martes, julio 08, 2008

El ladrón de chicles, Douglas Coupland

Trad. Bruno Menéndez. El Aleph, Barcelona, 2008. 288 pp. 18 €


Mercedes Cebrián

Hace más de quince años cayó en mis manos una revista infantil en cuya portada aparecía el ratón Mickey leyendo una revista sobre cuya portada otro ratón Mickey algo más pequeño también figuraba leyendo una revista. En dicha portada aparecía una vez más él mismo, en pequeño, leyendo una revista, y así hasta el abismo. Me quedé tonta mirando y volviendo a mirar ese fascinante y sencillo recurso visual, que Francia en su día apodó mise en abîme.
Un recurso similar aparece en ocasiones en la novela El ladrón de chicles: en ella, Roger, el personaje principal masculino, representante por antonomasia del colectivo de los fracasados, está escribiendo su vez la novela Glove Pond, a la que iremos accediendo por entregas a lo largo de la lectura del texto de Coupland. Glove Pond tiene como protagonistas a dos escritores, Steve y Kyle, de ahí que en ocasiones también nos asomemos a fragmentos del libro que está escribiendo este último. Todas estas voces narrativas, sumadas a las voces en primera persona de Bethany, la joven gótica amiga de Roger, su madre Dee Dee, Joan y algún otro personaje, y junto a los textos protagonizados por una tostada de pan de molde que en principio creemos escritos por Bethany, nos proporcionan, aparte de bastante placer estético, cierto vértigo, pues provocan un pequeño abismo encuadernado.
Aquí llega el momento de calarse las gafas de cerca y preguntarle al texto de Coupland si todas esas voces son convincentes, si su autor logra generar un tono diferente en cada una de ellas, si la novela Glove Pond posee un tono distinto al de DeeDee o Bethany. La respuesta, para ser sincera, no la sé y, en un momento dado, tampoco me importa en exceso, pues me conformo con la inteligencia que se desprende a lo largo de todo el conjunto de textos contenidos en El ladrón de chicles, principalmente porque nos ponen en contacto con un saber preciso y dolorosamente fino acerca de la cotidianidad que vivimos los habitantes de países industrializados. Ejemplos como «A veces, me da la sensación de que estamos manteniendo relaciones sexuales sin condón mano a mano con el siglo XXI, incercambiando fluidos con una era (...)», o como «Mayoritariamente, el mundo está hecho de personas como yo pululando por ahí. Eso es lo que hace la gente: deambular, deambular y deambular. Por mucho que me cueste afrontar que soy como cualquier otra persona, ese dolor se compensa con el consuelo que me produce el ser un miembro de la raza humana» nos invitan a seguir leyendo con fruición el relato de las vidas aparentemente anodinas de Roger, DeeDee, Bethany y los demás.
La lectura de El ladrón de chicles genera un placer asociado no precisamente al descubrimiento de mundos y verdades desconocidos, sino más bien al reconocimiento de una realidad que nos toca a todos de cerca más de lo que desearíamos, el mismo placer que obtendríamos si, al viajar a Nueva York por primera vez, nos fijáramos en las bocas de riego o en el vapor que sale por las alcantarillas y que tantísimas veces hemos visto ya en formato bidimensional. El peligro de esta novela es que, al estar hermanada con tantas toneladas de ficción y no ficción contemporánea —en versión tanto literaria como cinematográfica— cuyos personajes pueden muy bien ser calificados de perdedores, corre el riesgo de quedar sepultada por ellas. Afortunadamente El ladrón de chicles logra sacar la cabeza entre tantos libros y películas para ofrecernos su discurso, sus situaciones ambientadas en la franquicia de papelería Staples, y para generarnos estados de ánimo y de pensamiento que oscilan entre la esperanza, las ganas de reir, la melancolía y el Angst, si es que es posible oscilar entre tantas cosas al tiempo. Decir que estamos ante una novela eficaz, tampoco es nada nuevo, pues el planeta tierra está superpoblado de autores ingeniosos, que conocen su oficio y saben tocar tal o cual tecla para escribir obras inteligentes; entonces no digamos mucho más y comencemos de una vez a leer este libro que, con total seguridad, no seremos capaces de abandonar hasta haber apurado sus últimas páginas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Qué gusto da leerte!

Unknown dijo...

Muy interesante tu análisis, hace poco que lo leí y estoy muy de acuerdo con lo que dices. A mi Glove Pond me pareció excelente jeje me gusta ver la gente que toca hondo.

Saludos