La palabra síndrome desvela esa obligada referencia a la pasión con la que cualquier amante de la literatura se enfrenta a ese mundo. En parecidos términos se ha expresado el joven narrador Miguel Ángel Muñoz, quien, además, considera el camino del relato como el de un atajo para llegar a metas mayores. Eso sí, apuesta desde su primer libro por un espacio común para este tipo de entregas. Quizá porque cada cuento debe y puede tener su propio lector partiendo de que estos textos se caracterizan por su propio desarrollo literario, como afirma, de sus propios libros de cuentos, el centenario Francisco Ayala.
Una más que recomendable editorial como es Páginas de Espuma apuesta cada año por un escritor novel cuya calidad es su única tarjeta de presentación. El autor de este año es Miguel Ángel Muñoz (Almería, 1970), inédito hasta el momento, con algún premio en su haber e incluido en antologías regionales. El libro, para nada deudor de maestros del género, se titula El síndrome Chéjov (2006), y recoge once relatos de una variada temática y factura que nos proponen historias aparentemente tan anodinas como profundas sobre la vida y la muerte, el amor o el sexo, la soledad o la identidad del ser humano, el destino o las realidades más cotidianas. El humor y la ironía sobresalen en un cuento como El rapto de Woody Allen y explora ambas peculiaridades como la única posición ante la vida. Y así, Muñoz construye un mundo particular consciente de que con su mirada ofrece ese curioso envés que nos proporcionan los detalles más nimios de nuestra vida, tocándonos en cada caso como ocurre en algunos de estos relatos, ejemplificados con personajes que se parecen a nuestros amigos o a nuestros vecinos e incluso a nuestros parientes más cercanos y que viven o pasean por las calles de nuestros barrios y nuestras ciudades. Con los cuentos del almeriense podemos disfrutar de la trama, el desarrollo y de la ejecución final. Relatos como Ambulancias ofrecen un recorrido por las calles y plazas y alrededores de una Almería mediterránea, lugar donde se desarrolla esta historia de amor y de muerte, o el brevísimo y contundente Si la hubieras conocido, de una economía en el tratamiento aunque con todas las posibilidades que ofrece un relato perfecto, con esa complicidad íntima que se le presuponen al autor y al lector. Pero, sobre todo, botón de muestra, uno de los más extensos Anton Chéjov, médico que sin servir de base para el título del conjunto, ofrece esa devocionada pasión que el autor proclama por autores como el escritor ruso, el norteamericano Carver o el argentino Cortázar. En este relato la atmósfera ambiental, la adecuación y la magia que proporcionan los diálogos de los personajes, el anciano médico Chéjov y el niño moribundo, llevan al lector hasta una completa visión del misterio de la vida, de la inocente actitud ante la inminente muerte, de la generosidad del médico protagonista pero, sobre todo, sobresale ese paralelismo ensayado por el autor en muchos de sus relatos, perceptible en las últimas líneas de este cuento, y que en esta ocasión se ejemplifica cuando el niño protagonista, con un espejo en la mano con el que juega, proyecta una posible y simple luz de futuro.
Una más que recomendable editorial como es Páginas de Espuma apuesta cada año por un escritor novel cuya calidad es su única tarjeta de presentación. El autor de este año es Miguel Ángel Muñoz (Almería, 1970), inédito hasta el momento, con algún premio en su haber e incluido en antologías regionales. El libro, para nada deudor de maestros del género, se titula El síndrome Chéjov (2006), y recoge once relatos de una variada temática y factura que nos proponen historias aparentemente tan anodinas como profundas sobre la vida y la muerte, el amor o el sexo, la soledad o la identidad del ser humano, el destino o las realidades más cotidianas. El humor y la ironía sobresalen en un cuento como El rapto de Woody Allen y explora ambas peculiaridades como la única posición ante la vida. Y así, Muñoz construye un mundo particular consciente de que con su mirada ofrece ese curioso envés que nos proporcionan los detalles más nimios de nuestra vida, tocándonos en cada caso como ocurre en algunos de estos relatos, ejemplificados con personajes que se parecen a nuestros amigos o a nuestros vecinos e incluso a nuestros parientes más cercanos y que viven o pasean por las calles de nuestros barrios y nuestras ciudades. Con los cuentos del almeriense podemos disfrutar de la trama, el desarrollo y de la ejecución final. Relatos como Ambulancias ofrecen un recorrido por las calles y plazas y alrededores de una Almería mediterránea, lugar donde se desarrolla esta historia de amor y de muerte, o el brevísimo y contundente Si la hubieras conocido, de una economía en el tratamiento aunque con todas las posibilidades que ofrece un relato perfecto, con esa complicidad íntima que se le presuponen al autor y al lector. Pero, sobre todo, botón de muestra, uno de los más extensos Anton Chéjov, médico que sin servir de base para el título del conjunto, ofrece esa devocionada pasión que el autor proclama por autores como el escritor ruso, el norteamericano Carver o el argentino Cortázar. En este relato la atmósfera ambiental, la adecuación y la magia que proporcionan los diálogos de los personajes, el anciano médico Chéjov y el niño moribundo, llevan al lector hasta una completa visión del misterio de la vida, de la inocente actitud ante la inminente muerte, de la generosidad del médico protagonista pero, sobre todo, sobresale ese paralelismo ensayado por el autor en muchos de sus relatos, perceptible en las últimas líneas de este cuento, y que en esta ocasión se ejemplifica cuando el niño protagonista, con un espejo en la mano con el que juega, proyecta una posible y simple luz de futuro.
5 comentarios:
Es un gran libro. Yo destacaría también el relato "Unidos", tan misterioso y realista a un tiempo, alggo dificilísimo de conseguir. La crítica de Domene es muy acertada y se agradece que aún existan críticos que leen con pasión, tanto sea para condenar como para ensalzar luego al criticado.
De un lector apasionado de cuentos, y aún a riesgo de que me tiren piedras, el libro me ha parecido muy muy desigual. Algunos muy buenos cuentos (unidos, Antón Chéjov, médico) y otros -desde mi punto de vista- flojos o que no acaban de armarse (zona de peaje, Nuria querida o Soy dueño de la lluvia).
El anterior era yo, que di al intro sin querer.
Coincido en gusto con la reseña de Pedro. Yo aplaudí desde la distancia este libro y espero hacerlo pronto en persona, quizá en Cabo de Gata quizá en Madriz, pero como una cerveza, como debe ser.
El libro se abre (creo que Pedro no lo nombra) con un breve texto en defensa del cuento. Entre los habituales -pero siempre necesarios- recuentos de cuentistas (ups), y algún si pero no, no pero si a la novela, Miguel Ángel plantea casi sin querer algo que puede dar horas de conversación. Cito:
"(...) me queda por responder a un último reproche que se les hace comunmente a muchos libros de relatos: la exigencia de una coherencia interna, de una cohesión narrativa, de un tema que ha modo de reconocible estribillo recorra cada uno de los cuentos que componen una colección de relatos (...). Se les pide que sean un Mahler y no un Debussy."
Me parece un punto a detenerse importante, sobre todo para un cuentista como Miguel Ángel. Pero, si bien es cierto que algún buen libro de cuentos se ha echado a perder (exagero) por intentar a costa de todo lograr esa unidad (que no tiene por que tener una colección), pienso también en lo que hubieran sido otros de repasar con tinta la línea de lápiz que ya se dejaba ver en el libro...
¿No?
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