lunes, mayo 08, 2006

Llámame Brooklyn, Eduardo Lago

Premio Nadal 2006. Destino, Barcelona, 2006. 397 págs, 19,50 euros.

Hilario J. Rodríguez

Quienes mejor conocen Estados Unidos nunca han puesto un pie allí; por eso no vale la pena explicarles que en Nueva York siempre te encuentras con desconocidos que te resultan familiares. Eduardo Lago es uno de esos extraños a quienes crees conocer, porque te habla sobre cosas que has visto o intuido cuando paseabas por cualquiera de las calles de alguna de las grandes metrópolis estadounidenses. Uno puede encontrar en Llámame Brooklyn rostros descritos en otra novela o en una película; melodías de juventud; olores característicos, como el de los pretzels o los bagels recién horneados… El argumento contiene algunos de los grandes temas de la literatura, como la amistad, la identidad, el amor desgraciado o las empresas imposibles. Sin embargo, el contexto en que aparece esta novela, en plena guerra de Irak, le proporciona un valor diferente, que posiblemente dentro de unos años no importe pero que ahora mismo deberíamos tener en cuenta.
Mientras los políticos y los militares destruyen ciudades y arrasan países, hay escritores, como Eduardo Lago, empeñados en levantar construcciones sólidas en mitad del paisaje devastador que a diario vemos en los medios de comunicación. Llámame Brooklyn, más allá de que guste o deje de gustar, sabe ofrecer una visión caleidoscópica y al mismo tiempo firme acerca de una ciudad como Nueva York, que ya nadie parecía capaz de reconstruir desde que el 11 de septiembre de 2001 se convirtió en un icono intelectual para ejemplificar con él la decadencia de Occidente o alguna teoría sobre conspiraciones y paranoia. Además, esta novela nos proporciona una visión de Estados Unidos que no pretende ser definitiva, ni siquiera demasiado concreta, a diferencia de la que proporcionan quienes identifican a George W. Bush con todo el pueblo estadounidense y quienes confunden Utah con New Jersey o California con Nevada.
Cuando Gal Akerman muere, su amigo Nestor Oliver Chapman intenta reconstruir, partiendo de unos cuadernos dispersos, una novela inconclusa, que finalmente es la que nosotros acabamos leyendo, para con ese acto cerrar el frustrado proceso de escritura. Se trata de la historia de un hijo de brigadistas estadounidenses que, con el tiempo, descubre que sus padres eran otros, una vallisoletana y un italiano que luchó en España durante la Guerra Civil. En realidad, Llámame Brooklyn pretende ser una historia de equívocos y fracasos, de amores desgraciados y soledad, aunque ante todo es un canto a la amistad, con el aliento coral de una ciudad como Nueva York, donde no existen los extranjeros, donde nada cobra una forma determinada, como le sucede a esta novela, cuya estructura temporal fluctúa constantemente, mezclando tiempos y espacios, personajes y situaciones.
Eduardo Lago lleva dando clases en Nueva York veinte años, quizás los mismos que le ha costado montar Llámame Brooklyn, con una precisión y una elegancia que ya sólo tienen las óperas primas, que suelen llegar por casualidad al mercado. Su libro, además de un magnífico ejemplo de escritura, es un síntoma de una pérdida parcial que se ha producido en la literatura española en los últimos años, en los que la crispación y el enfrentamiento han hecho que muchos artistas (cineastas como Jaume Balagueró o Isabel Coixet; músicos como Christina Rosenvinge o Dover; pintores como Juan Uslé y Miquel Barceló) inicien una huida, para buscar en otro país un hogar, lejos de una cultura que todavía hoy obedece con demasiada frecuencia las leyes del mercado, los intereses del poder o una memoria con la que ya juegan hasta los niños de quince años.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Eduardo Lago es un maestro de las palabras. «Llámame Brooklyn» me gustó. Y también este artículo suyo sobre el Ulises de Joyce: http://www.revistadelibros.com/Editions/Detail.asp?IdNews=547

Vustra reseña también merece un elogio.

Saludos cordiales.

Anónimo dijo...

He ido esta tarde a hacerme con un ejemplar. Me sigue fascinando eso de dirigirme a la librería (Santiago de Primicia, vaya santo) y entrar con la misma avidez con la que de pequeño hurgaba en estanterías. Traerme a casa tesoros. Espectacular eso de que un comentario, una reseña, sea capaz de movilizarnos sin conocer nada mas, que logre excitar nuestra curiosidad...¿No es eso exactamente la literatura?

Pedro dijo...

Me gustaría que explicaras un poco mas eso de la fuga de artistas de España. ¿Es que acaso en EEUU no se rigen por leyes del mercado los productos culturales?

Anónimo dijo...

Hacía mucho que no te asomabas por aquí. Se te echaba de menos.