Caballo de Troya, Barcelona, 2010. 149 pp. 11,90 €
Elvira Navarro
José Hamad, editor de 451, me dijo en una ocasión que hay una categoría que funciona con total normalidad en ferias como la de Frankfurt, y que sin embargo, a diferencia de otras como Chick Lit, Noir, Thriller, Commercial o Literary, no es utilizada por la crítica, a saber, la male fiction, cuya traducción más justa sería la de “literatura masculina” en un sentido amplio, englobando tanto a la ficción como a la no ficción. La razón de que en un campo que vive en buena medida del prestigio la denominación no circule es obvia; basta con pensar un poco por qué sí funciona, y muy bien –incluso comercialmente, aunque ojo, nunca de manera prestigiosa-, su par, la “literatura femenina”. Si traigo a colación el término no es para iniciar aquí un debate, sino porque Las tres balas de Boris Bardin, segunda novela de Milo J. Krmpotic’ (Barcelona, 1974), se alza sobre un muy consciente uso del tono y los temas que la cultura occidental endosa a los machotes. Es decir, que ésta es una novela sobre, entre otras cosas, la forma en que estos machotes ejercen la violencia contra sí mismos.
Estamos en una Argentina donde la revolución digital aún no existe, y en la que los hermanos Bardin, con modales de clan, arrastran un malfacer cuyo origen el autor se encarga bien de señalar: “Nunca salí de este país, lo que me dispensó el privilegio de verlo hundirse una y otra vez en la mierda. Y de hundirme a su lado, que las grandes fidelidades están para eso, para hacerte la ilusión de que hay alguien en condiciones de salvarte y acabar ahogándote de todos modos, sí, pero en compañía. Es la gran virtud de Argentina, que jamás te deja solo. Las miserias son compartidas o no son”. Si la trama de este libro se contara en una contracubierta sonaría a cine negro y a serie de televisión policiaca; sin embargo, en Caballo de Troya las contracubiertas las escribe Constantino Bértolo, lo que lleva a que, a pesar de que en Las tres balas de Boris Bardin haya un robo a un furgón blindado, una pareja yéndose a pique y un agente enviado desde Buenos Aires (la acción no transcurre en la capital, sino en una ciudad pequeña), el engaño no se produzca. La trama podría haber sido cualquier otra, y el ritmo se aleja de calificaciones trepidantes sin que por eso el libro deje de deberle mucho a la pantalla. Mi impresión es que Krmpotic’ ha pasado lo noir y lo male por Ingmar Bergman, a tenor de la demora en los instantes previos a la acción y de los silencios. Es por ello que lo que se nos cuenta se parece más a nuestra cotidianidad que a cualquier thriller. Aquí nos instalamos en los intersticios: una parrilla familiar, conversaciones que desembocan en lo importante como por descuido (y eso a pesar de que el drama adensa hasta el límite el ambiente), el tedio matrimonial, cuartos de baño, interiores de coches no implicados en persecuciones de quitar el aliento, esperas y micciones. Llama la atención el detenimiento del autor en este último asunto, y no he podido evitar la interpretación más habitual, no sé si buscada por Krmpotic’: el orín que marca un territorio, el falo a la base de la ficción que configura lo real o la ideología, que retratado así de cerca delata, cuanto menos, su fragilidad.
La acción se alterna con un monólogo que, en general, deja pocos resquicios a la libre interpretación, pues apuntala una y otra vez el sentido de la anterior cita. La novela está escrita en argentino (incluye un glosario de argentinismos), si bien por momentos la construcción de la frase, que gusta aquí de la subordinación y la largura, es muy ibérica. Milo J. Krmpotic’ sabe perfectamente que la literatura se juega en primer término en lo textual, y en Las tres balas de Boris Bardin brilla con especial fuerza el gusto por el lenguaje, por la urdimbre, lo que no quiere decir que se apueste por lo barroco ni que se estén disparando metáforas epatantes cada tres líneas. Se trata de un necesario sentido del ritmo, de que cada palabra tenga el peso adecuado, de que el texto sea rico en resonancias. En resumen, de que en el significante resuene el significado. Esto, que parece obvio para todo el que quiera dedicarse a escribir con cierto tino, empieza a ser una rareza.
En definitiva, Krmpotic’ ha escrito un buen segundo libro que nos recuerda lo que ya se puso en evidencia en Sorbed mi sexo. Un trayecto a las vidas de Paul Boissel (Caballo de Troya, 2005), novela con la que debutó: que aquí hay un escritor. Merece la pena que se asomen.
Elvira Navarro
José Hamad, editor de 451, me dijo en una ocasión que hay una categoría que funciona con total normalidad en ferias como la de Frankfurt, y que sin embargo, a diferencia de otras como Chick Lit, Noir, Thriller, Commercial o Literary, no es utilizada por la crítica, a saber, la male fiction, cuya traducción más justa sería la de “literatura masculina” en un sentido amplio, englobando tanto a la ficción como a la no ficción. La razón de que en un campo que vive en buena medida del prestigio la denominación no circule es obvia; basta con pensar un poco por qué sí funciona, y muy bien –incluso comercialmente, aunque ojo, nunca de manera prestigiosa-, su par, la “literatura femenina”. Si traigo a colación el término no es para iniciar aquí un debate, sino porque Las tres balas de Boris Bardin, segunda novela de Milo J. Krmpotic’ (Barcelona, 1974), se alza sobre un muy consciente uso del tono y los temas que la cultura occidental endosa a los machotes. Es decir, que ésta es una novela sobre, entre otras cosas, la forma en que estos machotes ejercen la violencia contra sí mismos.
Estamos en una Argentina donde la revolución digital aún no existe, y en la que los hermanos Bardin, con modales de clan, arrastran un malfacer cuyo origen el autor se encarga bien de señalar: “Nunca salí de este país, lo que me dispensó el privilegio de verlo hundirse una y otra vez en la mierda. Y de hundirme a su lado, que las grandes fidelidades están para eso, para hacerte la ilusión de que hay alguien en condiciones de salvarte y acabar ahogándote de todos modos, sí, pero en compañía. Es la gran virtud de Argentina, que jamás te deja solo. Las miserias son compartidas o no son”. Si la trama de este libro se contara en una contracubierta sonaría a cine negro y a serie de televisión policiaca; sin embargo, en Caballo de Troya las contracubiertas las escribe Constantino Bértolo, lo que lleva a que, a pesar de que en Las tres balas de Boris Bardin haya un robo a un furgón blindado, una pareja yéndose a pique y un agente enviado desde Buenos Aires (la acción no transcurre en la capital, sino en una ciudad pequeña), el engaño no se produzca. La trama podría haber sido cualquier otra, y el ritmo se aleja de calificaciones trepidantes sin que por eso el libro deje de deberle mucho a la pantalla. Mi impresión es que Krmpotic’ ha pasado lo noir y lo male por Ingmar Bergman, a tenor de la demora en los instantes previos a la acción y de los silencios. Es por ello que lo que se nos cuenta se parece más a nuestra cotidianidad que a cualquier thriller. Aquí nos instalamos en los intersticios: una parrilla familiar, conversaciones que desembocan en lo importante como por descuido (y eso a pesar de que el drama adensa hasta el límite el ambiente), el tedio matrimonial, cuartos de baño, interiores de coches no implicados en persecuciones de quitar el aliento, esperas y micciones. Llama la atención el detenimiento del autor en este último asunto, y no he podido evitar la interpretación más habitual, no sé si buscada por Krmpotic’: el orín que marca un territorio, el falo a la base de la ficción que configura lo real o la ideología, que retratado así de cerca delata, cuanto menos, su fragilidad.
La acción se alterna con un monólogo que, en general, deja pocos resquicios a la libre interpretación, pues apuntala una y otra vez el sentido de la anterior cita. La novela está escrita en argentino (incluye un glosario de argentinismos), si bien por momentos la construcción de la frase, que gusta aquí de la subordinación y la largura, es muy ibérica. Milo J. Krmpotic’ sabe perfectamente que la literatura se juega en primer término en lo textual, y en Las tres balas de Boris Bardin brilla con especial fuerza el gusto por el lenguaje, por la urdimbre, lo que no quiere decir que se apueste por lo barroco ni que se estén disparando metáforas epatantes cada tres líneas. Se trata de un necesario sentido del ritmo, de que cada palabra tenga el peso adecuado, de que el texto sea rico en resonancias. En resumen, de que en el significante resuene el significado. Esto, que parece obvio para todo el que quiera dedicarse a escribir con cierto tino, empieza a ser una rareza.
En definitiva, Krmpotic’ ha escrito un buen segundo libro que nos recuerda lo que ya se puso en evidencia en Sorbed mi sexo. Un trayecto a las vidas de Paul Boissel (Caballo de Troya, 2005), novela con la que debutó: que aquí hay un escritor. Merece la pena que se asomen.
1 comentario:
Me asomaré.
Publicar un comentario