miércoles, junio 23, 2010

Mi vida es un cuento, Janet Tashjian

Macmillan, Madrid, 2010. 207 pp. 14,90 €

Care Santos

Ay, ¿recordáis las vacaciones escolares? Los días laaaaaargos, la playa inmensa, los malditos cuadernos de vacaciones... Cada vez estoy más convencida de que uno de los secretos para disfrutar la literatura para jóvenes es conservar intacta la memoria. La autora de este libro, la estadounidense Janet Tashjian (Providence, Estados Unidos, 1956), dice que a veces se siente como una joven de catorce años atrapada en un cuerpo de señora. Ajá, eso es. Y acaso resulte saludable, no sólo para escribir, que así sea.
A partir de esa frase deduzco que Tashjian tiene mucho en común con el personaje principal de esta estupenda novela, Derek. También él está atrapado en un verano que no desea vivir y en unas circunstancias que le son hostiles y muy desagradables. A saber: unos padres sin sentido del humor que no entienden nada de lo que hace y sólo se empeñan en que lea y repase; un horripilante campamento de repaso donde se ve obligado a convivir con la empollona de la clase; la obligación de leer libros que no soporta y hacer un resumen de cada uno de ellos; una ciudad que sin su mejor amigo -de vacaciones en la playa- le parece un desierto...
Aunque Derek no es un chico corriente. Se le ocurren las cosas más peregrinas, como estrellar aguacates contra el coche de su padre, o ponerle espuma de afeitar en la boca al perro de la familia. Es aficionado al dibujo y amante de las historietas de Calvin y Hobbes -la autora dedica significativamente el libro al creador de esas tiras cómicas, Bill Waterson- y curioso por naturaleza. Será su curiosidad la que le lleve a un descubrimiento inquietante relacionado con el pasado familiar y con la muerte de una niñera que nadie le ha explicado. Sus ganas de conocer lo ocurrido le animarán a comenzar una investigación cuyos resultados serán agridulces: la verdad no siempre es agradable de conocer, pero a veces puede cambiar las cosas, incluso a mejor.
En definitiva, Derek cumple con la principal obligación de un preadolescente: crecer. Llevado por la curiosidad y por el afán de conocer sus orígenes, de saber más de sí mismo. El verano le servirá para demoler algunas ideas preconcebidas y para comprender un poco más el mundo adulto. Y todo ello sin perder la sonrisa.
Una novela para lectores jóvenes de cualquier edad. O para señoras -y señores- que conserven la memoria de sus vacaciones infatiles. Ay.

1 comentario:

Nikaperucita dijo...

Vacaciones Santillana. Alemanas y con la promesa de irme a casa de mis primos ajugar a una distancia de dos páginas. ¡Que tiempos! jaja :)