Villar Arellano
¡Qué grande es Emilio Urberuaga por recordarnos lo grande que era Julio Cortázar! Aquél gigantón, campeón mundial de palabras y fantasías, supo descubrirnos los secretos ocultos de la vida doméstica. Sus cinco sentidos captaron con asombro todos los matices de un mundo inmenso, una naturaleza fascinante que su mente lúcida y juguetona atrapaba en palabras e imágenes, haciendo real lo inverosímil.
Publicado originalmente en Historias de Cronopios y famas (Minotauro, 1962), este Discurso del oso aparecía agrupado en un capítulo titulado “Material plástico” en el que se incluían además otros relatos como Conducta de los espejos en la Isla de Pascua, Propiedades de un sillón o Camello declarado indeseable. Todos ellos forman parte de un singular y eterno bestiario, fruto de la dimensión maravillosa de la realidad, explorada tenazmente por el autor.
En este marco se sitúa el Discurso del oso, un cuento sorprendente, muy expresivo y de tono lírico y evocador. El relato describe en primera persona las andanzas de un oso que habita en las cañerías de un edificio y observa la vida piso por piso. El protagonista es ingenuo, travieso y un tanto bruto, conforme a su naturaleza animal, pero también sabe ser tierno como un peluche y trata de llenar la soledad del vecindario con sutiles caricias.
El uso del lenguaje es sencillo, el vocabulario natural y preciso. Cortázar es minucioso en los detalles de la narración, sabedor de que es en lo minúsculo donde mejor se revela la magia de lo rutinario. Abunda en las enumeraciones, lo que aporta un ritmo especial al relato. Esta musicalidad envuelve situaciones surreales, de una hermosura infantil y onírica, apoyándose en apenas dos metáforas para componer un texto poético y conmovedor, accesible para todos los públicos.
Emilio Urberuaga redondea esta cercanía literaria, aportando su buen hacer pictórico, una visión del relato tan personal como respetuosa, en un claro homenaje al escritor. Ya desde la primera página, el ilustrador nos sorprende con un pequeño guiño intertextual: El propio Julio Cortázar aparece sentado en el café de la casa donde habita el oso, como un cliente habitual. Nuevamente hacia el final del cuento volvemos a encontrar otra pista de este juego con el lector: en la mesilla de noche, el libro del roncador solitario lleva por título Cronopios y famas.
El trabajo de este ilustrador es rico y sugerente. No se limita a crear escenarios donde situar las palabras. Su puesta en escena abre múltiples vías por las que dejar volar la imaginación, historias no contadas que esperan la mente del lector para escapar: el portero sacando la basura por la puerta trasera del edificio, los barcos navegando sobre el Sena, el lado vacío de la cama o, de nuevo en clave de juego, el gato y el ratón que acompañan al oso en cada página.
Las ilustraciones de Urberuaga son potentes y expresivas, compuestas con colores básicos, intensos y muy contrastados. El impactante tono rojo del oso nos permite situarnos desde el principio en el mismo plano fantástico en el que se desenvuelve el texto. El trazo suelto, espontáneo en apariencia, aporta movimiento y agilidad a las situaciones.
Si Julio Cortázar exploró como nadie la realidad divergente, Emilio Urberuaga es maestro de la vivacidad y de la frescura. Así, la voz de este oso, que nos resuena inconfundible, con la gravedad, la pausa y el acento del escritor, parece proclamar en su discurso ¡Viva el color! y tiñe para siempre la monótona existencia de los caños de las casas.
Mi felicitación a Urberuaga por su osadía, por su capacidad para acercarnos a uno de los grandes y, a Albur-La Panoplia y sus Libros del Zorro Rojo por este empeño en recuperar a los clásicos de la mano de tan grandes ilustradores.
Publicado originalmente en Historias de Cronopios y famas (Minotauro, 1962), este Discurso del oso aparecía agrupado en un capítulo titulado “Material plástico” en el que se incluían además otros relatos como Conducta de los espejos en la Isla de Pascua, Propiedades de un sillón o Camello declarado indeseable. Todos ellos forman parte de un singular y eterno bestiario, fruto de la dimensión maravillosa de la realidad, explorada tenazmente por el autor.
En este marco se sitúa el Discurso del oso, un cuento sorprendente, muy expresivo y de tono lírico y evocador. El relato describe en primera persona las andanzas de un oso que habita en las cañerías de un edificio y observa la vida piso por piso. El protagonista es ingenuo, travieso y un tanto bruto, conforme a su naturaleza animal, pero también sabe ser tierno como un peluche y trata de llenar la soledad del vecindario con sutiles caricias.
El uso del lenguaje es sencillo, el vocabulario natural y preciso. Cortázar es minucioso en los detalles de la narración, sabedor de que es en lo minúsculo donde mejor se revela la magia de lo rutinario. Abunda en las enumeraciones, lo que aporta un ritmo especial al relato. Esta musicalidad envuelve situaciones surreales, de una hermosura infantil y onírica, apoyándose en apenas dos metáforas para componer un texto poético y conmovedor, accesible para todos los públicos.
Emilio Urberuaga redondea esta cercanía literaria, aportando su buen hacer pictórico, una visión del relato tan personal como respetuosa, en un claro homenaje al escritor. Ya desde la primera página, el ilustrador nos sorprende con un pequeño guiño intertextual: El propio Julio Cortázar aparece sentado en el café de la casa donde habita el oso, como un cliente habitual. Nuevamente hacia el final del cuento volvemos a encontrar otra pista de este juego con el lector: en la mesilla de noche, el libro del roncador solitario lleva por título Cronopios y famas.
El trabajo de este ilustrador es rico y sugerente. No se limita a crear escenarios donde situar las palabras. Su puesta en escena abre múltiples vías por las que dejar volar la imaginación, historias no contadas que esperan la mente del lector para escapar: el portero sacando la basura por la puerta trasera del edificio, los barcos navegando sobre el Sena, el lado vacío de la cama o, de nuevo en clave de juego, el gato y el ratón que acompañan al oso en cada página.
Las ilustraciones de Urberuaga son potentes y expresivas, compuestas con colores básicos, intensos y muy contrastados. El impactante tono rojo del oso nos permite situarnos desde el principio en el mismo plano fantástico en el que se desenvuelve el texto. El trazo suelto, espontáneo en apariencia, aporta movimiento y agilidad a las situaciones.
Si Julio Cortázar exploró como nadie la realidad divergente, Emilio Urberuaga es maestro de la vivacidad y de la frescura. Así, la voz de este oso, que nos resuena inconfundible, con la gravedad, la pausa y el acento del escritor, parece proclamar en su discurso ¡Viva el color! y tiñe para siempre la monótona existencia de los caños de las casas.
Mi felicitación a Urberuaga por su osadía, por su capacidad para acercarnos a uno de los grandes y, a Albur-La Panoplia y sus Libros del Zorro Rojo por este empeño en recuperar a los clásicos de la mano de tan grandes ilustradores.
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