Miguel Baquero
Una de las propuestas literarias más arriesgadas y, por lo tanto, más valiosas de las que circulan actualmente dentro del panorama español es este Tatami, de Alberto Olmos. El juego que propone Olmos es un juego sin concesiones: un espacio cerrado, tan cerrado como el interior de un avión en el que dos personas viajan rumbo hacia Tokio, y tan cerrado asimismo como las 123 páginas que componen esta novela; una única acción, sin salidas tangenciales ni amplias digresiones sobre tal o cual aspecto; y un lenguaje conciso, directo, tajante, hermoso en su efectividad y enemigo de las florituras, un lenguaje que ya dejó un magnífico sabor de boca en otras novelas del autor, como Trenes hacia Tokio o El talento de los demás. En este espacio reducido y despresurizado, Olmos hace coincidir a dos personajes: una mujer y un hombre. Y sin mayores preámbulos (sin ningún preámbulo, de hecho) el avión despega y comienza a volar.
Al lado de una pasajera, un tipo extraño y de modales bruscos. Un tipo, pronto nos damos cuenta, para el que no están hechos los modales ni todas esas pequeñas convenciones. Un personaje crudo, conectado con la esencia de las cosas. Antipático, hosco, grosero, es un tipo que habla de las relaciones de dominio de unas personas sobre otras, de la humillación, de la esperanza, del deseo. Un sujeto poco recomendable que, sin embargo, tiene una historia que contar, y pese a lo desagradable, e incluso asqueroso, que pueda llegar a parecerle, la pasajera acaba escuchando su historia.
Y del mismo modo en que, dicen, las presas de la serpiente quedan fascinadas e inmovilizadas por su mirada, así la protagonista (y los lectores) quedamos suspensos por la historia que nos cuenta el pasajero de al lado. Toda la novela está estructurada en torno a eso: el extraño deseo que nos hace apetecible algo que, en rigor, deberíamos rechazar, estamos educados para rechazarlo. Sin embargo, ese deseo (que va mucho más allá del simple morbo), esa pulsión degenerada, nos lleva a permanecer en el asiento, a seguir pasando páginas, a desear que el avión no aterrice y podamos conocer el final. De igual manera que al pasajero del asiento de al lado ese deseo, hace años, le llevó a dar un paso más allá, todavía un paso más allá, de lo conveniente, de lo permitido, incluso de lo legal. En todos nosotros palpita una rara atracción por el abismo, y es esa atracción lo que a lo largo de estas pocas pero intensas páginas Olmos nos trae una y otra vez a la boca.
Tatami es una magnífica novela en varios sentidos. Magnífica por su argumento pero, sobre todo, magnífica por el ritmo cómo está contada, el modo como el autor se detiene en los momentos culminantes, se acelera en los superfluos, el modo como nos da pista sobre lo que va a suceder y, cuando esto parece que va a llegar, nos mantiene todavía unas páginas en vilo. Olmos se ha sabido retirar a un segundo, seguidísimo plano, pero controla en todo momento el vuelo y el avión, como en una larga travesía transcontinental, se mantiene en todo momento en el aire sin sacudidas ni turbulencias ni caídas de nivel. Y todo ello sin el apoyo impostado de un lenguaje artificial, sino mediante una palabra limpia y unos diálogos naturales y creíbles.
Al lado de una pasajera, un tipo extraño y de modales bruscos. Un tipo, pronto nos damos cuenta, para el que no están hechos los modales ni todas esas pequeñas convenciones. Un personaje crudo, conectado con la esencia de las cosas. Antipático, hosco, grosero, es un tipo que habla de las relaciones de dominio de unas personas sobre otras, de la humillación, de la esperanza, del deseo. Un sujeto poco recomendable que, sin embargo, tiene una historia que contar, y pese a lo desagradable, e incluso asqueroso, que pueda llegar a parecerle, la pasajera acaba escuchando su historia.
Y del mismo modo en que, dicen, las presas de la serpiente quedan fascinadas e inmovilizadas por su mirada, así la protagonista (y los lectores) quedamos suspensos por la historia que nos cuenta el pasajero de al lado. Toda la novela está estructurada en torno a eso: el extraño deseo que nos hace apetecible algo que, en rigor, deberíamos rechazar, estamos educados para rechazarlo. Sin embargo, ese deseo (que va mucho más allá del simple morbo), esa pulsión degenerada, nos lleva a permanecer en el asiento, a seguir pasando páginas, a desear que el avión no aterrice y podamos conocer el final. De igual manera que al pasajero del asiento de al lado ese deseo, hace años, le llevó a dar un paso más allá, todavía un paso más allá, de lo conveniente, de lo permitido, incluso de lo legal. En todos nosotros palpita una rara atracción por el abismo, y es esa atracción lo que a lo largo de estas pocas pero intensas páginas Olmos nos trae una y otra vez a la boca.
Tatami es una magnífica novela en varios sentidos. Magnífica por su argumento pero, sobre todo, magnífica por el ritmo cómo está contada, el modo como el autor se detiene en los momentos culminantes, se acelera en los superfluos, el modo como nos da pista sobre lo que va a suceder y, cuando esto parece que va a llegar, nos mantiene todavía unas páginas en vilo. Olmos se ha sabido retirar a un segundo, seguidísimo plano, pero controla en todo momento el vuelo y el avión, como en una larga travesía transcontinental, se mantiene en todo momento en el aire sin sacudidas ni turbulencias ni caídas de nivel. Y todo ello sin el apoyo impostado de un lenguaje artificial, sino mediante una palabra limpia y unos diálogos naturales y creíbles.
2 comentarios:
Me parece que la cosa se está yendo de madre. Tatami no es ni la mejor novela de Olmos ni la más nada de las que circulan ahora por la red. Está mal esta pérdida de la perspectiva, con respeto a su criterio y al escritor (muy bueno), porque leídas en orden, las novelas de Olmos van de peor a mejor con la excepción de Tatami.
No está mal sin embargo. El mismo autor ha dicho en alguna entrevista que la escribió sin grandes pretensiones y que la consideraba "entretenida" sin mucho más.
Si contraponemos el valor de escribir bien una novela entretenida al de escribir algo parecido a una obra de arte (como El Talento o Trenes, p/ej) Tatami tiene las de perder y estas críticas (la suya no es la única) son totalmente exageradas.
Ni es tan buena (más bien es ligera), ni está tan bien de ritmo (más bien es corta), ni tiene tanta profundidad (más bien es simpática), ni aporta tanto (más bien sirve de pasatiempo).
Alberto Olmos es uno de los mejores escritores de su generación, pero tampoco lo pongamos de Rey Midas, por si se lo cree.
Bien, vale, el pasajero borde tiene una historia que contar, pero... ¿qué historia es esa? No hace falta ser tan oscuro, hombre...
Publicar un comentario