Pedro M. Domene
Una acertada atmósfera, un cuidado ritmo, fondo y cierta profundidad en la trama, además de una elaborada precisión son algunas de las características que pueden pedirse en un buen cuento, o por extensión en una colección de relatos que tenga la fuerza suficiente para envolvernos con sus historias, sea capaz de rebasar ese margen que ficción y realidad nos permiten e, incluso, para que una vez instalados en esa dicotomía literaria consigamos ir más allá, vislumbremos los vacíos escondidos bajo el secreto de una buena historia y, apelando a nuestro talento como lectores, nos dejemos atrapar en su magia.
Buena parte de algunas de estas reflexiones pueden apreciarse en Rupturas y ambiciones (2011), de Miguel Ángel Cáliz, granadino inquieto, autor de algunos libros anteriores, Inventario (2002), cuentos, y la novela, Horas para Wallada (2009), también ha formado parte de las antologías, Relatos para leer en el autobús (2006) y Ficción Sur (2008). En esta ocasión, el narrador recoge una colección de doce relatos, más un decálogo al final, es un libro estructurado en dos parte, la primera con los primeros ocho cuentos, muchos de ellos con ese aire de desenfado literario que conlleva una mirada aguda de la cotidianidad, con bastante humor y cierta ironía que se concretan en la vida misma: un manager emprendedor dispuesto a todo, un usuario de transporte público, un novio que ve cómo se disipa su felicidad de tantos años, un guardia nocturno sin aparentes ambiciones, aunque sobresale en el conjunto «Bestiario» un pequeño muestrario de personajes singulares que, por su breve aparición y la extensión del texto, se convierten en fogonazos con que hilvanar un excelente relato, son seres encadenados por sus fobias, aunque la magia de la literatura nos ofrece conocer sus insignificantes vidas. La condensación de la propia historia lleva a multiplicar el significado de esta construcción minimalista, sin duda de mayores posibilidades. Igualmente notable, «En pantalla», un cuento ambientado en un bar donde se reúnen políticos, deportistas, actores, presentadores y las amiguitas de todos ellos, según relata Cáliz, así el local se convierte en ese lugar para las confesiones, para los encuentros amorosos, para hacer recuento de derrotas y, en última instancia, quizá para muchos de ellos sobrevivir y reorganizar sus vidas. Tres grandes temas quedan esbozados y se sintetizan en estos cuentos: la ternura, la mirada gris de la sordidez de la vida y, por último, la esperanza de un proyecto vital mejor.
Poder, dinero y éxito para homenajear al género negro, el cine de peligrosos ambientes para contar una misma historia con variantes, aunque desde perspectivas diferentes con personajes arquetípicos: Gina, la chica, El Conde, el malo o Marcos, el chico bueno que cuentan sus historia en cuatro relatos encadenados, pero cuya vida se entrecruza para lograr un relato común o único. Domina un cierto equilibrio sobre el relato que casi se convierte en una novela corta con pretensiones mayores, que deja buen sabor de boca en el lector pero se aleja de la ambiciosa proyección de la primera parte con esas abundantes rupturas que superan la trama y se acercan así a la perfección, sin duda el mejor cóctel para saborear el mejor ejemplo de buena literatura de la mano del granadino, Miguel Ángel Cáliz.
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