Miguel Baquero
«Lo más aterrador para mí era la idea de ser alguien anodino, asumir que había venido al mundo para ser uno más de la multitud, un tío normal y corriente que no sobresaliera por su talento ni por su inteligencia, un monigote sin la menor marca de individualidad».
Este de arriba, en líneas generales, es el argumento de Sueños de bolsillo, la tercera novela del italiano Francesco Spinoglio (Casale Monferrato, 1983) un escritor que escribe en castellano y que en esta novela nos narra los esfuerzos de su protagonista, Tommaso Rosi, por huir del conformismo, de la inercia del paso de los días, por no rendirse a la comodidad. Ese es, al fin y al cabo, el motivo último de la literatura: nombrar el mundo de nuevo, no contentarse con lo que ya está dicho, pensar que el próximo libro —escrito o leído— puede esconder algo crucial.
Sueños de bolsillo empieza con los días de infancia del protagonista —alter-ego del autor— y acaba con su decisión de mudarse a España contra todos los consejos e incluso contra todo lo razonable e intentar hacerse una carrera de escritor. Poco importa desvelar aquí el final porque no se trata de seguir un argumento sorpresivo sino de trazar una crónica vital: una crónica muy divertida, y contada con su pizca de cinismo, que nos ilustra sobre cómo no debemos renunciar a nuestras ilusiones, a nuestras fantasías, a nuestros sueños por el simple hecho —que no tiene mayor mérito— de hacernos mayores. Cualquiera se convierte en adulto, efectivamente, a poco que se deje llevar por la inercia de los años; pero sólo unos pocos, entre los que quiere estar Tomasso, sólo aquellos que han firmado una especie de pacto con Mefistófeles, son capaces de mantener el entusiasmo y las ganas de ser deslumbrados por la vida, como cuando eran niños, durante mucho tiempo.
Como todo libro vital —o mejor: como todo buen libro vital—, Sueños de bolsillo se alimenta de las contrariedades que el protagonista va encontrando a lo largo de su desarrollo como persona. Volviendo la vista atrás desde la última página, todo a lo largo de este libro parecería una cadena de fracasos, y sin embargo quizás radica en eso la verdadera esperanza y el auténtico optimismo, en pensar que todo ha sido valido, todo ha tenido un sentido y todo nos ha ayudado a crecer —principalmente las experiencias menos gratas y las desilusiones más bruscas—. Y dentro de este periplo, juega un papel fundamental —al menos en el caso de Tommaso Rosi, pero seguro que cualquier buen lector puede sentirse identificado—, la literatura. Son, sin duda, las páginas más emotivas de Sueños de bolsillo aquéllas en que el protagonista, recién salido de la infancia, abre los libros prácticamente al azar y aquí y allá encuentra en sus páginas personas que hace decenas, cientos y hasta miles de años pensaron igual que él, sintieron parecidas inquietudes y sufrieron la misma claustrofobia vital. Para el protagonista —y aquí estoy seguro de que se producirá otra identificación entre lector y autor— descubrir la literatura y leer a los mejores autores no supone una salvación, ni un éxtasis, como igual dirían muchos superventas exagerados; se trata simplemente de haber hallado un cómplice en nuestro recorrido que no nos puede mostrar el camino, pero sí nos puede animar a seguir en él, cualquiera que sea.
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