Trad. Juan José Guillén. RBA, Barcelona, 2009. 793 pp. 29 €
Coradino Vega
Cuando decae la fe en la novela, cuando parece que importa más delimitarla que su realización, cuando pesa la sobredosis de inteligencia y de ficción y de formatos y nos invade una sensación de hastío o de empacho o de opresión, hay veces en las que surge el milagro: una de esas novelas que son en sí todo un monumento a la novela, un «tocho» que hace que recuperes la fe y te reconcilies con la vida y des gracias a su autor por producirnos esa clase de enajenación tan parecida a la felicidad que sólo provoca la gran literatura. Me pasó no hace mucho con Vida y destino, de Vasili Grossman. Y me ha vuelto a pasar con La familia Moskat, del escritor judío ―nacido en Polonia y emigrado a Estados Unidos― Isaac Bashevis Singer.
Se trata de una novela-novela que no funciona ni por acumulación ni por ‘amplificatio’ (los dos recursos más utilizados hoy día para escribir voluminosamente). Una novela que entrelaza decenas de historias y personajes sin que falte ni sobre una página, con un ritmo narrativo constante y alto, con diálogos de una vivacidad admirables, con un dominio primoroso sobre lo grande y lo pequeño como, sin renunciar a la totalidad de Tolstoi, se centrara también en lo concreto con el detallismo de Chéjov. ¿Que cómo logra ese milagro Singer? Pues de una manera que nos parece en su resultado muy sencilla y, sin embargo, quizá sea la más complicada. Cuando Singer escribió La familia Moskat, Faulkner, Virginia Woolf, Dos Passos, Joyce y compañía ya le habían dado la vuelta a la novela realista hasta situarla en un punto de no retorno. Sin embargo, parece que a Singer, un tipo que seguía escribiendo en yiddish en el turbulento Nueva York de mediados del siglo XX, la vanguardia se la trajo al pairo. Su receta era la de siempre, la más simple, la más difícil: no explicar, no describir, no representar, no reflexionar, no opinar; sólo mostrar, observar y mostrar, y así ofrecer una intensa impresión de vida narrando el bullicio de la ciudad o la guerra, las escenas más íntimas o las celebraciones familiares más ruidosas, el colorido de las relaciones humanas de distintas clases sociales ―jóvenes y viejos, ‘chassidim’ y «modernos», sionistas y comunistas―, con personalidades contradictorias y comportamientos ambiguos, o en resumen, siendo capaz ―con un talento entre genial y prometeico― de penetrar en el alma de los otros desde fuera y, de esta forma, contar el latido de toda una época: la Varsovia judía desde principios de siglo XX hasta la llegada del ejército nazi.
Es cierto que La familia Moskat es una novela atravesada por la conciencia de la Torah: uno no podría entender de dónde viene la pulsión y el humor de escritores como Saul Bellow o Philip Roth sin haber leído a Singer. Y sin embargo, La familia Moskat no es sólo una novela judía. Es verdad que constituye todo un homenaje a un pueblo que sería arrasado por el Holocausto, una suerte de Los Buddenbrook en clave hebraica, pero sus personajes alcanzan la compleja cualidad de resultar universales. Así, el depresivo existencialista Asa Heshel, el patriarca Reb Meshulam, el arribista Koppel, la dulce Hadassah, la comprensiva Adele o el hereje y disoluto tío Abram, alcanzan las resonancias de los Aliosha Karamazov, Settembrini, Julien Sorel, Frederic Moreau, Emma Bovary, Víctor Quintanar, Stavrogin, Pierre Bezukhov o Natasha Rostova.
Una novela, en definitiva, inolvidable, magistral, inmensa. Una obra maestra de uno de los escritores más grandes del siglo XX, el Premio Nobel de 1978, Isaac Bashevis Singer (cuya restante producción, por cierto, es actualmente muy difícil de encontrar en las librerías españolas). «Una revelación», como dijo de ella Claudio Magris, entre las muchas «revelaciones» semanales con pretensiones de serlo que acaban fagocitadas por el tiempo.
Coradino Vega
Cuando decae la fe en la novela, cuando parece que importa más delimitarla que su realización, cuando pesa la sobredosis de inteligencia y de ficción y de formatos y nos invade una sensación de hastío o de empacho o de opresión, hay veces en las que surge el milagro: una de esas novelas que son en sí todo un monumento a la novela, un «tocho» que hace que recuperes la fe y te reconcilies con la vida y des gracias a su autor por producirnos esa clase de enajenación tan parecida a la felicidad que sólo provoca la gran literatura. Me pasó no hace mucho con Vida y destino, de Vasili Grossman. Y me ha vuelto a pasar con La familia Moskat, del escritor judío ―nacido en Polonia y emigrado a Estados Unidos― Isaac Bashevis Singer.
Se trata de una novela-novela que no funciona ni por acumulación ni por ‘amplificatio’ (los dos recursos más utilizados hoy día para escribir voluminosamente). Una novela que entrelaza decenas de historias y personajes sin que falte ni sobre una página, con un ritmo narrativo constante y alto, con diálogos de una vivacidad admirables, con un dominio primoroso sobre lo grande y lo pequeño como, sin renunciar a la totalidad de Tolstoi, se centrara también en lo concreto con el detallismo de Chéjov. ¿Que cómo logra ese milagro Singer? Pues de una manera que nos parece en su resultado muy sencilla y, sin embargo, quizá sea la más complicada. Cuando Singer escribió La familia Moskat, Faulkner, Virginia Woolf, Dos Passos, Joyce y compañía ya le habían dado la vuelta a la novela realista hasta situarla en un punto de no retorno. Sin embargo, parece que a Singer, un tipo que seguía escribiendo en yiddish en el turbulento Nueva York de mediados del siglo XX, la vanguardia se la trajo al pairo. Su receta era la de siempre, la más simple, la más difícil: no explicar, no describir, no representar, no reflexionar, no opinar; sólo mostrar, observar y mostrar, y así ofrecer una intensa impresión de vida narrando el bullicio de la ciudad o la guerra, las escenas más íntimas o las celebraciones familiares más ruidosas, el colorido de las relaciones humanas de distintas clases sociales ―jóvenes y viejos, ‘chassidim’ y «modernos», sionistas y comunistas―, con personalidades contradictorias y comportamientos ambiguos, o en resumen, siendo capaz ―con un talento entre genial y prometeico― de penetrar en el alma de los otros desde fuera y, de esta forma, contar el latido de toda una época: la Varsovia judía desde principios de siglo XX hasta la llegada del ejército nazi.
Es cierto que La familia Moskat es una novela atravesada por la conciencia de la Torah: uno no podría entender de dónde viene la pulsión y el humor de escritores como Saul Bellow o Philip Roth sin haber leído a Singer. Y sin embargo, La familia Moskat no es sólo una novela judía. Es verdad que constituye todo un homenaje a un pueblo que sería arrasado por el Holocausto, una suerte de Los Buddenbrook en clave hebraica, pero sus personajes alcanzan la compleja cualidad de resultar universales. Así, el depresivo existencialista Asa Heshel, el patriarca Reb Meshulam, el arribista Koppel, la dulce Hadassah, la comprensiva Adele o el hereje y disoluto tío Abram, alcanzan las resonancias de los Aliosha Karamazov, Settembrini, Julien Sorel, Frederic Moreau, Emma Bovary, Víctor Quintanar, Stavrogin, Pierre Bezukhov o Natasha Rostova.
Una novela, en definitiva, inolvidable, magistral, inmensa. Una obra maestra de uno de los escritores más grandes del siglo XX, el Premio Nobel de 1978, Isaac Bashevis Singer (cuya restante producción, por cierto, es actualmente muy difícil de encontrar en las librerías españolas). «Una revelación», como dijo de ella Claudio Magris, entre las muchas «revelaciones» semanales con pretensiones de serlo que acaban fagocitadas por el tiempo.
5 comentarios:
No tenía noticia de La Familia Moskat, pero me alegro de veras de que se haya publicado en español y pienso comprarla lo antes posible. Soy un ferviente admirador (el único, pensaba hasta ahora) de Isaac Bashevis Singer, en concreto de la inencontrable "Sombras sobre el Hudson" (Ediciones B), en la que, utilizando las palabras de Coradino, se observa y se muestra. Con atención, fuerza y un pulso narrativo que no se ven todos los días. Un trozo de vida, dicen que son las buenas novelas. "Sombras sobre el Hudson" lo certifica. Y me atrevo a aventurar que "La Familia Moskat" también.
http://www.antoniolopezpelaez.com
Hay varios centenares de páginas, los centrales, que me encantaron. Las últimas doscientas páginas, sin embargo, me han hecho sufrir. Demasiado largo el libro. Demasiadas pelucas de matrona, sinagogas, barbas, interpretaciones del Talmud. Yo creo que ahora mismo podría aprobar un examen de religión judía gracias a este libro.
A veces me recordaba a Tolstoi, pero qué va; otras veces parecía que estaba leyendo el catecismo, pero sin dibujos.
En serio, el libro está fenomenal, pero para mí habría sido perfecto si hubiera tenido muchas menos páginas. Había una emoción en las últimas páginas a las que llegué cansada, sin mucha posibilidad de disfrutarlas, pensando en la siguiente novela que me quería leer.
Yo también leí "Vida y destino" y a veces hasta me acordé de él leyendo a Moskat. Pero qué va, Grossman es mucho más impactante y, desde mi punto de vista, tiene toda la capacidad necesaria para sostener tu emoción e interés durante todo el tochaco. Porque "Vida y destino" es todavía más tochaco.
A mí me ha conquistado este autor con "El esclavo", "Un amigo de Kafka", "La casa de Jampol", etc, etc
Lástima que sea tan dificil encontrar todas las obras que me faltan por leer.
lo acabo de terminar ,es monumental,para todo judio es una obra obligatoria y para el que quiera entender al pueblo que se considera a si mismo elegido debe leer despues de leer el libro nuestra vision del mundo judio cambia , y eso que vivi 37 anios en israel y este libro me respondio a muchas preguntas que me fui haciendo en esos 37 anios mas los que vivi y vivo en argentina.No se asisten es largo pero apasionante instructivo y revelador
Singer es uno de los muchos escritores que uno empieza a leer en la adolescencia por el mismo motivo por el que se pinta el pelo o se pone pendientes en los rincones más escabrosos del cuerpo: para sentirse distinto, para demostrarle a todo el mundo y demostrarse a sí mismo que está más allá de las modas, que lee lo que le hace vibrar y no lo que todo el mundo lee. También es uno de los poquísimos escritores que sobreviven a ese arrechucho adolescente. Estoy seguro de que casi cualquier persona, a cualquier edad y sean cuales sean sus convicciones, seguirá gozando como un niño al leer sus libros.
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