Miguel Baquero
A veces conviene recordar lo obvio. Y lo obvio en literatura es que el autor y su personaje no son el mismo individuo. Sobre todo en una novela escrita en primera persona; en esos casos, el escritor ha de introducirse en la piel del protagonista, que es quien narra, desde la primera hasta la última página y cumplir en todo momento con su caracterización. Ya sé que esto es muy obvio, ofensivamente básico, pero a veces conviene recordar lo que se da por supuesto.
Ejército enemigo es la última novela de Alberto Olmos (Segovia, 1975), un autor famoso por novelas como Trenes hacia Tokio o Tatami, obras en las que jugueteaba con el rol de narrador-personaje. Una tesitura que le dio, en aquellas novelas, excelentes resultados, y que aquí nuevamente vuelve a adoptar. En este caso, su encarnación se llama Santiago y es un tipo en torno a los treinta años que acaba de vivir la muerte por asesinato de un amigo; un amigo o parecido, porque tampoco tenía mucha intimidad con el difunto, más allá de discusiones oportunas sobre cuestiones políticas. Santiago, el personaje, es un publicista bastante cínico y desencantado, cruel a menudo con quienes le rodean, machista e incipientemente misántropo; un tipo que cuenta con opiniones propias (y no hace falta decir que radicalmente en desacuerdo con lo establecido). A la muerte de su amigo, Santiago recibe como último legado la contraseña para acceder al ordenador del fallecido, una herencia inesperada que le permitirá rastrear en sus cuentas en busca de un detalle que explique lo aparentemente absurdo de su asesinato.
El argumento, como puede verse, parte de una situación con enormes posibilidades, muestra de cómo los tiempos actuales y las tecnologías más novedosas ofrecen una base fresca y por descubrir para la construcción de situaciones novelísticas. Alberto Olmos se dedica a recorrer un sendero casi al azar en esa reciente tierra virgen, pero no tanto con la intención de abrir una nueva ruta, sino con el propósito de ir reflexionando sobre algunos aspectos de gran interés que ofrecen los tiempos modernos. Nuevos objetos como Internet y las relaciones personales que se crean (o se destruyen) a su alrededor; clásicos como la publicidad, remozada para adaptarse a nuestros días; y el afán por descubrir de qué manera actúan sobre nosotros los elementos de poder. El mensaje que lanza la novela de Olmos es que, hoy por hoy, ese sentimiento rebelde y transgresor propio de la juventud y de los desencantados, ese sentimiento que parece haber tomado forma en las diversas oenegés y en las actitudes solidarias, tras la oportuna maceración y depuración de excesos, es quizás el instrumento más poderoso con que cuenta el poder para mantenernos atados.
En Ejército enemigo se lanzan muchas frases rompedores, políticamente incorrectas, lo que siempre es de agradecer, sorprendentemente bruscas. Frases que nos mueven a recapacitar sobre nuestro entorno, y es indudable que Olmos ha utilizado a su personaje-narrador (cínico, irónico, misántropo en ciernes, ya se dijo) como vehículo a través del cual lanzar esas ideas que, de otro modo, serían difíciles de encajar en una novela al uso y en un personaje neutro. Pero es evidente que Olmos, para hacerlo creíble, ha tenido que rodear a ese personaje de un maquillaje de odio y desprecio hacia los demás, chulería y malos modos que forman solo parte del atrezzo. Ya sé que es fácil de suponer, pero conviene recordarlo. Y digo que conviene recordarlo porque tengo la sospecha de que las críticas que puedan caer sobre este libro vendrán, muchas de ellas, provocadas por una lectura al pie de la letra en que se confunda protagonista, y sus comportamientos a veces abominables, con autor. Críticas más allá de lo literario.
Ateniéndonos a esto, a lo literario, debo reseñar que el libro tiene un pensamiento de gran solvencia, extraordinaria fuerza, autenticidad y agresividad de ley, y ello disculpa algunos errores oportunos como, por ejemplo, la algo liosa resolución del misterio que se ha usado como macguffin de la novela. El envoltorio, quizás, presente algún defecto, pero el interior es realmente de calidad.
2 comentarios:
De las pocas reseñas que he leído en este blog que pone algún "pero" a una obra. Por otro lado, van a tener que darle al Señor Baquero una medalla por su promiscuidad. Me parece sorprendente que con una nómina de tantos críticos se publiquen en tan poco tiempo tantas reseñas firmadas por él (que, por otro lado, son de las mejores, todo hay que decirlo).
Pues, honestamente, hacía tiempo que no leía una reseña tan mala.
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