Veintisiete Letras, Madrid, 2008. 256 pp. 20 €.
Pedro M. Domene
El nicaragüense Rubén Darío, padre del modernismo, ocupa ese lugar privilegiado que le ha otorgado la historia, por el valor de su poesía y de sus cuentos, aunque buena parte del resto de su obra, casi dos tercios, como aclara el editor de la presente selección, se encuentran en su prosa, como por ejemplo, ¿Va a arder París...? Crónicas cosmopolitas, 1892-1912, que escribió para algunos periódicos importantes del momento, en realidad, un conjunto no menos singular de crónicas de actualidad, de política, de costumbres y aquellos aspectos que le resultaban al poeta más cosmopolitas. Octavio Paz afirmó que «la imaginación de Darío tiende a manifestarse e direcciones contradictorias y complementarias y de ahí su dinamismo». Darío es importante por su personalidad, por el alcance continental de sus actividades, porque en su fama internacional llegó a ser como el catalizador de los elementos artísticos de su época. También puede considerarse como el primer escritor profesional de Latinoamérica y gracias a su ejemplo, como señala Jean Franco, «la literatura hispanoamericana desarrolló una preocupación más seria por la forma y por el lenguaje». Gonzalo Torrente Ballester escribiría que «Muchos de los temas poéticos de Rubén, aquellos, precisamente, manidos por sus seguidores, han perdido hoy interés y atractivo. Pero en su obra amplia y compleja, son muchos los poemas que conservan el encanto y la emoción, cuyas audacias aún nos asombran y cuyos conceptos nos conmueven. Rubén Darío sigue siendo uno de los grandes poetas en lengua castellana». O como el mismo Borges añadiera: «Todo lo renovó Darío: la materia, el vocabulario, la métrica, la magia particular de ciertas palabras, la sensibilidad del poeta y de sus lectores. Su labor no ha cesado ni cesará».
La reciente edición de ¿Va a arder París...? Crónicas cosmopolitas, 1892-1912, que anota Günther Schmigalle, pone de manifiesto el valor que, casi cien años después, aún se le otorga al escritor quizá en una de sus facetas menos conocidas o editadas hasta el momento: colaborador en prensa durante buena parte de su vida, desde los quince años en su Nicaragua natal hasta su última entrega, en La Nación de Buenos Aires, en agosto de 1915. Los ingresos de sus colaboraciones le permitían dedicarse a la poesía, la vocación de su vida, y por la que ha pasado al plano más internacional, aunque no descuidó su prosa tanto periodística como poética. Para Schmigalle, la crónica modernista de Darío es un género en el cual se produce el encuentro entre la literatura y el periodismo, la fusión de lo subjetivo y lo factual y, añade, que un rasgo estilístico característico que comparten sus crónicas y su poesía son las abundantes alusiones y referencias empleadas por el autor para evocar imágenes que estén presentes en la mente del lector.
El editor distingue varios tipos, entre la vasta producción de crónicas escritas por el nicaragüense, incluso, diversos géneros: lo que él mismo calificaba como «crónica filosófica» que después trasladaba a sus libros y que, siempre, partía de un suceso ocurrido, vivido o presenciado por el cronista, lo comenta, amplia y desarrolla con abundantes asociaciones literarias, históricas o personales para llegar, en ocasiones, a conclusiones con fines sentenciosos. El lector encontrará en esta selección una amplia variedad de temas, y algunos textos inéditos, uno de los primeros publicados en Costa Rica que tituló Por el lado del Norte, escrito en 1892, con motivo de la guerra civil chilena; y otro más de sus primeras entregas que titula La agitación recién pasada, en realidad, el testimonio de una de las primeras visitas de Darío a París, en 1893. Como es sabido, su primer viaje a la ciudad del Sena fue descrito y recogido en el volumen Los raros (1896), retrato de famosos y desconocidos escritores, entre los que sobresalen, y se editan en esta edición, Poe, Verlaine y, finalmente, Martí. Amplió su visión sobre otros escritores en una posterior entrega, Opiniones (1906). En realidad, el París del nicaragüense que podemos rastrear en las páginas de ¿Va a arder París...? tiene un doble carácter: de un lado, es una ciudad real, vista por el cronista y, por otra parte, es la ciudad de un ideal que representa esa unión entre el arte y la vida, la poesía y la realidad que preconizaba el poeta. Queda constatado que, en su primera visita a París, conoció a Verlaine, trabaría amistad con el poeta griego Moréas y, sobre todo, realizó múltiples lecturas que le llevarían posteriormente a las crónicas que reunió en Los raros. La desilusión por la Ciudad Luz vendría posteriormente, a partir de la segunda mitad de 1900, cuando Darío es enviado como corresponsal por La Nación, ha pasado la emoción de la Exposición Universal y ya realizado su viaje por una Italia no menos singular.
Varios escándalos provocan la curiosidad del poeta que lo convierten en cronista excepcional. El primero de ellos, el asunto Vera Gelo, la estudiante rusa que un 19 de enero de 1901, en el Colegio de Francia, dispara contra el profesor Émile Deschanel; otra estudiante y la señorita Zelenine, se interponen y el disparo hiere a esta última. La frustrada asesina visita a la amiga en el hospital, el hermano de Zelenine pretende casarse con Vera que, inesperadamente, volverá a Rusia hasta que regresa a París en 1902 y es pescada en el Sena por un carpintero cuando intentaba suicidarse. El segundo, recuerda a Leca y Manda, dueños de la innominable Casque d´Or, y la batalla que entre ambos entablan con sus respectivas pandillas por el amor de una mujer, una belleza rubia que ha dejado a uno para irse con el otro. La prensa bautiza a la dama como «Casco de Oro» y a los pandilleros como los «Apaches de París». La publicidad que origina el episodio convierte en famosos a los tres protagonistas del suceso: Manda y Leca serán condenados y trasladados a la Guayana junto a otros quinientos presidiarios y la bella Casco de Oro ingresa en la cárcel de mujeres de Saint-Lazare; pero tras conocer el suceso, un conde español ofrece 300.000 francos como aval para que la heroína salga de la cárcel; posteriormente pretende ser actriz, actuará como domadora de leones y, en una exposición de sus artes, es apuñalada por un desconocido que pretende vengar a su maestro Manda. Sobrevive al intento de asesinato, se casará con un obrero en París, donde moriría en 1933. Jacques Becker la inmortalizaría en una notable película de 1952. Un nuevo escándalo sacude al París de 1902, en los personajes de Teresa, Eva, Federico y Cotarelo, cuando se abre la famosa caja fuerte de la familia Humbert; en esta ocasión, Darío emplea un humorismo mordaz y una sátira feroz contra la estafadora Thérèse Humbert quien había hecho creer, durante más de veinte años, a la sociedad parisina ser la heredera de unos cien millones de francos, cuando en realidad la caja estaba vacía. Un nuevo y último caso, el de M. Syveton, ocurrido en noviembre de 1904, cuando el tesorero de la Liga de la Patria Francesa y diputado por el 2º distrito de París, abofetea en plena sesión parlamentaria al ministro de la guerra, el general Louis André. Despojado de su inmunidad se esperaba el juicio cuando el político apareció muerto junto una tubería por donde se escapaba el gas. Darío se preguntaba en su crónica, ¿se trata de un accidente?, ¿o de un suicidio? , ¿o de un asesinato? La esposa llegó a afirmar que se trataba de un suicido porque Syveton había estado abusando sexualmente de su hijastra durante años. Las teorías en torno a esta muerte se sucedieron a lo largo de los meses siguientes, y en su mayoría, pese a múltiples interrogantes, se aceptó la tesis del suicidio.
Los aires de cosmopolitismo que podemos apreciar en los textos de Darío no significan, en medida alguna, que el poeta y cronista descuidara las cuestiones relativas a su América; parte de sus crónicas de juventud se refieren a temas americanos autóctonos, como por ejemplo, Namuncurá que se selecciona en esta edición, el último cacique de la pampa argentina. O Folklore de América Central. Representaciones y bailes populares de Nicaragua, sobre los Moros y Cristianos, La Yegua, el Toro Guaco. En una reciente edición sobre la poesía del nicaragüense, Eduardo Becerra, escribía que «la crónica periodística y la narrativa de ficción fueron los dos géneros elegidos por Darío para desarrollar su obra prosística (...), sus profundos análisis del momento crítico vivido por España tras la derrota en Cuba, sus continuos viajes a Francia (...), la degradación moral, el materialismo y la injusticia social (...) que, paralelamente, a su obra poética, se orientó hacia la reflexión sobre la necesidad de forjar una conciencia hispanoamericana como medio de construcción de un porvenir para su tierra». El lector no dejará de encontrar curiosas afirmaciones y revelaciones entre las crónicas y artículos de un Darío que investigaba en profundidad los temas que abordaba: por ejemplo la relación Gorki - Lenin, las repetidas estancias del pensador y revolucionario ruso en París, su amistad con Amado Nervo, o la animadversión que tenía el pintor belga Henry de Groux hacia el revolucionario Lenin.
1 comentario:
cool !
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