Elena Medel
El gobierno de China anima a los campesinos a ocupar sus tierras con plantaciones de ajo. La obediencia es tal que la idea, a priori positiva, desemboca en catástrofe: no existe demanda que cubra el altísimo nivel de producción, y ni siquiera los almacenes poseen capacidad para semejante marea. Esta pobreza añadida a la pobreza ya existente, las quejas de los agricultores afectados —reflexionen: ¿en qué país se desarrolla la acción?— y las odiseas personales de los cultivadores Gao Yang y Gao Ma constituyen el motor de Las baladas del ajo, un apabullante y muy recomendable —por su realismo, y por su sugerente escritura— fresco sobre la China oculta para atletas y turistas.
El texto de solapa cita a Kundera y García Márquez, los titulares señalan a Mo Yan como primo asiático de Kafka, pero estas Baladas del ajo nos suenan a la épica rural de Faulkner y, por el infortunio que padecen —sin poder evitarlo: nada poseen, a nada aspiran— sus personajes, a un crucero por la tragedia griega. Enlazada por fragmentos de las baladas que —en alusión al cultivo como motor secundario, y al eterno conflicto entre sus personajes como mecha principal— entona el rapsoda ciego Zhang Kou como apertura de capítulo, también se diría que al otro lado del papel nos topamos con un hijo ilegítimo de Homero y Eurípides. Prometedor árbol genealógico el de Mo Yan...
Novela coral, en Las baladas del ajo se entretejen —con una prosa que apela a los sentidos— pequeñas historias igual que en una labor de miniatura, cuentos fascinantes que nacen de la tradición y nos enganchan bien por su exotismo, bien por el fuste narrativo del autor. Sin embargo, esta sencillez formal contrasta con la bomba de relojería de su argumento: Las baladas del ajo es —sobre todo— un libro de meditado amor a China, no a una historia de revoluciones u opresiones, sino de respeto por su origen, por sus paisajes, por quienes la habitan, fruto de una reflexión y un posicionamiento que no debe resultar fácil a su autor. «Los novelistas siempre tratan de alejarse de la política, pero la novela en sí gira en torno a la política. A los novelistas les preocupa tanto el “destino del hombre” que suelen perder de vista su propio destino. Y ahí radica su tragedia». Las baladas del ajo se abre con esta cita de Stalin; aun así, obviémosla y acerquémonos a esta novela libres de prejuicios, sin ideologías que nos predispongan a favor o en contra.
El texto de solapa cita a Kundera y García Márquez, los titulares señalan a Mo Yan como primo asiático de Kafka, pero estas Baladas del ajo nos suenan a la épica rural de Faulkner y, por el infortunio que padecen —sin poder evitarlo: nada poseen, a nada aspiran— sus personajes, a un crucero por la tragedia griega. Enlazada por fragmentos de las baladas que —en alusión al cultivo como motor secundario, y al eterno conflicto entre sus personajes como mecha principal— entona el rapsoda ciego Zhang Kou como apertura de capítulo, también se diría que al otro lado del papel nos topamos con un hijo ilegítimo de Homero y Eurípides. Prometedor árbol genealógico el de Mo Yan...
Novela coral, en Las baladas del ajo se entretejen —con una prosa que apela a los sentidos— pequeñas historias igual que en una labor de miniatura, cuentos fascinantes que nacen de la tradición y nos enganchan bien por su exotismo, bien por el fuste narrativo del autor. Sin embargo, esta sencillez formal contrasta con la bomba de relojería de su argumento: Las baladas del ajo es —sobre todo— un libro de meditado amor a China, no a una historia de revoluciones u opresiones, sino de respeto por su origen, por sus paisajes, por quienes la habitan, fruto de una reflexión y un posicionamiento que no debe resultar fácil a su autor. «Los novelistas siempre tratan de alejarse de la política, pero la novela en sí gira en torno a la política. A los novelistas les preocupa tanto el “destino del hombre” que suelen perder de vista su propio destino. Y ahí radica su tragedia». Las baladas del ajo se abre con esta cita de Stalin; aun así, obviémosla y acerquémonos a esta novela libres de prejuicios, sin ideologías que nos predispongan a favor o en contra.
La literatura de Mo Yan es, al menos en este libro, y en el sentido más puro del adjetivo, profundamente política. Nada, sin embargo, de panfletos ni programas: en esta obra late el pueblo, pues Las baladas del ajo nos habla de los chinos, de quienes no deciden, sino que se limitan a soportar. Novela coral, he escrito antes, pero también novela río, inagotable, cuyo dibujo firme compite con la Gran Muralla, aquí Mo Yan nos descubre la China más atípica gracias a las historias de la gente normal. Déjense llevar por la corriente...
MÁS CHINA EN LA TORMENTA:
—Los buenos deseos, de Yiyun Li. Reseña de Leah Bohnín. Para leerla haz click AQUÍ.
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