Trad. Catalina Martínez Muñoz. Alba, Barcelona, 2009. 166 pp. 16 €
Coradino Vega
El realismo norteamericano se fraguó en la segunda mitad del siglo XIX de la mano de escritores como Mark Twain, William Dean Howells o Henry James. Pero mientras al primero le interesó el mundo rural del sur y el oeste, y al segundo el ambiente industrial y urbano del norte, Henry James parece que no prestó demasiada atención a la honda transformación del país surgido de la Guerra Civil (1861-1865), sino a la vieja Europa, territorio que contenía —según él— las condiciones necesarias que permitieran el desarrollo de la cultura y la imaginación que carecía la nueva América. Su máxima aportación se centró más bien en el orden técnico o formal. El control del punto de vista, como manera de superar la narración omnisciente, facilitó la profundización del análisis psicológico de sus personajes y las complejidades que habitan el alma humana. De él al stream of consciousness, experimentado por Virginia Woolf, Faulkner o Joyce, había sólo un pequeño e inevitable paso.
Henry James fue un auténtico maestro de la novela larga, el relato corto y la nouvelle. A este tercer tipo pertenece Los papeles de Aspern. Un joven editor y crítico descubre que aún vive una de las musas y amantes de Jeffrey Aspern, idolatrado poeta sobre quien está escribiendo un libro. La anciana señorita Bordereau vive encerrada en un palazzo veneciano con la única compañía de su sobrina Tina. El editor decide entonces convencerlas para que le acepten como inquilino a la espera de poder acceder a los misteriosos papeles de Aspern que Juliana Bordereau guarda con impenetrable celo. (Por lo visto, la historia tiene su origen en una noticia que llegó a oídos de Henry James cuando pasaba una temporada en Florencia: allí seguía viviendo Claire Clairmont, amante de Byron y amiga de Shelley, y cierto investigador había intentado trabar amistad con esta anciana y su sobrina con el objetivo de obtener unas cartas privadas del poeta.) Pero la ambigüedad e hipocresía iniciales irán adquiriendo una tensión dramática in crescendo en la que nada acabará siendo lo que parece que es. ¿Hasta dónde será capaz de llegar el editor para conseguir los preciados papeles?
La novela transcurre en un ambiente entre encantador y decadente (un verano en la Venecia de los canales y las fondamenta), pero que también tiene algo de fantasmagórico (el tipo de vida que llevan las señoritas Bordereau clausuradas durante tanto tiempo); y la temática del libro, junto a las sombras de la casa donde transcurre la acción, hace que nos acordemos de otras dos novelas cortas de Henry James como son La lección del maestro y la archiconocida Otra vuelta de tuerca. Su lectura es agradable a la vez que inquietante, ya que el magistral manejo del suspense, unido a la inteligencia de los giros de la trama y de los diálogos, hace que esta nouvelle sea una auténtica breve obra maestra. El amable editor ¿es un idealista o un ser sin escrúpulos? ¿Quién se supone que está engañando a quién? ¿Qué significa todo ese contexto paródico de jardines tapiados: la inaccesibilidad del pasado? Hay algo de fábula moral en esta novela: la reflexión sobre los límites de la privacidad unida a una cómica contraposición entre el pasado romántico y la mediocridad del presente. Y como en otras obras de James, está latente (en este caso, centrado en la figura de Tina) la pérdida de la inocencia americana ante el peso cultural de la resabiada Europa.
Leer a Henry James es una verdadera delicia: la ironía, la sutileza y la elegancia de su prosa siempre esconde algún secreto que hace que el lector no pueda parar hasta descubrirlo.
Coradino Vega
El realismo norteamericano se fraguó en la segunda mitad del siglo XIX de la mano de escritores como Mark Twain, William Dean Howells o Henry James. Pero mientras al primero le interesó el mundo rural del sur y el oeste, y al segundo el ambiente industrial y urbano del norte, Henry James parece que no prestó demasiada atención a la honda transformación del país surgido de la Guerra Civil (1861-1865), sino a la vieja Europa, territorio que contenía —según él— las condiciones necesarias que permitieran el desarrollo de la cultura y la imaginación que carecía la nueva América. Su máxima aportación se centró más bien en el orden técnico o formal. El control del punto de vista, como manera de superar la narración omnisciente, facilitó la profundización del análisis psicológico de sus personajes y las complejidades que habitan el alma humana. De él al stream of consciousness, experimentado por Virginia Woolf, Faulkner o Joyce, había sólo un pequeño e inevitable paso.
Henry James fue un auténtico maestro de la novela larga, el relato corto y la nouvelle. A este tercer tipo pertenece Los papeles de Aspern. Un joven editor y crítico descubre que aún vive una de las musas y amantes de Jeffrey Aspern, idolatrado poeta sobre quien está escribiendo un libro. La anciana señorita Bordereau vive encerrada en un palazzo veneciano con la única compañía de su sobrina Tina. El editor decide entonces convencerlas para que le acepten como inquilino a la espera de poder acceder a los misteriosos papeles de Aspern que Juliana Bordereau guarda con impenetrable celo. (Por lo visto, la historia tiene su origen en una noticia que llegó a oídos de Henry James cuando pasaba una temporada en Florencia: allí seguía viviendo Claire Clairmont, amante de Byron y amiga de Shelley, y cierto investigador había intentado trabar amistad con esta anciana y su sobrina con el objetivo de obtener unas cartas privadas del poeta.) Pero la ambigüedad e hipocresía iniciales irán adquiriendo una tensión dramática in crescendo en la que nada acabará siendo lo que parece que es. ¿Hasta dónde será capaz de llegar el editor para conseguir los preciados papeles?
La novela transcurre en un ambiente entre encantador y decadente (un verano en la Venecia de los canales y las fondamenta), pero que también tiene algo de fantasmagórico (el tipo de vida que llevan las señoritas Bordereau clausuradas durante tanto tiempo); y la temática del libro, junto a las sombras de la casa donde transcurre la acción, hace que nos acordemos de otras dos novelas cortas de Henry James como son La lección del maestro y la archiconocida Otra vuelta de tuerca. Su lectura es agradable a la vez que inquietante, ya que el magistral manejo del suspense, unido a la inteligencia de los giros de la trama y de los diálogos, hace que esta nouvelle sea una auténtica breve obra maestra. El amable editor ¿es un idealista o un ser sin escrúpulos? ¿Quién se supone que está engañando a quién? ¿Qué significa todo ese contexto paródico de jardines tapiados: la inaccesibilidad del pasado? Hay algo de fábula moral en esta novela: la reflexión sobre los límites de la privacidad unida a una cómica contraposición entre el pasado romántico y la mediocridad del presente. Y como en otras obras de James, está latente (en este caso, centrado en la figura de Tina) la pérdida de la inocencia americana ante el peso cultural de la resabiada Europa.
Leer a Henry James es una verdadera delicia: la ironía, la sutileza y la elegancia de su prosa siempre esconde algún secreto que hace que el lector no pueda parar hasta descubrirlo.
2 comentarios:
Tomo nota, gracias por recordar que existía, es una obra totalmente imprescindible. Quizás el sábado la consiga.
Feliz año
Esta tarde he comprado el libro, tras leer tu reseña me apetece mucho leerlo.
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