Trad. Juan Mari Madariaga. Ediciones del Bronce, Barcelona, 2006. 337 págs. 22,50 €
Guillermo Ruiz Villagordo
Antes de la explosión del fenómeno hippy de los 60, un grupo compuesto fundamentalmente por hombres (las mujeres constituían poco más que un aderezo, aunque imprescindible) ejemplificó un tipo de vida de apariencia anárquica en medio de una sociedad conservadora que los observaba con curiosidad. Puesto que muchos de ellos eran escritores y reflejaban aspectos autobiográficos en sus textos, se les quiso considerar literariamente sustitutos de la Generación Pérdida de Hemingway y Scott Fitzgerald, y así fueron bautizados como Generación Beat. Fue una etiqueta publicitaria que los homogeneizaría para la eternidad.
A Kerouac se le llamó «King of the beats», al ser el que atrajo gran parte de la atención mediática (lo que con posterioridad le pasó factura) tras la repercusión de su segunda novela, En el camino, convirtiéndose en un icono para el gran público, pero en su interior luchaban elementos opuestos, algunos divergentes de los supuestos postulados del grupo. Su actitud bohemia, que incluía un irremediable afán viajero y una amplia y libre vida sexual, entran en colisión con el profundo amor y respeto hacia su madre hasta el punto de dejarse manejar por ella en sus años finales. Políticamente tendía al conservadurismo y añoró su etapa infantil y adolescente en la tranquila y tradicional Lowell casi desde el mismo momento que la abandonó. En él se aliaron una arraigada conciencia cristiana con las iluminaciones a las que le condujo el budismo.
Todas estas facetas están presentes en El libro de Jack, que fue, junto con la pionera biografía de Ann Charters, la piedra de toque del resto de obras posteriores sobre Kerouac. Su trascendencia fue tal vez incluso mayor, y animó a una buena cantidad de estudiosos a ocuparse de su vida y obra casi diez años después de su muerte.
Su especial valor radica en que reúne una colección de testimonios de personas que le conocieron, ordenados en todo lo posible cronológicamente por los autores (en bastantes ocasiones se cuelan flashbacks y anticipaciones propios del habla libre), que también opinan y fabulan sobre la vida de Kerouac y el trasunto de sus libros como si se tratase de un colega más. Lo destacable es que las distintas declaraciones ocupan el grueso del libro y no se encuentran manipuladas, es decir, recortadas para que una o dos de sus frases ilustren alguna hipótesis, sino que se dan por entero, dando la impresión de un documento total. El resultado es una obra que puede definirse como la propia literatura de Kerouac: oral, real y viva.
Gifford y Lee se resisten a aceptar la existencia de una Generación Beat, y por eso optan por ofrecer una visión de conjunto que da cuenta de las particularidades merced a ese carácter oral. Porque todos los que hablan de Kerouac, muchos de ellos miembros del grupo, hablan al final de sí mismos, percatándose o no de ello. Por supuesto no se olvidan de trazar el retrato del desaparecido Neal Cassady, ya que una buena parte de la historia de Kerouac, la más visible gracias a En el camino, es la suya, el compañero al que admiraba y emulaba (uno de los leitmotivs del libro es el intercambio de mujeres entre ambos), que al no haber dejado obra escrita ha pervivido a través de recuerdos, principalmente suyos. Cassady será la representación del vagabundo estadounidense, tan presente en la literatura americana, el mito de libertad, frescura y distanciamiento hacia el poder, y el catalizador de una estética: el dios imperfecto que todos adoraban.
Sin duda Kerouac, cariñosamente llamado «memory babe» debido a su prodigiosa memoria, que utilizaba para las pormenorizadas evocaciones que son sus novelas, hubiera considerado este libro como propio. El mejor homenaje que se le podía rendir.
Guillermo Ruiz Villagordo
Antes de la explosión del fenómeno hippy de los 60, un grupo compuesto fundamentalmente por hombres (las mujeres constituían poco más que un aderezo, aunque imprescindible) ejemplificó un tipo de vida de apariencia anárquica en medio de una sociedad conservadora que los observaba con curiosidad. Puesto que muchos de ellos eran escritores y reflejaban aspectos autobiográficos en sus textos, se les quiso considerar literariamente sustitutos de la Generación Pérdida de Hemingway y Scott Fitzgerald, y así fueron bautizados como Generación Beat. Fue una etiqueta publicitaria que los homogeneizaría para la eternidad.
A Kerouac se le llamó «King of the beats», al ser el que atrajo gran parte de la atención mediática (lo que con posterioridad le pasó factura) tras la repercusión de su segunda novela, En el camino, convirtiéndose en un icono para el gran público, pero en su interior luchaban elementos opuestos, algunos divergentes de los supuestos postulados del grupo. Su actitud bohemia, que incluía un irremediable afán viajero y una amplia y libre vida sexual, entran en colisión con el profundo amor y respeto hacia su madre hasta el punto de dejarse manejar por ella en sus años finales. Políticamente tendía al conservadurismo y añoró su etapa infantil y adolescente en la tranquila y tradicional Lowell casi desde el mismo momento que la abandonó. En él se aliaron una arraigada conciencia cristiana con las iluminaciones a las que le condujo el budismo.
Todas estas facetas están presentes en El libro de Jack, que fue, junto con la pionera biografía de Ann Charters, la piedra de toque del resto de obras posteriores sobre Kerouac. Su trascendencia fue tal vez incluso mayor, y animó a una buena cantidad de estudiosos a ocuparse de su vida y obra casi diez años después de su muerte.
Su especial valor radica en que reúne una colección de testimonios de personas que le conocieron, ordenados en todo lo posible cronológicamente por los autores (en bastantes ocasiones se cuelan flashbacks y anticipaciones propios del habla libre), que también opinan y fabulan sobre la vida de Kerouac y el trasunto de sus libros como si se tratase de un colega más. Lo destacable es que las distintas declaraciones ocupan el grueso del libro y no se encuentran manipuladas, es decir, recortadas para que una o dos de sus frases ilustren alguna hipótesis, sino que se dan por entero, dando la impresión de un documento total. El resultado es una obra que puede definirse como la propia literatura de Kerouac: oral, real y viva.
Gifford y Lee se resisten a aceptar la existencia de una Generación Beat, y por eso optan por ofrecer una visión de conjunto que da cuenta de las particularidades merced a ese carácter oral. Porque todos los que hablan de Kerouac, muchos de ellos miembros del grupo, hablan al final de sí mismos, percatándose o no de ello. Por supuesto no se olvidan de trazar el retrato del desaparecido Neal Cassady, ya que una buena parte de la historia de Kerouac, la más visible gracias a En el camino, es la suya, el compañero al que admiraba y emulaba (uno de los leitmotivs del libro es el intercambio de mujeres entre ambos), que al no haber dejado obra escrita ha pervivido a través de recuerdos, principalmente suyos. Cassady será la representación del vagabundo estadounidense, tan presente en la literatura americana, el mito de libertad, frescura y distanciamiento hacia el poder, y el catalizador de una estética: el dios imperfecto que todos adoraban.
Sin duda Kerouac, cariñosamente llamado «memory babe» debido a su prodigiosa memoria, que utilizaba para las pormenorizadas evocaciones que son sus novelas, hubiera considerado este libro como propio. El mejor homenaje que se le podía rendir.
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