Salvador Gutiérrez Solís
«Tuve dos vidas. La primera finalizó en junio de 1977, cuando dejé de beber». Si recordáramos a Raymond Carver (Catskanie 1938-Nueva York 1988) el día de su nacimiento, o el de su muerte, o si creáramos un Día Carver, el propio autor se levantaría de su tumba y nos preguntaría «¿qué estáis haciendo todos vosotros con esas caras de entierro cuando en realidad deberíais tener caras de carteros que no encuentran los buzones de sus cartas?», o algo parecido. Sin heroísmos, por favor es un magnífico pretexto para recordar/reencontrarnos con el Carver que cultivó buena parte de los géneros literarios. Una buena oportunidad para adentrarnos en el Carver más esencial, más instintivo, menos corregido, previo al Carver meticuloso, al Carver milimétrico que todos conocemos. No existen antecedentes literarios familiares, no es educado Carver en un ambiente cercano a la Literatura, y a los 16 años ya estaba casado. Un matrimonio desastroso. Trabaja de todo un poco, como repartidor, vigilante, etc. En definitiva, no existía nada en la vida de Carver que pronosticase que acabaría siendo escritor. Su vocación la descubre, o se encuentra con ella, en el taller literario de John Gadner. Adquirida la técnica, y armado de una gran paciencia –basta recordar que dedicó casi quince años a su primer libro de relatos-, Carver comienza a retratar, a fotografiar, la sociedad que contempla al otro lado del cristal. Una sociedad azotada por una gran crisis de identidad colectiva. En Sin heroísmos, por favor encontramos retazos de estas fotografías, fotografías que aún no han sido manipuladas en el laboratorio carvesiano. Me acordé de Carver al ver en televisión las terribles fotografías que firmó el huracán Katrina a su paso por Nueva Orleáns. El autor hubiera descrito a la perfección la desolación de los que vagaban alrededor del estadio, el hundimiento de quien lo ha perdido todo, el llanto por los fallecidos. Carver es el escritor tras las luces de neón, el fotógrafo de las sombras, el notario de las tragedias cotidianas. Raymond Carver es el primero en escribir la palabra fin en la gran pantalla donde estaban proyectando esa película que llevaba por título El Gran Sueño Americano. Carver nos muestra y nos habla de personajes en permanente precariedad emocional, divorciados sacudidos por relaciones turbulentas con sus anteriores parejas, o con las presentes; los personajes de Carver viven en una permanente precariedad laboral: o su trabajo es pésimo, o no lo tienen, o tienen varios, y todos son igualmente pésimos; por tanto, irremediablemente, los personajes de Carver cuentan con economías igualmente precarias. Hijos que prestan dinero a sus padres –por esa ausencia de una asistencia social mínima-, préstamos entre hermanos, padres que mantienen las familias de sus hijos, y, sobre todo, préstamos que nunca se devuelven, que se estiran, que van creando un clima molesto y apabullante que ninguna de las partes se atreve a denunciar. Esta preocupación por lo social, o por la precariedad de la sociedad es lo que diferencia y distancia a Carver de la Generación Beat, así como de otros autores: Bukowski o Miller. Clasificar o tildar a Carver como maestro o padre del realismo sucio lo entiendo como exagerado o inexacto, y en Sin heroísmos, por favor lo podemos constatar nuevamente. Carver no adopta jamás una postura irreverente, despiadada, ofensiva o desafiante con respecto a sus personajes y las circunstancias que los rodean. Del mismo modo, tal y como se muestra en este libro, no es hiriente en la crítica de sus contemporáneos. Carver, en muchos casos, no emite ningún juicio: se limita a fotografiar lo que le rodea. En este sentido podríamos estar hablando de un realista sin más, o, incluso, de un realista radical, o realista social. En cualquier caso, y más allá de la definición o de la clasificación, este libro, o cualquiera otro, un poema, Ondas de Radio incluso, puede ser la excusa perfecta para encontrarse, descubrir o disfrutar con este autor que soporta sin blanquear su cabello –o su obra- el paso del tiempo, y hasta de los huracanes.
«Tuve dos vidas. La primera finalizó en junio de 1977, cuando dejé de beber». Si recordáramos a Raymond Carver (Catskanie 1938-Nueva York 1988) el día de su nacimiento, o el de su muerte, o si creáramos un Día Carver, el propio autor se levantaría de su tumba y nos preguntaría «¿qué estáis haciendo todos vosotros con esas caras de entierro cuando en realidad deberíais tener caras de carteros que no encuentran los buzones de sus cartas?», o algo parecido. Sin heroísmos, por favor es un magnífico pretexto para recordar/reencontrarnos con el Carver que cultivó buena parte de los géneros literarios. Una buena oportunidad para adentrarnos en el Carver más esencial, más instintivo, menos corregido, previo al Carver meticuloso, al Carver milimétrico que todos conocemos. No existen antecedentes literarios familiares, no es educado Carver en un ambiente cercano a la Literatura, y a los 16 años ya estaba casado. Un matrimonio desastroso. Trabaja de todo un poco, como repartidor, vigilante, etc. En definitiva, no existía nada en la vida de Carver que pronosticase que acabaría siendo escritor. Su vocación la descubre, o se encuentra con ella, en el taller literario de John Gadner. Adquirida la técnica, y armado de una gran paciencia –basta recordar que dedicó casi quince años a su primer libro de relatos-, Carver comienza a retratar, a fotografiar, la sociedad que contempla al otro lado del cristal. Una sociedad azotada por una gran crisis de identidad colectiva. En Sin heroísmos, por favor encontramos retazos de estas fotografías, fotografías que aún no han sido manipuladas en el laboratorio carvesiano. Me acordé de Carver al ver en televisión las terribles fotografías que firmó el huracán Katrina a su paso por Nueva Orleáns. El autor hubiera descrito a la perfección la desolación de los que vagaban alrededor del estadio, el hundimiento de quien lo ha perdido todo, el llanto por los fallecidos. Carver es el escritor tras las luces de neón, el fotógrafo de las sombras, el notario de las tragedias cotidianas. Raymond Carver es el primero en escribir la palabra fin en la gran pantalla donde estaban proyectando esa película que llevaba por título El Gran Sueño Americano. Carver nos muestra y nos habla de personajes en permanente precariedad emocional, divorciados sacudidos por relaciones turbulentas con sus anteriores parejas, o con las presentes; los personajes de Carver viven en una permanente precariedad laboral: o su trabajo es pésimo, o no lo tienen, o tienen varios, y todos son igualmente pésimos; por tanto, irremediablemente, los personajes de Carver cuentan con economías igualmente precarias. Hijos que prestan dinero a sus padres –por esa ausencia de una asistencia social mínima-, préstamos entre hermanos, padres que mantienen las familias de sus hijos, y, sobre todo, préstamos que nunca se devuelven, que se estiran, que van creando un clima molesto y apabullante que ninguna de las partes se atreve a denunciar. Esta preocupación por lo social, o por la precariedad de la sociedad es lo que diferencia y distancia a Carver de la Generación Beat, así como de otros autores: Bukowski o Miller. Clasificar o tildar a Carver como maestro o padre del realismo sucio lo entiendo como exagerado o inexacto, y en Sin heroísmos, por favor lo podemos constatar nuevamente. Carver no adopta jamás una postura irreverente, despiadada, ofensiva o desafiante con respecto a sus personajes y las circunstancias que los rodean. Del mismo modo, tal y como se muestra en este libro, no es hiriente en la crítica de sus contemporáneos. Carver, en muchos casos, no emite ningún juicio: se limita a fotografiar lo que le rodea. En este sentido podríamos estar hablando de un realista sin más, o, incluso, de un realista radical, o realista social. En cualquier caso, y más allá de la definición o de la clasificación, este libro, o cualquiera otro, un poema, Ondas de Radio incluso, puede ser la excusa perfecta para encontrarse, descubrir o disfrutar con este autor que soporta sin blanquear su cabello –o su obra- el paso del tiempo, y hasta de los huracanes.
10 comentarios:
Carver, inefable Carver ¿Por qué publicar los relatos y los poemas que él mismo nunca quiso publicar? ¿No es esto una pequeña traición a alguien como él, que tanto ha pulido sus textos hasta dejarlos puros ("pureza como la del coito entre caimanes, no la pureza de oh maría madre mía con los pies sucios; pureza de techo de pizarra con palomas que naturalmente cagan en la cabeza de las señoras frenéticas de cólera y de manojos de rabanito..." Cortazar:"Rayuela")?
Lo de Carver es más bien un realismo limpio.
¿O no?
No se trataba tanto de entrar a urgar en el baúl de Ray. Sólo hay que leer el libro para comprenderlo: nada mancha la imagen del Carver más amado por sus lectores. Estas páginas muestran el revés de la trama, el universo de un escritor que fue apasionado y supo (sabe) apasionar a quienes llegan a sus trabajos. ¿Por qué no mostrar al Carver prologuista, crítico, poeta o conferenciante? Hay que atreverse a rasgar el velo del prejuicio también en estos temas. Y el libro, de verdad, no decepciona.
Y perdonad el deslíz, atribuible a las horas en que escribo esto...(se me cayó la h en el verbo hurgar)
A mí, como alguien dijo, me sigue pareciendo una traición. No hay cosa peor que sacar a la luz los textos que un escritor expresamente ha guardado. Bueno, con Kafka se puede hacer una excepción :-)
La Tess y el editor se frotarán las manos.
Os voy a dar la mejor receta contra lectores, editores, viudas y conservacionistas del secreto mejor guardado: quemad todos vuestros papeles antes de morir. Quemad prólogos y conferencias. reducid a la nada lo que no lleve colgado la etiqueta de obra maestra. En caso contrario se corre el riesgo de que en la posteridad llegue cualquiera y reinterprete vuestros deseos, para lo bueno y para lo malo. Que llame traidor a quien sólo ama y frotador de manos al editor...
Ya, pero puede ocurrir que te la pegues mientras conduces tu moto tranquilamente y no te de tiempo a quemarlo todo antes de morir.
¿Alguien sabe si quedan aún inéditos de Carver por algún lado? ¿No saldrá una 'novela' de pronto de algún cajón verdad?
Vamos a ver: ya veo que andáis mal informados. El libro en cuestión se publicó en su versión original en el año 1991 en los EE.UU.
Por diversas vicisitudes entre las que puedo detallar que estuvo en manos de un importante grupo editorial (Mondadori) durante al menos 5 años, nunca se afrontó su edición en castellano hasta el otoño del pasado año. Bartleby Editores se hizo con los derechos, una vez finalizado el plazo al que comprometía el anterior contrato, en el verano de 2004.
Tan sólo puedo animaros a su lectura, prejuicios aparte. El libro ahonda en el perfil de Carver como escritor al mostrarnos una serie de trabajos publicados por Carver en vida de manera dispersa en diversas revistas literarias y de crítica así como en prólogos a una serie de antologías del relato breve norteamericano e incluso un par de conferencias. Es decir: nadie ha hurgado en los cajones del difunto, simplemente ha agrupado escritos dispersos y que sí aportan nueva luz sobre su obra. Y que, insisto, fueron publicados por él en vida.
Alguien a tenido la perversa idea de crear una imagen distorsionado de su viuda, Tess Gallagher, a lo largo de estos años. Mi experiencia en el trato directo con ella dista mucho de lo que se cuenta en ciertos mentideros.
Pues gracias por la información. Al fin y al cabo, no somos más (aplíquese aquí un tono irónico) que lectores-buscadores que husmean por encontrar LITERATURA, y eso conlleva a veces la defensa de quienes la hacen contra quienes se quieren aprovechar de la genialidad. Somos recelosos.
Por lo general, lo que huele a gato, es gato, y no liebre; pero admito que también hay excepciones, claro.
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