Premio Rejadorada de Novela Breve. Multiversa, , 2009. 86 pp.
José Manuel de la Huerga
Cuando la curiosidad se vuelve obsesión y se asoma al abismo de la desconfianza, se avecina la debacle. El editor Andrés quiere saber a toda costa el origen de la cicatriz de su chica, de la preciosa Ronda, una joven ilustradora que le ha caído del cielo del amor. La percusión sobre el tema de la cicatriz, durante los dos primeros capítulos de esta novela breve, intensa y bien urdida, anuncia el monotema: a pesar de los riesgos de asomarse donde no le llaman, a pesar de que Ronda se niega a contarle la historia de su cicatriz, Andrés quiere escribir la novela de su perdición. He aquí uno de los aciertos de la novela de Empar Fernández, autora que se mueve como pez en el agua en el registro policiaco y de intriga, y que sabe muy bien pulsar el botón de la curiosidad enfermiza también en el lector, mi hipócrita lector, mi semejante, como nos describiera magistralmente Baudelaire.
Pero hay más en las pocas páginas de este Premio Rejadorada que edita Multiversa. Describir minuciosamente el doble costurón que como banda impuesta por el destino adverso luce Nora desnuda ante el boquiabierto Andrés, nos golpea desde un principio y es garantía de zambullida del lector en la trama falsamente policiaca, inteligentemente muñida, por la escritora barcelonesa.
La novela funciona por la intensidad del claroscuro. La oscuridad del pasado en la que Andrés bucea a toda costa, opuesta a la hermosa luminosidad del presente de la enigmática Nora. De cuerpo delgadísimo, entregada al sexo con Andrés como una liberación de los tormentos del pasado, presidiendo cada instante de piel y de saliva esa cicatriz como camino de perdición… Pero también, la Nora poderosa, la que advierte a Andrés de que no indague, la que toma la decisión final, fulminante.
Nora es un personaje que imanta. No puedo por menos que recordarla como ilustradora de cuentos infantiles, capaz de todo el color y de la luz, de los mundos maravillosos, pero silenciosa, secreta. Desde luego esta combinación de personajes es la que más me ha interesado. Son personajes memorables, y que un personaje se recuerde, quede en la memoria del lector habituado es realmente difícil.
Al pobre insensato de Andrés, perseguido y perseguidor de una obsesión, no le queda más que buscar entre informes médicos y pasado en colegio de monjas, para saber la verdad de Nora. Una verdad que le va a costar carísima.
Por si fuera poco Empar Fernández nos deja una novela valiente. Los de su generación sabemos de educación sentimental castradora, y también de los peligros de las obsesiones que pasan factura a partir de los cuarenta. Es el bajo continuo que suena potente de la primera página a la última.
José Manuel de la Huerga
Cuando la curiosidad se vuelve obsesión y se asoma al abismo de la desconfianza, se avecina la debacle. El editor Andrés quiere saber a toda costa el origen de la cicatriz de su chica, de la preciosa Ronda, una joven ilustradora que le ha caído del cielo del amor. La percusión sobre el tema de la cicatriz, durante los dos primeros capítulos de esta novela breve, intensa y bien urdida, anuncia el monotema: a pesar de los riesgos de asomarse donde no le llaman, a pesar de que Ronda se niega a contarle la historia de su cicatriz, Andrés quiere escribir la novela de su perdición. He aquí uno de los aciertos de la novela de Empar Fernández, autora que se mueve como pez en el agua en el registro policiaco y de intriga, y que sabe muy bien pulsar el botón de la curiosidad enfermiza también en el lector, mi hipócrita lector, mi semejante, como nos describiera magistralmente Baudelaire.
Pero hay más en las pocas páginas de este Premio Rejadorada que edita Multiversa. Describir minuciosamente el doble costurón que como banda impuesta por el destino adverso luce Nora desnuda ante el boquiabierto Andrés, nos golpea desde un principio y es garantía de zambullida del lector en la trama falsamente policiaca, inteligentemente muñida, por la escritora barcelonesa.
La novela funciona por la intensidad del claroscuro. La oscuridad del pasado en la que Andrés bucea a toda costa, opuesta a la hermosa luminosidad del presente de la enigmática Nora. De cuerpo delgadísimo, entregada al sexo con Andrés como una liberación de los tormentos del pasado, presidiendo cada instante de piel y de saliva esa cicatriz como camino de perdición… Pero también, la Nora poderosa, la que advierte a Andrés de que no indague, la que toma la decisión final, fulminante.
Nora es un personaje que imanta. No puedo por menos que recordarla como ilustradora de cuentos infantiles, capaz de todo el color y de la luz, de los mundos maravillosos, pero silenciosa, secreta. Desde luego esta combinación de personajes es la que más me ha interesado. Son personajes memorables, y que un personaje se recuerde, quede en la memoria del lector habituado es realmente difícil.
Al pobre insensato de Andrés, perseguido y perseguidor de una obsesión, no le queda más que buscar entre informes médicos y pasado en colegio de monjas, para saber la verdad de Nora. Una verdad que le va a costar carísima.
Por si fuera poco Empar Fernández nos deja una novela valiente. Los de su generación sabemos de educación sentimental castradora, y también de los peligros de las obsesiones que pasan factura a partir de los cuarenta. Es el bajo continuo que suena potente de la primera página a la última.
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