Elvira Navarro
Eduardo Laporte (Pamplona, 1979) publicó en 2008 Postales del náufrago digital (ed. Prames), libro que reunía algunos de los post que el autor sacaba en su ya exblog El náufrago digital, y que mostraban unas buenas dotes para componer postales en su mayor parte urbanas. No en vano, Laporte se presentaba como flâneur, y su escritura era, en el tono y en el ritmo, coherente con la actitud y las vueltas del que pasea, un poco perdido (náufrago), por la ciudad y por la vida con una voluntad nada sentenciosa de esclarecer y esclarecerse. Exhibían también las postales un afán de compartir, lo que se traducía en una voz empática y en un afán de entretener en el buen sentido, que no es el del mero pasar el rato, sino el de pararse y examinar las cosas desde la curiosidad y el juego.
Luz de noviembre, por la tarde, libro que publica Demipage, supone el estreno de Eduardo Laporte como escritor que escribe para el papel. Aunque sea su segunda obra, en sendos prólogos se nos dice que los textos comienzan a escribirse en 2005, lo que tal vez explique ciertos paralelismos. Así, si las postales lo son de un náufrago, a lo que arribamos con Luz de noviembre, por la tarde es a un naufragio en toda regla, pues el libro cuenta la muerte de los padres del autor (ambos enfermaron de cáncer) en un intervalo de pocos meses. Más centrado en el padre que en la madre, no es éste un libro de ajustar cuentas, ni tampoco de hacer balance de lo acontecido, sino de acudir a ese momento a partir del cual todo se desintegra para, tal vez, encontrar algún tipo de sentido en dicha recreación. La narración se estructura en torno a ese acontecimiento sin atisbo de fiesta que es la enfermedad mortal, al que se vuelve sin cesar, y donde lo más poderoso es un sentimiento de pasmo, de extrañeza, de incomprensión no porque el narrador rechace lo ocurrido, sino porque sus leyes resultan ininteligibles.
Que en literatura el tema también importa se nota siempre en libros como éste, donde la sola descripción del padre enflaquecido y sin fuerzas para mantenerse en pie capta la atención del lector. Sin embargo, aunque el tema y sus motivos subyuguen, Laporte no se olvida de practicar una escritura que se quiere consciente de su manufactura, lo que se traduce en un gusto por el casticismo que hace pensar en influencias ibéricas (Miguel Sánchez-Ostiz es reivindicado como maestro y padrino). El libro comienza con vacilación, y es ahí donde la palabra se pretende más literaria y el escritor quiere demostrarnos que lo es. Luego, olvidado de sí mismo y centrado en lo que, al menos a mí como lectora, me interesa (a saber: la indagación en la catástrofe familiar), el narrador se hace fuerte y nos gana, y asistimos sobrecogidos al cataclismo. Aunque de timbre íntimo, sobre todo hacia el final, y con una cadencia que recuerda al declive de esa lenta luz de noviembre vespertina a la que se apela en el título, el libro tiene en todo momento en cuenta al lector, lo que significa que no se ensimisma (no menciono esto como elemento valorativo, sino descriptivo). Se pasa sobre las escenas con ligereza, sabiendo que alguien puede cansarse de observar una misma estancia, lo que tal vez se explica porque, aunque apoyada en la memoria, Luz de noviembre, por la tarde no acaba de abandonar un código que parece bascular entre la crónica, el artículo periodístico de autor o esos diarios en los que se reproducen, modifican e incluso se imaginan conversaciones con interlocutores “reales” (es decir, reales en lo que pueda tener de real fabular con alguien de carne y hueso).
Luz de noviembre, por la tarde es, a mi juicio, un buen debut, o un buen segundo libro (no sé si Laporte considerará esta obra como su estreno), que toca con honestidad y saber hacer el que seguramente sea el tema más universal, y que logra producir una emoción contenida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario