poco aterradora. Si es la madre la que al principio de la obra llega a estremecer (Papá Lepic se limita a mirar desde una esquina), a medida que avanzamos en el texto descubrimos que esa mala sangre acaba aflorando también en el pequeño y solitario Pelo de Zanahoria. Lo descubrimos en capítulos como el de Las mejillas rojas, en El topo. En El gato describe sin pestañear cómo le revienta la cabeza a un gato de un disparo por el sólo gusto de verlo morir y luego se duerme abrazado al animal, cara a cara, agotado, y sueña: «Los pedazos del gato llamean en las pequeñas redes a través del agua transparente». El resto de los capítulos son de este calibre, líricos y mortales y disparan contra todo lo que le rodea: la casa, el colegio, las partidas de caza, la expulsión de la criada Honorine (quizás la mejor de las viñetas), las conversaciones demoledoras con Papá Lepic. Renard es implacable, es poético hasta provocar lágrimas y mordaz siempre, y desde luego no perdonó a nadie en su vida o al menos en su literatura. Ni siquiera a Pelo de Zanahoria.
La traducción y el prólogo de la versión española son de Ana María Moix y quizás lo único que se echa en falta es que se citara el nombre del autor de las pequeñas ilustraciones que ilustran los textos. Son de Félix Vallotton, amigo, si es que los tuvo, de Monsieur Renard.
Esther García Llovet
Jules Renard murió en París en 1910, después de haber compartido mesa y ciudad con Verlaine, Toulouse-Lautrec, Marcel Schwob, Valéry y tutti quanti, amigos de los que despachó a gusto en sus Diarios (1887-1910), publicados tras su muerte (en España, en Mondadori, 1998) y quizás su obra más conocida, en la que hacía un repaso feroz de la bohemia de café y buhardilla del fin de siglo, una crítica implacable de la que no se libraba ni el mismo Renard. Anteriormente publicó (sin traducción al español) Crime de Village en 1888, dedicado a su padre, un francmasón que acabó sus días descerrajándose un tiro en el pecho, y L'Écornifleur (1892). Con Toulouse-Lautrec publicó Historias Naturales en 1899, una serie de conmovedoras viñetas de la vida en la campiña animadas con dibujos del pintor (hay traducción de Joan Riambau, con las ilustraciones originales y un CD que Maurice Ravel compuso a partir de los textos, en Círculo de Lectores, 2002, una pequeña joya). Son textos muy breves, casi aforismos, escritos con la agudeza estática del que sabe mirar con la paciencia de un buey, y no son felices. Jules Renard no lo fue en ninguna parte. Nacido en Châlons-du-Maine (heladas en invierno), a orillas del Yonne (moscas en verano), en 1864, pronto fue a vivir a Chitry y de ahí saltó a estudiar a París de donde no se llevó sólo los malos recuerdos de las penurias y los primeros fracasos literarios. Allí también conoció a Marie Morneau, con quien se casa en 1888, cuando ella contaba diecisiete años y una buena dote de las de antes. Tendrán dos hijos, compartirán vida y viajes entre París (donde Monsieur Jules funda Le Mercure de France y entra con pie huraño en la Academia Goncourt) y Chitry, pequeña ciudad de provincias donde había pasado parte de su infancia y donde posteriormente fue nombrado alcalde en 1904, un alcalde progresista y republicano, muy movilizado por el caso Dreyfus. La muerte le sobrevino de manera fulminante, a los cuarenta y seis años, en París.
Poil de Carotte debe su nombre al de la casa donde Renard pasó su primera infancia, circa 1870, y donde vivió doce años de infelicidad sin tregua. Pero Pelo de Zanahoria también es él, el pequeño Jules, melancólico y brutal. Al igual que Historias Naturales, Pelo de Zanahoria está compuesto a modo de secuencias o viñetas sin continuidad aparente en las que rememora la campiña, esa campiña de verdín en los muros, orinales fríos y velas que se apagan en la casa donde vivía con sus dos hermanos mayores (Ernestine y Félix, taimados y distantes) y sus padres, los señores Lepic. Mamá Lepic merecería por sí sola en un tratado académico de antipedagogía. De una perversidad casi cómica, casi enternecedora, compone la voz de fondo que se escucha a lo largo de toda la obra. Mamá Lepic genera mala saña con una comicidad que hiela la sonrisa; una crueldad que recorre la mesa de la cena como se pasa el pan de mano en mano y que Pelo de Zanahoria, por alguna razón, recibe de una buena gana un poco aterradora. Si es la madre la que al principio de la obra llega a estremecer (Papá Lepic se limita a mirar desde una esquina), a medida que avanzamos en el texto descubrimos que esa mala sangre acaba aflorando también en el pequeño y solitario Pelo de Zanahoria. Lo descubrimos en capítulos como el de Las mejillas rojas, en El topo. En El gato describe sin pestañear cómo le revienta la cabeza a un gato de un disparo por el sólo gusto de verlo morir y luego se duerme abrazado al animal, cara a cara, agotado, y sueña: «Los pedazos del gato llamean en las pequeñas redes a través del agua transparente». El resto de los capítulos son de este calibre, líricos y mortales y disparan contra todo lo que le rodea: la casa, el colegio, las partidas de caza, la expulsión de la criada Honorine (quizás la mejor de las viñetas), las conversaciones demoledoras con Papá Lepic. Renard es implacable, es poético hasta provocar lágrimas y mordaz siempre, y desde luego no perdonó a nadie en su vida o al menos en su literatura. Ni siquiera a Pelo de Zanahoria.
La traducción y el prólogo de la versión española son de Ana María Moix y quizás lo único que se echa en falta es que se citara el nombre del autor de las pequeñas ilustraciones que ilustran los textos. Son de Félix Vallotton, amigo, si es que los tuvo, de Monsieur Renard.
4 comentarios:
Esther, es una de las mejores reseñas de todas las que han ido apareciendo aquí:
Mides, comentas, creas intriga, una pincelada de humor por aquí, una de ironía por allá...
Me ha encantado.
(Y claro, me ha despertado la curiosidad de leer el libro).
Aprovecho este espacio para decir que disfruté mucho la lectura del libro "Coda". Me pareció muy original y creo que era el inicio de una nueva vía narrativa muy interesante.
Soy Esther.Muchas gracias a los dos comentarios.Y sí que es bueno Renard, un tipo raro y huraño de esos que no quieren que se les acerque ni los perros.
Ahí sigo.
Un beso a los dos!
Me encantó tu reseña. Cuando leí el libro, en el prólogo aludían a una segunda parte, en que Pelo de Zanahoria, ya adulto, forma su propia familia.¿Sabes qué libro podrá ser ese?
Gracias de antemano
Publicar un comentario