Cecilia Frías
¿Quién no ha hecho el ejercicio de revisar viejas fotos en las que apenas reconoces a ese sujeto que fuiste? ¿Qué fue de aquel momentoapresado en un papel?
Parece que en manos de Maximiliano Barrientos la realidad se tornara en una especie de cuerpo resbaladizo que se nos escapa cuando intentamos desentrañar sus claves. Fragmentos de un puzle, que al igual que la prosa de las ficciones que componen Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer se esparcen sobre la hoja en blanco para que nosotros, lectores, reconstruyamos trozo a trozo, escena a escena, esa ilusión de vida.
Para los personajes que deambulan por estos relatos compuestos a retazos la edad de las certezas se ha evaporado. Jóvenes parejas que recién se asoman al mundo adulto con todas las incertidumbres que ello conlleva, mientras que otras permanecen a la deriva a pesar del paso de los años, o sencillamente se ponen la máscara y actúan como si la existencia no fuera algo maravilloso y cruel a la par.
«Se llama Saúl Hernández. Véanlo a los dieciocho… Se llama Claudia Arrázola. Véanla…», nos introduce el narrador con verbo escueto y deliberadamente aséptico. Con la pretendida objetividad de una cámara, presenciamos situaciones aisladas de la vida de estos chicos con las que podremos ir trazando sus identidades fragmentadas. Y como si se nos fueran dejando breves pistas sobre lo que está por suceder para alentar nuestra lectura, conocemos que en algún momento los destinos de estos jóvenes solitarios se cruzarán.
Puede que sea el desapego emocional por ellos mismos, el no entender qué pasó para que las historias en común no funcionaran, el “sentirse turistas” en sus propios pellejos o en ese escenario urbano, el Santa Cruz natal de Barrientos, que tantas veces les es hostil… el denominador común acada uno de los protagonistas. Individuos que viven ensimismados, que están en plena búsqueda y no se sienten capaces de comunicar al otro sus miedos, aunque éstos los paralicen.
Ingrid está rota por dentro. Vemos instantáneas de algunos momentos felices del pasado. Pisa a fondo el acelerador para tener la seguridad de que cualquier minucia puede terminar con el desasosiego del presente. Y en un intento por fabricarse una nueva e impoluta personalidad en la que las huellas del dolor se hayan limpiado, se hace llamar Dianacon los compañeros de trabajo. Sebastián tiene tanta rabia contenida que golpea las paredes hasta que le sangran los nudillos. Raquel necesita ser infiel a su marido, ese extraño con el que duerme cada noche, para sentirse viva.
Pero amén del sabor agridulce que nos queda tras merodear por el acontecer de estos seres humanos desubicados, parece que existe otroasunto latente en la trama de todos los relatos: la escurridiza realidad y los fallidos intentos del artista por atrapar esos momentos que se desvanecen con el pasar del tiempo. Ni el lenguaje cinematográfico de una cámara de video, ni las fotografías que intentan congelar el instante consiguen detener el reloj. Solo a la escritura se le concede un voto más de confianza, como nos transmite el narrador en una suerte de juego metaliterario que se planteaa través de las notas al pie de página en las que reflexiona sobre él mismo y sus criaturas de ficción.
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