Cristina Consuegra
Gracias a libros como el que acaba de firmar Javier Calvo y publicar Alpha Decay, Suomenlinna, una vuelve a creer en la literatura de lectores, es decir, aquella que el escritor piensa para ser leída por el Otro, la que busca la complicidad del que sostiene esa realidad compleja y polisémica que es un libro, una literatura que se edifica desde el hedonismo y no desde el egocentrismo.
Suomenlinna es el nombre de un archipiélago finlandés constituido por siete islas de nombres prácticamente impronunciables y sobre el que reposa una fortaleza construida por la corona sueca a principios del siglo XVIII. Este lugar singular e inquietante ha servido de pretexto al barcelonés Javier Calvo para edificar una historia, proyección mítica del archipiélago, que reflexiona a través de la vida de su protagonista, la adolescente Mirkka Rislakki, sobre la presencia silenciosa e implacable del miedo, la soledad, el rechazo y la esperanza en una sociedad claustrofóbica donde la voluntad se alberga en el corazón azul de algún pesado iceberg de difícil fundición; una sociedad que recoge y alimenta los ecos de un tiempo anacrónico, donde el sonido del Black Metal alimenta paisajes y determina la identidad de un grupo de adolescentes que considera amenaza cualquier síntoma no reconocido por sus códigos de conducta.
La novela se presenta con un regreso, con la historia de un rencuentro no deseado y sus consecuencias, con la descripción fría y precisa de un escenario que Mirkka, y su conjunto de signos adolescentes, aborrece; un escenario en el que las salidas son escasas y el entendimiento con el entorno, ya sea persona, animal o cosa, se antoja difícil por no escribir imposible. Ese regreso al cálido hogar, en plena Navidad, ofrece al lector el primer ejercicio de violencia, la más dura y cruel, la silenciosa, la violencia estratega que traza planes a corto plazo, ya sea a través del desprecio de la hija hacia sus padres, en el miedo de una hermana, en el orgullo herido de un padre o en la abisal incomprensión de una madre. Mirkka regresa al que fuera su hogar gracias a un permiso penitenciario, topándose con un número de figuras desconocidas que no hace ningún tipo de esfuerzo por acercarse al mundo caótico de la adolescente. Gracias a esta presentación, casi declaración de intenciones, Calvo traspasa todo tipo de fronteras literarias y ofrece una historia con la que la propia violencia hubiera soñado, una historia en la cual el lugar, Suomenlinna, es el fin y el Black Metal el medio.
Desde ese primer encuentro, el aparato de la ficción ve suceder, a través del tejido narrativo, una serie de elementos o asuntos temáticos que se sustentan sin lirismo ni precipitación: el horror de la supervivencia, el peso del malestar y la furia, la amenaza del capitalismo, los rituales, la adoración a Odín y al Norte, la ópera del odio, la complejidad cíclica de la adolescencia, pero sobre todo la violencia hacia el Otro como sentir social, conjunto de elementos que permite a su autor, como bien advierte el narrador de la historia, hacer que el mundo aparezca como metáfora de la historia y no a esta como metáfora del mundo.
Suomenlinna es el nombre de un archipiélago finlandés constituido por siete islas de nombres prácticamente impronunciables y sobre el que reposa una fortaleza construida por la corona sueca a principios del siglo XVIII. Este lugar singular e inquietante ha servido de pretexto al barcelonés Javier Calvo para edificar una historia, proyección mítica del archipiélago, que reflexiona a través de la vida de su protagonista, la adolescente Mirkka Rislakki, sobre la presencia silenciosa e implacable del miedo, la soledad, el rechazo y la esperanza en una sociedad claustrofóbica donde la voluntad se alberga en el corazón azul de algún pesado iceberg de difícil fundición; una sociedad que recoge y alimenta los ecos de un tiempo anacrónico, donde el sonido del Black Metal alimenta paisajes y determina la identidad de un grupo de adolescentes que considera amenaza cualquier síntoma no reconocido por sus códigos de conducta.
La novela se presenta con un regreso, con la historia de un rencuentro no deseado y sus consecuencias, con la descripción fría y precisa de un escenario que Mirkka, y su conjunto de signos adolescentes, aborrece; un escenario en el que las salidas son escasas y el entendimiento con el entorno, ya sea persona, animal o cosa, se antoja difícil por no escribir imposible. Ese regreso al cálido hogar, en plena Navidad, ofrece al lector el primer ejercicio de violencia, la más dura y cruel, la silenciosa, la violencia estratega que traza planes a corto plazo, ya sea a través del desprecio de la hija hacia sus padres, en el miedo de una hermana, en el orgullo herido de un padre o en la abisal incomprensión de una madre. Mirkka regresa al que fuera su hogar gracias a un permiso penitenciario, topándose con un número de figuras desconocidas que no hace ningún tipo de esfuerzo por acercarse al mundo caótico de la adolescente. Gracias a esta presentación, casi declaración de intenciones, Calvo traspasa todo tipo de fronteras literarias y ofrece una historia con la que la propia violencia hubiera soñado, una historia en la cual el lugar, Suomenlinna, es el fin y el Black Metal el medio.
Desde ese primer encuentro, el aparato de la ficción ve suceder, a través del tejido narrativo, una serie de elementos o asuntos temáticos que se sustentan sin lirismo ni precipitación: el horror de la supervivencia, el peso del malestar y la furia, la amenaza del capitalismo, los rituales, la adoración a Odín y al Norte, la ópera del odio, la complejidad cíclica de la adolescencia, pero sobre todo la violencia hacia el Otro como sentir social, conjunto de elementos que permite a su autor, como bien advierte el narrador de la historia, hacer que el mundo aparezca como metáfora de la historia y no a esta como metáfora del mundo.
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