Mondadori, Barcelona, 2008. 158 pp. 15,90 €
Ignacio Sanz
La manera de narrar de Julián Rodríguez es indagatoria, llena de reflexiones sociológicas, filosóficas y literarias. Y no cuenta propiamente una historia, sino muchas historias que se entrecruzan y complementan, como su nos invitara a entrar en un puzle. A veces uno, como lector, tiene la sospecha de que se desliza por un libro de ensayo, pero, de pronto, al doblar la página, aparecen los reflejos de una narración híbrida, impura, como si el autor se moviera entre la reflexión y la narrativa y lo hiciera todo de manera fragmentaria. Su lenguaje, como si siguiera la pauta del decálogo que trazara en su día Antonio Pereira, es un lenguaje corriente, lejos de los falsos brillos e impostaciones. También reflexiona sobre este particular. Porque lo curioso de Julián Rodríguez no sólo es qué cuenta ni cómo cuenta, sino que le muestra al lector los andamiajes en los que descansa su cocina literaria.
Pero en medio de todas esas idas y venidas, si hay un tema permanente de reflexión, un hilo conductor, éste tema sería el campo. Y más concretamente el campo extremeño, lo que queda tras su desmantelamiento. Como hizo Berger en su día al tomar como objeto narrativo a los campesinos centroeuropeos; bien es verdad que los relatos de Berger son estrictamente literarios, mientras que Julián Rodríguez se mueve en un ambiente híbrido, titubeante y nebuloso, como si él mismo no conociera el destino de su relato, o, mejor, como si jugara al despiste y obligara al lector a armar el rompecabezas que va trazando.
Se ha comparado la escritura de Julián Rodríguez con la de Sebald. Y, en efecto, hay muchos puntos de contacto entre ambas, aunque me parece más subjetiva y más leve, sin afán de tesis, la de Julián Rodríguez. Y, en ese sentido, acaso esté trazando un nuevo camino al incluirse como personaje literario, al tratar de explicar el mundo desde su biografía personal, es decir, desde su circunstancia.
Se hace en la últimas páginas de Cultivos un homenaje a Fernando Pérez, desaparecido editor de la Editora Regional de Extremadura, con quien Julián Rodríguez trabajó y a quien tiene por maestro. Fernando Pérez le aconsejó al autor que no se fuera de Extremadura, que mostrara desde esta región periférica su realidad al mundo. Y el autor cumple a rajatabla, en medio de sus titubeos, esta recomendación, lejos, por supuesto, de cualquier costumbrismo cuando nos habla de su padre, de su tía, de sus abuelos o de sus amigos, como lo hace en un magnifico relato titulado “Herida menos grave”, que tiene como protagonista a un viejo compañero de escuela. A este relato, acaso el más literario, le sigue “Sobre la añoranza del mundo rural”, en el que Julián Rodríguez rescata parte de una diatriba mantenida entre Pasolini e Italo Calvino a propósito del mundo rural.
Curioso y desconcertante en cualquier caso este autor que rompe con muchos de los clichés establecidos en el encorsetamiento de los géneros, que se adentra por caminos novedosos y que nos hace visible una realidad a la que con tanta frecuencia miramos por encima del hombro.
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