Ariadna G. García
Muchos de los rasgos de El infierno de los jemeres rojos nos recuerdan a obras fundamentales de la narrativa del siglo pasado. La imposición de un régimen dictatorial, la uniformidad en la vestimenta, el estado que educa a los niños en el espionaje familiar, la apelación a un ente invisible que dicta el conjunto de normas que esqueletizan el libro albedrío, los gestos de amor que sortean la rotura generalizada del vínculo afectivo entre padres y vástagos, la guerra de fondo, los eufemismos que ocultan la muerte por insurrección, la carencia, el hambre, las sesiones masivas de re-educación… ponen la obra en la órbita del soberbio 1984. Los mandamientos que guían la conducta de la sociedad civil y que son sistemáticamente violados por las fuerzas del orden ya aparecen en la corrosiva Rebelión en la granja. Pero este primer libro de la francesa de origen vietnamita Denise Affonço no ha tenido como fuente de inspiración la obra narrativa de George Orwell. Su obra no transpira por la piel de otros. Detrás de cada línea vemos el tejido, el músculo ajado, de la que fue su realidad.
Escrito en primera persona, El infierno de los jemeres rojos es el crudo testimonio de una superviviente del terrible genocidio que tuvo lugar en Camboya entre 1975 y 1979. Denise, que hasta entonces había trabajado como secretaria del agregado cultural de la embajada de Francia en Phnom Penh, relata con una prosa ágil y clara el viraje al que fue sometido su apacible existencia. Con el golpe de Estado, los jemeres rojos evacuaron ciudades enteras obligando a la ciudadanía a vivir sin recursos en los bosques. Todos los habitantes de origen extranjero, incluyendo a Seng (el inocente marido de la autora, nacido en China) habían sido víctimas de la violenta intromisión de los soldados en sus casas y mentes. No pudieron siquiera conservar un espacio interior. Pusieron un corsé a sus sentimientos de melancolía, rabia o angustia para que el rostro no los delatara. La debilidad y la rebeldía sentenciaban a niños y adultos, por igual, a la muerte.
Denise Affonço, tras veinticinco años de silencio y otros tantos de lenta integración en Francia, hace público ahora con su libro el sufrimiento de sus antiguos conciudadanos y la violencia del régimen dictatorial de Pol Pot. Así, devuelve a la literatura una de sus funciones más valiosas y lamentablemente olvidadas: la denuncia. Pero no sólo escribe con precisión quirúrgica para dar cuenta de un hecho, también se vierte hacia nosotros en busca de la paz que otorga nuestra comprensión. El libro nos informa de una masacre histórica. Denise concentra y recoge su experiencia para que comprendamos porqué en todos los hoteles de Siem Reap hay carteles repletos de imágenes que impiden la entrada con granadas de mano, porqué por los caminos de las ruinas de Angkor hay señales que alertan del peligro de minas. Pero sobre todo, el libro emociona por la valentía que destila la sangre de una mujer que se enfrenta al recuerdo de una vida humillada por el hambre y la esclavitud; que habrían de llevarse por delante la vida de casi dos millones de personas, entre otras, la de su propia hija.
Escrito en primera persona, El infierno de los jemeres rojos es el crudo testimonio de una superviviente del terrible genocidio que tuvo lugar en Camboya entre 1975 y 1979. Denise, que hasta entonces había trabajado como secretaria del agregado cultural de la embajada de Francia en Phnom Penh, relata con una prosa ágil y clara el viraje al que fue sometido su apacible existencia. Con el golpe de Estado, los jemeres rojos evacuaron ciudades enteras obligando a la ciudadanía a vivir sin recursos en los bosques. Todos los habitantes de origen extranjero, incluyendo a Seng (el inocente marido de la autora, nacido en China) habían sido víctimas de la violenta intromisión de los soldados en sus casas y mentes. No pudieron siquiera conservar un espacio interior. Pusieron un corsé a sus sentimientos de melancolía, rabia o angustia para que el rostro no los delatara. La debilidad y la rebeldía sentenciaban a niños y adultos, por igual, a la muerte.
Denise Affonço, tras veinticinco años de silencio y otros tantos de lenta integración en Francia, hace público ahora con su libro el sufrimiento de sus antiguos conciudadanos y la violencia del régimen dictatorial de Pol Pot. Así, devuelve a la literatura una de sus funciones más valiosas y lamentablemente olvidadas: la denuncia. Pero no sólo escribe con precisión quirúrgica para dar cuenta de un hecho, también se vierte hacia nosotros en busca de la paz que otorga nuestra comprensión. El libro nos informa de una masacre histórica. Denise concentra y recoge su experiencia para que comprendamos porqué en todos los hoteles de Siem Reap hay carteles repletos de imágenes que impiden la entrada con granadas de mano, porqué por los caminos de las ruinas de Angkor hay señales que alertan del peligro de minas. Pero sobre todo, el libro emociona por la valentía que destila la sangre de una mujer que se enfrenta al recuerdo de una vida humillada por el hambre y la esclavitud; que habrían de llevarse por delante la vida de casi dos millones de personas, entre otras, la de su propia hija.
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