Trad. Juan José Llanos. Editorial La Factoría de Ideas, Madrid, 2010. 345 pp. 20.95 €
Amadeo Cobas
Recupera Tim Severin varios de los personajes participantes en su novela Corsario, transcurriendo esta acción dos años después de ser secuestrados por corsarios argelinos. En efecto, el principal de aquéllos, Hector Lynch, vuelve a convertirse en dueño y señor de esta continuación de la saga, y nuevamente nos encontramos con una acción trepidante, sin apenas respiro para el lector, aventura en diversos planos, con un recorrido de vértigo por las costas americanas en ambos océanos, Atlántico y Pacífico, sorteando los peligros incesantes que amenazan en diversas ocasiones con dar al traste a la recién iniciada carrera de bucanero del osado Lynch.
Hay personajes muy arquetípicos, como el protagonista bondadoso al que la fortuna semeja serle esquiva, el indio que sabe hacer de todo, entiende de todo y dispone de unos exacerbados sentidos, el fortachón que impone a los malos con su simple y colosal presencia; a la vera contraria, malos muy malos, es ocioso comentarlo, como el pirata capitán Coxon y sus secuaces…
Nos toparemos con amplios conocimientos de historia, vistiendo la narración del ornato justo para no volverla pesada ni dejarla desnuda, siendo en ocasiones muy conciso el autor y en otras explayándose para explicar conceptos inmersos en el diálogo, de forma que no enturbien las aguas de la ilación narrativa. Mansas, con la interrupción provocada por alguna tormenta tropical o unos bajíos que arañan el casco de la nave…
A la luz sale el día a día del bucanero, un ser definido como «un depredador hambriento en busca de tesoros que saquear». Pero que nadie se asuste porque no hay pasajes desentrañados de forma escabrosa, y los que indefectiblemente han de figurar lo hacen de forma velada, sin hacer sangre con descripciones brutales. Y es que «en medio de tanta barbarie, de los saqueos inclementes, de las horribles represalias que toman los bucaneros si el botín no satisface sus expectativas, hay tiempo para los actos de honor, inclusive entre enemigos, respetando la letra no impresa firmada en un pacto verbal, salvando la tropelía del pirata que no respeta nada, ni tiene palabra ni más conciencia que la de obtener el rédito mayor». Hay que ver, hasta los pérfidos más abyectos tienen su corazoncito…
Y aún un espacio queda para ser rellenado por el escritor, y lo hace, aunque quizá de una forma poco lograda, con un soslayo que puede alejar a un cierto extracto de los posibles lectores: el amor. Se anuncia aquí como una instancia secundaria, un imposible que luego se transforma y vuelca… no diremos cómo para despertar interés sin desvelar nada, aguántense, caramba, no sean ansiosos.
En resumen, literatura de aventuras en general bien construida, con generosos aportes históricos (el pirata Henry Morgan, ahora vicegobernador, incluido) para pasar el rato este verano que ya casi se anuncia…
Amadeo Cobas
Recupera Tim Severin varios de los personajes participantes en su novela Corsario, transcurriendo esta acción dos años después de ser secuestrados por corsarios argelinos. En efecto, el principal de aquéllos, Hector Lynch, vuelve a convertirse en dueño y señor de esta continuación de la saga, y nuevamente nos encontramos con una acción trepidante, sin apenas respiro para el lector, aventura en diversos planos, con un recorrido de vértigo por las costas americanas en ambos océanos, Atlántico y Pacífico, sorteando los peligros incesantes que amenazan en diversas ocasiones con dar al traste a la recién iniciada carrera de bucanero del osado Lynch.
Hay personajes muy arquetípicos, como el protagonista bondadoso al que la fortuna semeja serle esquiva, el indio que sabe hacer de todo, entiende de todo y dispone de unos exacerbados sentidos, el fortachón que impone a los malos con su simple y colosal presencia; a la vera contraria, malos muy malos, es ocioso comentarlo, como el pirata capitán Coxon y sus secuaces…
Nos toparemos con amplios conocimientos de historia, vistiendo la narración del ornato justo para no volverla pesada ni dejarla desnuda, siendo en ocasiones muy conciso el autor y en otras explayándose para explicar conceptos inmersos en el diálogo, de forma que no enturbien las aguas de la ilación narrativa. Mansas, con la interrupción provocada por alguna tormenta tropical o unos bajíos que arañan el casco de la nave…
A la luz sale el día a día del bucanero, un ser definido como «un depredador hambriento en busca de tesoros que saquear». Pero que nadie se asuste porque no hay pasajes desentrañados de forma escabrosa, y los que indefectiblemente han de figurar lo hacen de forma velada, sin hacer sangre con descripciones brutales. Y es que «en medio de tanta barbarie, de los saqueos inclementes, de las horribles represalias que toman los bucaneros si el botín no satisface sus expectativas, hay tiempo para los actos de honor, inclusive entre enemigos, respetando la letra no impresa firmada en un pacto verbal, salvando la tropelía del pirata que no respeta nada, ni tiene palabra ni más conciencia que la de obtener el rédito mayor». Hay que ver, hasta los pérfidos más abyectos tienen su corazoncito…
Y aún un espacio queda para ser rellenado por el escritor, y lo hace, aunque quizá de una forma poco lograda, con un soslayo que puede alejar a un cierto extracto de los posibles lectores: el amor. Se anuncia aquí como una instancia secundaria, un imposible que luego se transforma y vuelca… no diremos cómo para despertar interés sin desvelar nada, aguántense, caramba, no sean ansiosos.
En resumen, literatura de aventuras en general bien construida, con generosos aportes históricos (el pirata Henry Morgan, ahora vicegobernador, incluido) para pasar el rato este verano que ya casi se anuncia…
No hay comentarios:
Publicar un comentario