Talentura, Madrid, 2015. 152 pp.13 €
Miguel Baquero
Como lector, pero todavía más como autor ocasional de cuentos, una pregunta se me plantea al acabar la lectura de este excelente libro del logroñés Alejandro Amelivia (1976). Pero lo primero es lo primero, y dicho queda que el libro es excelente. Se trata del primer volumen en solitario del autor, después de haber participado en varias antologías de relatos, y desde los párrafos iniciales se nota que camina por el cuento con una gran seguridad: sabe lo que quiere decir y sabe cómo decirlo. No se pierde en vericuetos gratuitos de estilo ni añade al cuento escenas innecesarias; en este sentido, se trata de un conjunto de nueve relatos directos, que golpean sobre las páginas como quizás el autor ha querido indicar en el título, como bólidos que caen de golpe.
Son relatos, todos ellos, en los que los protagonistas de mueven en torno a emociones primarias, como el deseo de venganza, como la sed de alcohol, como el miedo o como la desconfianza hacia lo desconocido. Intercambian entre sí diálogos tajantes, con los que se tensiona el cuento y, de alguna manera, hacen temer un desenlace terrible. Son relatos, en fin, en los que se aspira a conseguir un ambiente de crudeza y se aparta toda intrusión del exterior.
Cuentos cerrados en torno casi a una idea fija o un comportamiento morboso que el autor tensa hasta que se acaba por romper. Así en la excepcional “Vecinos de Hawthone” la llegada de un forastero perturba el ambiente, si no idílico, sí “normal” que se respira en un pequeño pueblo, y en el aire va tomando forma una temible amenaza. Algo parecido ocurre en “El borde del claro”; aquí es la llegada repentina de un cazador a una choza habitada por una tranquila pareja la que de pronto suscita esa perversidad que de algún modo estaba larvada. En la brutal “Kentucky Gentleman” las cosas, por su propia naturaleza, poco a poco se van saliendo de madre hasta que acaban por estallar.
Hay en Amelivia mucho de ese realismo sucio de que son maestros autores como Carver o como Richard Ford, tanto en el minimalismo de la redacción, que se quiere reducir casi a elementos fundamentales, como en esa sensación dominante en todo el relato de que “algo” ominoso está aflorando bajo la capa de normalidad.
Y aquí es donde se le suscita al lector/autor la pregunta a la que me refería al inicio de esta reseña, una vez reconocida la calidad de los cuentos y una vez recomendada, por supuesto, la lectura del libro a quienes quieran enfrentarse a relatos modernos y de muy buen nivel. La pregunta es ésta: todos, o la gran mayoría, de los cuentos de este volumen suceden en los Estados Unidos, y los personajes tienen nombres e incluso utilizan expresiones —como cuando las mujeres dicen “voy a los oficios” o los conductores toman “la interestatal”— típicamente USA. Y uno entiende que el libro lo necesitaba, que si esas mismas historias, en muy gran parte truculentas, tuvieran lugar en Segovia, Huelva, siquiera en algún punto de Europa, por alguna razón carecerían de credibilidad. Y aparte de lo que el autor haya incluido en ello de homenaje a sus referentes norteamericanos, resulta curioso —al menos para este reseñista— y da que pensar cómo lo que en otro contexto nos parecería inverosímil, o tremendista incluso, ambientado en Illinois resulta perfectamente creíble. De hecho, uno de los cuentos más “flojos” —pero siempre sosteniendo un nivel más que aceptable— es “Estrella blanca”, y quizás porque los personajes se llaman Lorenzo Gutiérrez, Alberto o Valeria. Y es significativo cómo un cuento, “El borde del claro”, excelente, pero que en principio no necesitaba más “localización” que un espeso bosque, debe apoyarse pese a todo en un personaje llamado “Ben”.
Pero al fin sólo son detalles que pueden intrigar a un aspirante a cuentista; para el lector no puntilloso con estas cosas, Como meteoritos le asegura un rato de muy buena lectura y nueve cuentos más que recomendables que le dejarán sorprendido.
1 comentario:
Miguel:
Como no sabía si querías una respuesta a tus preguntas o solo era un recurso literario, he esperado a que "todo el mundo" haya leído la reseña para responderte.
Antes que nada, muchísimas gracias. Tu reseña me dejó hinchado y feliz como un sapo. Citas a Carver, mi autor de referencia, ese que cada palabra que escribe es buena y está en su sitio exacto. Ojalá yo llegase algún día a escribir con su exactitud y su parquedad. Hace falta ser muy bueno para escribir... tan poco. A Ford le han dado hoy el Princesa de Asturias y por eso me he acordado de esta reseña. Lo tengo en mi lista de espera.
He escogido los Estados Unidos porque, para mí, es un no-lugar. Hemos visto tanto cine, leído tantos libros y visto tantas fotografías, que para mí el país es un batiburrillo de referencias, en muchos casos inexactas. Todos sabemos cómo son los EEUU, pero en el fondo, no lo sabemos. Yo tampoco. No he estado allí. Si hubiera situado el libro, como dices, en Las Hurdes, en Madrid, en la Axarquía, todos los personajes hubieran ido con un barniz de realidad. Siendo americanos, casi pueden ser "cualquier cosa", y todos tenemos las mismas referencias.
Te felicito por tu buen ojo: "Estrella blanca" fue, cronológicamente, el primero que escribí de todos, y fue antes de "hallar la voz" con la que he escrito el libro entero. Por eso te suena peor; sin duda, está fuera de registro. Luego vino "Vecinos de Hawthorne", y me sentí tan a gusto, que proseguí por el mismo camino. Dudé mucho en meter "Estrella blanca", pero decidí hacerlo porque me sigue pareciendo aprovechable aunque no esté al nivel. Si vuelvo a verme en la misma situación, no lo metería, tú me has demostrado que al lector no se le engaña.
"En el borde del claro" sucede en Suecia, tanto Volvo, tanto Upsala... No sé qué estaba leyendo en aquel momento, pero seguro que influyó.
En fin, Miguel, encantado de que te haya gustado mi libro y muchas gracias por esta reseña tan elogiosa e inteligente.
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