Tusquets, Barcelona, 2010. 77 pp. 10 €
Ignacio Sanz
Una verdadera delicia esta preciosa novelita. Y lo escribo así, en diminutivo, por la brevedad de sus 77 páginas compuestas con tipografía generosa y porque se hacen tan leves para el lector como el vuelo de una calandria. El narrador y protagonista se llama Carlos y uno tiene el barrunto de que detrás de Carlos se esconde la sombra de José Emilio, el laureado poeta al que se acaba de conceder el premio Cervantes y que ha dado un discurso sobre la condición mendicante de los escritores.
También en Las batallas en el desierto Carlitos se conmueve con la pobreza radical de algunos de sus condiscípulos. La novela rememora los años cuarenta, aquellos años en los que discurrió su infancia en la ciudad de México en la Colonia Roma, una colonia que en alguna época gozó de cierto esplendor, en una escuela de medio pelo, en una familia venida a menos en la que convergen muchos de los conflictos y contradicciones de un país convulso sometido a cambios y tensiones, a violencias y desgarros.
Pero en medio de todos esos vaivenes, tanto familiares como sociales, aparece un episodio central que recorre e ilumina estas páginas intensísimas. Es el amor. No se trata de un amor convencional. Aunque ningún amor lo sea. Todos los amores son febriles y volcánicos, excepcionales y delirantes, todos los amores arrasan el corazón. Y este que se cuenta aquí lo es en grado sumo porque resulta imposible a todas luces. Pero ahí está el fulgor amoroso atravesando estas páginas con la fuerza arrolladora y desconcertante de toda experiencia iniciática.
Lejos de cualquier preciosismo poético, la novela está escrita con un estilo ágil, pero con la intensidad de un poema.
No se me ocurre mucho más, pese a la brevedad de lo dicho. Tan sólo querría acentuar el buen sabor de boca que deja como esos licores jerezanos en los que el sol ha dejado su impronta. Y ese retrogusto tan grato que queda flotando en el recuerdo. Como en un poema aquilatado. Si pueden, no se la pierdan.
Ignacio Sanz
Una verdadera delicia esta preciosa novelita. Y lo escribo así, en diminutivo, por la brevedad de sus 77 páginas compuestas con tipografía generosa y porque se hacen tan leves para el lector como el vuelo de una calandria. El narrador y protagonista se llama Carlos y uno tiene el barrunto de que detrás de Carlos se esconde la sombra de José Emilio, el laureado poeta al que se acaba de conceder el premio Cervantes y que ha dado un discurso sobre la condición mendicante de los escritores.
También en Las batallas en el desierto Carlitos se conmueve con la pobreza radical de algunos de sus condiscípulos. La novela rememora los años cuarenta, aquellos años en los que discurrió su infancia en la ciudad de México en la Colonia Roma, una colonia que en alguna época gozó de cierto esplendor, en una escuela de medio pelo, en una familia venida a menos en la que convergen muchos de los conflictos y contradicciones de un país convulso sometido a cambios y tensiones, a violencias y desgarros.
Pero en medio de todos esos vaivenes, tanto familiares como sociales, aparece un episodio central que recorre e ilumina estas páginas intensísimas. Es el amor. No se trata de un amor convencional. Aunque ningún amor lo sea. Todos los amores son febriles y volcánicos, excepcionales y delirantes, todos los amores arrasan el corazón. Y este que se cuenta aquí lo es en grado sumo porque resulta imposible a todas luces. Pero ahí está el fulgor amoroso atravesando estas páginas con la fuerza arrolladora y desconcertante de toda experiencia iniciática.
Lejos de cualquier preciosismo poético, la novela está escrita con un estilo ágil, pero con la intensidad de un poema.
No se me ocurre mucho más, pese a la brevedad de lo dicho. Tan sólo querría acentuar el buen sabor de boca que deja como esos licores jerezanos en los que el sol ha dejado su impronta. Y ese retrogusto tan grato que queda flotando en el recuerdo. Como en un poema aquilatado. Si pueden, no se la pierdan.
1 comentario:
Tuve oportunidad de leer esta preciosa novela en la edición mejicana de Editorial Era que encontré en una libreria de viejo y coincido plenamente con la crítica.
Es una obra muy conocida y querida entre los lectores mejicanos y, hasta ahora, prácticamente inencontrable en España.
Es triste que haya que esperar a que grandes escritores de los países de America sean premiados por nosotros para que las editoriales se dignen en publicar sus obras.
Me molesta esa parcelación en literaturas nacionales cuando la lengua es sólo una.
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