Trad. Juan José del Solar. Edhasa, Barcelona, 2010. 448 pp. 30 €
Julián Díez
No nos cansamos de conocer historias de la II Guerra Mundial, el episodio histórico que, para los nacidos entrado el siglo XX, supone el referente básico que construyó el mundo que conocimos. Fascinan tanto las historias de horror del régimen nazi, como ejemplo definitivo de la maldad, como las de heroismo en un campo de batalla que aún resultaba comprensible, humanizado.
La historia de Bajo diez banderas me resultaba vagamente conocida, por lo que la lectura de este volumen se hacía tentadora. Y, efectivamente, aquí tenemos un punto de vista singular del conflicto, una de esas magníficas historias colaterales que cautivan la imaginación. Porque además de una anécdota de la II Guerra Mundial, esta es una historia de mares exóticos, piratas y caballeros; muchos factores como para no atraer el interés. El crucero auxiliar alemán Atlantis navegó durante año y medio a través de cientos de miles de millas para capturar a un total de 22 buques enemigos, causando daños millonarios y consiguiendo en una ocasión la captura de un navío inglés que contenía importantísima información secreta sobre la presencia británica en Asia: tanto, que se estima que el ataque de Pearl Harbour, implicando a los estadounidenses en el conflicto, estuvo en parte motivado por la convicción japonesa de la debilidad británica manifestada por esos documentos.
El Atlantis era un buque corsario: se acercaba a sus presas simulando ser un mercante neutral para luego descubrir sus cañones y apresarlo. Lo que ha hecho su historia más atractiva es la personalidad de su capitán, Bernhard Rogge: un marino a la vieja usanza que trataba a sus prisioneros con respeto e intentaba causar los menores daños personales posibles. La fama de Rogge fue tal que se convirtió en uno de los escasísimos militares de alta graduación que no fueron detenidos tras la derrota alemana, se convirtió en contraalmirante con mando en la OTAN y narraron su singladura con el Atlantis en una película en 1960, seguramente la primera en que se retrataba a militares del bando derrotado bajo un prisma favorable.
El presente libro, uno de los muy numerosos sobre esta aventura publicados en inglés o alemán, cuenta con la ventaja de recoger en primera persona las vivencias de Rogge, recopiladas por un periodista germano; para dar prueba de que realmente su labor de corsario fue poco común, el prólogo y el epílogo están escritos elogiosamente por el capitán de uno de los barcos que capturó. Como relato de memorias de alguien sin pretensiones literarias, por tanto, es un libro totalmente subjetivo, bastante frío, pero por todo ello de incuestionable sabor. Rogge no es dado a florituras, relata lo sucedido bajo un prisma sereno, se detiene en las cosas que preocupan a un hombre de mar —condiciones del oleaje, estado de ánimo de la tripulación, cumplimiento de las normas— antes que en hacer poesía sobre lo ocurrido.
Sin embargo, en esa desnudez y falta de literatura se intuyen las verdaderas condiciones en que llevaron a cabo su trabajo y las motivaciones que los guiaron. La alegría ante los éxitos, las celebraciones, la camaradería, el temor siempre presente a la muerte. Todo ello a través de los mares más exóticos, en el calor del trópico o el frío de las aguas antárticas. Una aventura de primer orden, por tanto, contada por alguien que apenas parece dar importancia a su extraordinaria vivencia.
Julián Díez
No nos cansamos de conocer historias de la II Guerra Mundial, el episodio histórico que, para los nacidos entrado el siglo XX, supone el referente básico que construyó el mundo que conocimos. Fascinan tanto las historias de horror del régimen nazi, como ejemplo definitivo de la maldad, como las de heroismo en un campo de batalla que aún resultaba comprensible, humanizado.
La historia de Bajo diez banderas me resultaba vagamente conocida, por lo que la lectura de este volumen se hacía tentadora. Y, efectivamente, aquí tenemos un punto de vista singular del conflicto, una de esas magníficas historias colaterales que cautivan la imaginación. Porque además de una anécdota de la II Guerra Mundial, esta es una historia de mares exóticos, piratas y caballeros; muchos factores como para no atraer el interés. El crucero auxiliar alemán Atlantis navegó durante año y medio a través de cientos de miles de millas para capturar a un total de 22 buques enemigos, causando daños millonarios y consiguiendo en una ocasión la captura de un navío inglés que contenía importantísima información secreta sobre la presencia británica en Asia: tanto, que se estima que el ataque de Pearl Harbour, implicando a los estadounidenses en el conflicto, estuvo en parte motivado por la convicción japonesa de la debilidad británica manifestada por esos documentos.
El Atlantis era un buque corsario: se acercaba a sus presas simulando ser un mercante neutral para luego descubrir sus cañones y apresarlo. Lo que ha hecho su historia más atractiva es la personalidad de su capitán, Bernhard Rogge: un marino a la vieja usanza que trataba a sus prisioneros con respeto e intentaba causar los menores daños personales posibles. La fama de Rogge fue tal que se convirtió en uno de los escasísimos militares de alta graduación que no fueron detenidos tras la derrota alemana, se convirtió en contraalmirante con mando en la OTAN y narraron su singladura con el Atlantis en una película en 1960, seguramente la primera en que se retrataba a militares del bando derrotado bajo un prisma favorable.
El presente libro, uno de los muy numerosos sobre esta aventura publicados en inglés o alemán, cuenta con la ventaja de recoger en primera persona las vivencias de Rogge, recopiladas por un periodista germano; para dar prueba de que realmente su labor de corsario fue poco común, el prólogo y el epílogo están escritos elogiosamente por el capitán de uno de los barcos que capturó. Como relato de memorias de alguien sin pretensiones literarias, por tanto, es un libro totalmente subjetivo, bastante frío, pero por todo ello de incuestionable sabor. Rogge no es dado a florituras, relata lo sucedido bajo un prisma sereno, se detiene en las cosas que preocupan a un hombre de mar —condiciones del oleaje, estado de ánimo de la tripulación, cumplimiento de las normas— antes que en hacer poesía sobre lo ocurrido.
Sin embargo, en esa desnudez y falta de literatura se intuyen las verdaderas condiciones en que llevaron a cabo su trabajo y las motivaciones que los guiaron. La alegría ante los éxitos, las celebraciones, la camaradería, el temor siempre presente a la muerte. Todo ello a través de los mares más exóticos, en el calor del trópico o el frío de las aguas antárticas. Una aventura de primer orden, por tanto, contada por alguien que apenas parece dar importancia a su extraordinaria vivencia.
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