martes, junio 29, 2010

Los amantes tristes, Eugenia Rico

Baladí, Madrid, 2010. 121 pp. 15.50 €

María Ruisánchez Ortega

La primera novela de Eugenia Rico se reedita con ilustraciones de Santiago Siqueiros, de la mano de Ediciones Baladí, una joven editorial que se ha lanzado a la aventura de publicar eligiendo esta novela para estrenar la colección Caleidoscopias. Una colección que en palabras de los editores pretende publicar «obras en las que para conocer a sus protagonistas a veces hay que buscar más allá de lo que nuestra vista alcanza. En definitiva obras a las que, como en las grandes pinturas, no les sobra ni un solo brochazo y aportan al espectador muchos más colores que simplemente los primarios.»
Preciosamente en Los amantes tristes, el espejo se sitúa reflejando otros espejos, creando un prisma triangular, en el que tres personajes reflectan y descomponen la luz, al igual que sus vidas. Esa luz, viene a ser un poderoso vínculo que los une y los encadena, condenándolos una y otra vez a reflejarse.
A través de la narración de Antonio, un músico inmigrante en París, iremos conociendo a Jean Charles, su mejor amigo, y a Ofélie, su ex amante. Eugenia Rico nos mete de lleno en un historia que ya había comenzado hace tiempo. Así, sobresaltados por una llamada telefónica, vamos en busca de Jean Charles, ese, su mejor amigo, que pide ayuda antes de colgar. Se pone entonces en marcha una historia en la que el lector irá descubriendo lo qué pasó entre aquellos tres personajes que arrastran una carga, una culpa tan grande que tambalea toda su existencia, alejándolos y acercándolos como polos de imanes, con tremenda fuerza.
La historia se hilvana con un lenguaje sencillo, preciso, cargado de sentido, de posibilidades, que nos ofrece en definitiva una revisión de lo cotidiano, que nos sitúa en un plano distinto, nos ofrece otros ojos para mirar la misma realidad: «Antes de abrir los ojos, tiendo la mano como un puente hacia las cosas concretas que suelen estar ahí, que tiene que estar ahí para que yo siga siendo yo y esta casa, mi casa. Pero esa mañana los dedos me devolvieron un montón de preguntas, porque las cosas no estaban todo lo ahí que deberían».
Destacar la carta de Jean Charles, que rompe y desgarra la narración en primera persona de Antonio y que nos sitúa en otro plano de esa realidad. Un personaje el de Jean Chales hipnótico, brillante, que hace alarde de una lucidez digna de un genio. Son sus cartas a Antonio un juego filosófico en el que Eugenia Rico nos plantea la delgada línea entre la locura y lo demás, otras formas de locura, me permito añadir.
Una mujer, Ofélie, a la que vemos por ojos de ellos, como un holograma temido, amado y repudiado a partes iguales. Con un magnetismo que centraliza el conflicto de esta novela y que logra cautivar también al lector. Y un escenario, París, en el que Antonio se siente desarraigado, al igual que Jean Chales y Ofélie, que aunque nacidos allí, están fuera del mundo. Los tres vagan en una dimensión que se compone y descompone en sus cabezas, a través de las consecuencias de sus palabras y sus hechos.
En definitiva, una novela sólida, de personajes poderosos, de prosa precisa y trama imperecedera.

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